JHON WYCLIFFE 1320 - 1384

Fecha de edición: 2 Julio 2010

JHON WYCLIFFE  1320 - 1384
JHON WYCLIFFE 1320 - 1384

La Reforma antes de la Reforma Cuando Marco Polo comenzaba sus famosos viajes al lejano oriente en 1324, Juan Wycliffe cumplía 4 años de edad. Los Franciscanos radicales estaban denunciando las riquezas del Papado, y el Papa Juan XXII estaba a mediados de su reino. El mundo (como era conocido para los Europeos) estaba en paz; y Roma tenia autoridad final en las vidas de la gente del continente y las islas Británicas.

 

 De Agustín y Constantino hasta el nacimiento de Wycliffe, la Iglesia era el centro de la vida de cada persona. La llamada "edad oscura" (una descripción puramente protestante) era simplemente un periodo de gran calma el cual vino fue producido por el poder de la Iglesia.

 

 Juan Wycliffe vino al mundo en esta calma; pero las aguas serían pronto movidas y Wycliffe se uniría al "fray". Inglaterra fue entonces envuelta en la guerra de los 100 años con Francia (1339 a 1453). Esta lucha era porque algunos Ingleses estaban cansados de los exorbitantes impuestos que tenían que pagar a la Iglesia; y Francia era el brazo de la Iglesia en la región Entre 1/3 a 1/4 de la tierra de Inglaterra pertenecía a la Iglesia! Este deseo de retener el dinero y re poseer la tierra que los Ingleses veían como de ellos lo trajo en conflicto directo con el papado. El papa quería retener la tierra y el dinero y de esta manera los franceses fueron llamados al servicio, y sirvieron bien. Wycliffe nació en 1320 y estudió Teología en Oxford (murió en 1384).

 

Su entrenamiento y disposición le llevó a oponerse a la posesión de la tierra Inglesa por el Papado, en fundamentos religiosos y teológicos más que meramente económicos. Desde 1376 en adelante Wycliffe publicó tratados which denunciaban la secularización de la Iglesia. Esta secularización, el mantenía, no era beneficial ni para la iglesia ni para el Estado. En 1377 el Papa emitió un documento oficial en el cual prohibía la publicación de ciertos escritos en los que se condenaban en 18 tesis los escritos de Wycliffe. La reacción de Wycliffe fue violenta.

 

 Comenzó a denunciar al Papa (aunque no el papado contrario a Lutero) en escritos increíblemente recios. Desde 1378 a 1379 Wycliffe publicó su sistema teológico en una serie de tratados. La tesis central de estas obras era que las Escrituras eran el fundamento de toda doctrina. Este fue un punto importante en la historia doctrinal.

 

Hasta este punto la Tradición había sido puesta lado a lado con las Escrituras como fuente de doctrina; pero Wycliffe disputaba esta noción y Juan Hus de Praga así como Martín Lutero, Huldych Zwingli y Juan Calvino adoptarían el punto de vista de Wycliffe. La doctrina de Wycliffe acerca de la iglesia también fue revolucionaria. El vio la iglesia como una institución espiritual y no política. Por eso la obra pre-reformadora de Wycliffe esta cimentada sobre las doctrinas de la Escritura y la Iglesia. Serían estas controversias doctrinales precisas el combustible que más tarde alimentaría la "Reformación" de Lutero y Zwinglio.

 

El significado de Wycliffe no puede ser pasado por alto. Su movimiento hacia las Escrituras y la Iglesia como una sociedad espiritual fueron las piedras del fundamento sobre las cuales la "Reforma" sería luego fundamentada. El, además, propuso idea que era controversial. El sugirió que la libertad humana no existía; hasta el punto que todo lo que la persona hacia estaba predeterminado. Su gran enemistad hacia el Papa lo llevó a hacer algunas declaraciones personales extravagantes; y su desconfianza de la naturaleza humana le llevó a completamente deshumanizar la humanidad. Aun así, sin Wycliffe, no podría haber "Reforma". O por ese medio, una traducción Inglesa de la Biblia. La traducción de Wycliffe es bien conocida. Hizo su trabajo de la Vulgata en Latín; dando así al pueblo Inglés la primera traducción de las Escrituras en su propia lengua.

 

Su traducción fue consultada por Tyndale, Coverdale, los Obispos, y por su puesto los traductores autorizados. El fue un traductor antes que Lutero; un Teólogo antes que Calvino; y un reformador antes de la Reforma. Después de la muerte de Wycliffe no aparecería otro Reformador antes de la Reforma hasta Juan Hus (1369-1415) En 1414 el papado atento poner final a la división que se acercaba llamando el concilio de Constancia donde Hus fue condenado (y ejecutado en Julio 6, 1415) y también Wycliffe (aunque ya muerto por mucho tiempo) fue censurado. Pero la ola no sería destruida. Las puertas de la inundación abiertas por Wycliffe alcanzarían su fruto en Zwinglio y Lutero.


JOHN HUSS

Fecha de Edición 23 Enero 2011  

Juan Hus dijo en la cárcel, cuando fue sentenciado por el Papa a ser quemado vivo: "Pueden matar el ganso (en su lengua 'hus' quiere decir ganso), pero dentro de cien años aparecerá un cisne que no podrán quemar."

Mientras caía la nieve y el viento helado aullaba como una fiera alrededor de la casa, nació ese "cisne", en Eisleben, Alemania. Al día siguiente el recién nacido fue bautizado en la Iglesia de San Pedro y San Pablo, y como era ése el día de San Martín, el pequeño recibió el nombre de Martín Lutero.

JOHN HUSS

 

Nacido en el seno de una familia burguesa del sur de Bohemia, (1369-1415), estudió en la universidad de Praga, en donde consiguió el título de maestro en artes (1396) y ejerció como profesor de filosofía desde 1401.

 

Ordenado sacerdote en 1400, Hus mostró su admiración por la obra de los predicadores Milic y Janov y por las ideas del reformador inglés, crítico de la jerarquía eclesiástica. Hus transmitió sus ideas reformadoras a través de sus predicaciones desde la capilla de Belén en Praga, que, en un principio, contaron con el beneplácito del arzobispo Zbynek Zajic, quien, sin embargo, condenó en 1409 las obras de Wyclif y algunos escritos del

propio Hus, como la "Apostilla", la "Explicación del Decálogo" o la "Pequeña hija".

 

En 1409 el rey Wenceslao IV, promulgó el decreto real de Kutná Hora, por el que la gestión de la universidad de Praga, hasta entonces monopolizada por el profesorado alemán, pasó a manos de los checos; Hus se convirtió en rector y confesor de la reina Sofía de Baviera. A partir de 1412 la situación dio un giro espectacular. Hus y sus seguidores acusaron de simonía a los enviados papales llegados a Praga con las indulgencias plenarias; esta acusación supuso la retirada del permiso de predicación para Hus y el entredicho para la capital bohemia, lanzado desde Roma por el arzobispo de Praga. El pensamiento de Hus, recogido en obras como el "De Ecclesia", se radicalizó.

 

En 1415 se desplazó a Constanza para defender sus ideas ante el concilio. Hus, a pesar de rechazar las imputaciones de herejía y poseer un salvoconducto del emperador Segismundo, fue tildado de hereje y condenado a la hoguera; la condena de Hus fue seguida por la de uno de sus principales seguidores, Jerónimo de Praga. Estas dos muertes crearon un fuerte partido husita en Bohemia, conocido como "calicista" o "utraquista" por identificar el símbolo de su lucha con el cáliz y la eucaristía bajo las dos especies, el pan y el vino (sub utraque specie).

 

En 1419 estalló la revuelta en Praga, alentada por las predicaciones de Juan Zelivsky y por el partido husita, que concluyó con la ocupación del ayuntamiento y la defenestración de los miembros del concejo afines al emperador Segismundo. Tras la muerte del rey Wenceslao, el patriciado urbano y los husitas moderados llegaron a un acuerdo para restablecer el orden en la ciudad. Este hecho muestra cómo casi desde el primer momento hubo una división en el seno del husismo; los husitas moderados (baja nobleza y patriciado urbano), dirigidos por Juan Zizka, reclamaban el reconocimiento por parte del Papado y de Segismundo, sucesor de Wenceslao IV, de la ortodoxia de la reforma husita; por su parte, los más radicales (campesinado y población urbana), acaudillados por Wenceslao Koranda en Praga y, más tarde, por los cabecillas de la comunidad de Tabor (taboritas), solicitaban cambios en las estructuras sociales y políticas del País.

 

En 1420 los husitas moderados (calicistas o utraquistas), ante las negativas de Segismundo y la preparación de la cruzada por parte del papa Martín V, aprobaron los "Cuatro artículos de Praga", con los que proclamaban la libertad de predicación, la eucaristía bajo las dos especies, la supresión del poder temporal de la Iglesia y el castigo público de los pecados más graves. Pese a las crecientes disensiones en el seno del husismo, provocadas por la ejecución del radical Martín Huska y por el asesinato del predicador Juan Zelivsky, los ejércitos bohemios, dirigidos por los moderados Zizka y Procopio el Grande, consiguieron derrotar a las tropas cruzadistas en repetidas ocasiones: Monte Vitkov (1420), Vysehrad (1422), Tachov (1427) y Domazlice (1431).

 

Ante la sucesión de los fracasos militares, Roma y Segismundo decidieron optar por la vía del diálogo y, así, se iniciaron las conversaciones de paz en Presburgo (1429), proseguidas por el Concilio de Basilea (1432-1433) y por la Convención de Cheb (1432). Las conversaciones de paz desembocaron en los llamados "Compactata de Praga" (1433), artículos de fe que sellaban el compromiso entre los utraquistas y el Concilio de Basilea. Mientras, la situación interior del país se degradaba poco a poco.

 

La alta nobleza, fiel a la Iglesia romana, dio un golpe de mano en la Dieta de Praga (1433) al hacerse con los principales cargos del gobierno, dejando al margen a la pequeña aristocracia y a los procuradores de las ciudades. Por su parte, e} ejército, que había hecho de la guerra un "modus vivendi", se encontraba en estado de continua revuelta, al disminuir la actividad bélica.

 

La guerra civil no tardó en estallar. Los husitas moderados, aliados de los católicos, derrotaron en Lipany (1434) al ejército de taboritas y orfelinos, antiguos componentes de las tropas de Zizka. La contraofensiva taborita acabó en desastre y su cabecilla, Juan Rohac de Duba, fue ahorcado en Praga.

 

Segismundo, tras diecisiete años de luchas y conflictos, consiguió entrar en Praga y ser reconocido rey por la Dieta. Según lo estipulado por los "Compactata de Jihlava" (1436), Bohemia se reincorporaba a la Iglesia romana, aunque manteniendo algunas de sus particularidades litúrgicas, como la eucaristía bajo las dos especies; el rey se comprometía a promocionar a eclesiásticos reformadores como el arzobispo de Praga, Juan Rokycana. El movimiento husita, calificado por algunos autores como revolución, trajo consigo la afirmación del elemento checo sobre el alemán en Bohemia y la difusión de los ideales de reforma y renovación eclesiástica por los países de su entorno geográfico (Polonia, Hungría, Alemania, Eslovaquia, etc.). A la muerte de Segismundo (1437), la Dieta eligió como sucesor a su yerno Alberto de Habsburgo, duque de Austria y rey de Hungría. Su candidatura, apoyada por los barones católicos (alta nobleza), fue contestada por la nobleza husita y por las ciudades, que pretendían promocionar al trono al príncipe polaco Casimiro.

 

En la batalla de Tabor (1438) el partido pro-Habsburgo derrotó a la facción contraria con el apoyo de Moravia (feudo católico), Lusacia y Silesia. Alberto moriría un año más tarde, dejando un hijo póstumo, Ladislao. Bohemia vivió a partir de ese momento un periodo de catorce años de anarquía, en el que los dos partidos formados a raíz de la elección de Alberto se disputaron el poder. En 1448 Jorge Podebrady, jefe del partido husita, se hizo con el control de la situación en Praga, en perjuicio de Ulrich de Rozmberk, cabecilla del partido católico. Podebrady supo aunar, a partir de 1452, a moderados y radicales, gracias a la labor del arzobispo Rokycana.

 

En 1453 se convirtió en regente del todavía menor Ladislao y, a la muerte de éste, fue elegido rey de Bohemia por la Dieta (1458). Durante su reinado pretendió acabar con las diferencias entre católicos y husitas. No consiguió el reconocimiento de Silesia, gobernada por el príncipeVratislav, ni del papa Pío II, por lo que tuvo que buscar apoyos en el Imperio (Federico III) y en Francia (Luis XI). Las diferencias internas condujeron a los checos a una nueva guerra civil, originada por el levantamiento de los barones, que organizaron la Liga de Zelená Hora, bajo el mando del católico Zdemerk de Sternberk y con el apoyo del Papado y del rey de Hungría, Matías Corvino. Podebrady, antes de morir en 1471, firmó un tratado con Polonia para asegurar la sucesión en el trono: un hijo del rey polaco Casimiro, Ladislao, se convertiría en rey de Bohemia. Este sería elegido rey por la Dieta de Kutná Hora a la edad de quince años, aunque bajo la regencia de Johana, viuda de Podebrady. Al mismo tiempo, Matías Corvino se autoproclamaba rey de Bohemia con la bendición del Papa. La comprometida situación fue zanjada por la Paz de Olomuc (1479) por la que Ladislao retenía el titulo de rey de Bohemia, pero perdía el dominio sobre Moravia, Silesia y Lusacia en favor del rey de Hungría. Ladislao tuvo que hacer frente en 1483 a una nueva revuelta, en este caso auspiciada por los calmistas, que solicitaban el reconocimiento por parte de Roma de los "Compactata", denunciados como heréticos por Pío II en 1462.

 

En 1485 se llegó a un acuerdo definitivo entre católicos y husitas, sellado por la Paz Religiosa de Kutná Hora. Dicho tratado proclamaba la libertad de culto, de la que quedaban excluidos algunos grupos radicales como el de los Hermanos checos, surgido a mediados del siglo XV en torno a comunidades evangélicas. Las diferencias políticas no se solucionaron tan fácilmente como las religiosas, puesto que la llamada Carta del país (1500), que otorgaba amplios privilegios a la nobleza, levantó el descontento en las ciudades. Estas consiguieron recuperar parte de sus derechos políticos gracias al Acuerdo de san Wenceslao (1517). Ladislao, presionado por Maximiliano de Habsburgo, firmó en 1515 un acuerdo sucesorio con la dinastía germana, que disponía los enlaces de su hijo Luis con María de Habsburgo y de su hija Ana con Fernando o Carlos de Habsburgo.

 

Tras la muerte de Luis en la batalla de Mohacs contra los turcos (1526), Bohemia se integraría en los dominios patrimoniales de los Habsburgo. Pese a la defensa de la ortodoxia católica por parte de los gobernantes Habsburgo, la Reforma protestante calaría en las comunidades bohemias, sobre todo entre los calicistas más radicales y entre los Hermanos checos. Durante los siglos bajomedievales, Bohemia se integró en la economía europea, al iniciar la exportación masiva de cereales a Sajonia y Tirol o la de paños de bajo precio a Austria y Alemania.

 

La producción artesanal del vidrio y la cerveza colocaron también al país en una posición envidiable con respecto a las economías de los Estados vecinos. La minería también constituyó un recurso a destacar de la economía bohemia, sobre todo debido a la explotación intensiva de las minas de plata de Kutná Hora, en la que invirtieron emprendedores extranjeros procedentes de Nüremberg, o a la extracción de estaño de las minas de la región de Erzgebirge. En 1518 se descubrió un nuevo yacimiento de mineral de plata en Jáchymov, que duplicó la producción minera de Bohemia.

 

El campo se benefició de las labores de roturación emprendidas desde finales del siglo XV en algunos señoríos como el del linaje de los Pernstejn. Algunos señores feudales realizaron también obras hidráulicas en sus posesiones, que mejoraron los cultivos de regadío. Este es el caso de Guillermo de Pernstejn que construyó un total de 32 kilómetros de canales y acequias o el de la familia Rozmberk, promotora del llamado Canal de oro, con unos 42 kilómetros de recorrido. El comercio estaba controlado por los mercaderes de la Hansa, procedentes de Frankfurt y Nüremberg, que desde las más importantes ciudades bohemias, auténticas encrucijadas en los caminos que conectaban el occidente con el oriente de Europa, monopolizaban los tráficos por vía terrestre entre Venecia y Rusia.

 

Algunos comerciantes holandeses frecuentaban las ferias de Bohemia. Quizás, el momento de mayor auge económico vivido por el país coincidió con el reinado de Carlos IV, simbolizado por el crecimiento urbanístico de Praga. La construcción del nuevo puente, del castillo real, de la catedral de San Vito, de las iglesias de Santa María de las Nieves y de Santa María de Tyn, del ayuntamiento (1388) o la proliferación de barrios de artesanos y comerciantes nos ofrecen un claro ejemplo de la bonanza económica que disfrutó la capital durante la segunda mitad del siglo XIV. El emperador potenció la ruta comercial que comunicaba las ciudades de Nüremberg, Praga y Bratislava, arteria principal de los intercambios con Hungría y las regiones balcánicas.

 

Día de la Muerte de Juan Hus en la Hoguera Seis de julio de 1415, Constanza, Alemania. El concilio celebrado allí desde el otoño del año anterior dicta la sentencia contra Juan Hus: ¡culpable! por herejía. A Juan Hus se le prohíbe ejercer el sacerdocio y es entregado al poder secular que le condena a morir en la hoguera. La sentencia es ejecutada de manera inmediata. Sus cenizas son arrojadas al río Rin.

 

Juan Hus muere pero la última chispa en su hoguera es la primera del gran movimiento revolucionario que se apodera de las tierras checas en los siguientes decenios. Han transcurrido casi seis siglos desde el fallecimiento de este reformador religioso checo, pero su legado sigue dividiendo a la nación hasta la fecha.

 

Para algunos, fue un hereje que tenía la culpa de que el floreciente Reino de Bohemia, centro del Sacro Imperio Romano Germano, se convirtiera en los siglos venideros en la periferia del mundo católico, pobre, alejada de las principales corrientes intelectuales y culturales y sumergida en luchas fratricidas.

 

Otros ven en Juan Hus un héroe nacional que tuvo la valentía de oponerse a los excesos de la Iglesia Católica y de esforzarse por su reforma, y acusan a esa institución de haber cometido un crimen imperdonable al condenarle, como hereje, a la hoguera.

 

¿Quién fue, entonces, Juan Hus? ¿Cuáles fueron sus enseñanzas?

¿Y dónde se hallan las raíces del movimiento husita?

 

Las tierras checas vivieron en la segunda mitad del siglo XIV uno de sus períodos de mayor auge, cuando reinaba Carlos IV. Según explica el historiador Václav Polc, Carlos IV fue también emperador romano germano que hizo de Praga la capital del Sacro Imperio.

 

"En Praga se encontraba la única universidad al norte de los Alpes que Carlos IV fundó en 1348, creando las condiciones para que la capital checa se convirtiera en un importante centro cultural y educacional. La corte de Carlos IV era el centro político y diplomático donde se decidía el destino de Estados enteros. Y en lo que a la sociedad se refiere, ésta gozaba de un bienestar impresionante".

 

El historiador Petr Cornej señala, no obstante, que el oeste y el sur de Europa pasaron por aquél entonces por una grave crisis demográfica como consecuencia de las repetidas epidemias de peste. Dicha crisis afectó al Reino de Bohemia más tarde, después de la muerte de Carlos IV, en1378, es decir, bajo el reinado de su hijo, Venceslao IV.

 

"Precisamente en esa época aparecieron en el Estado checo los primeros síntomas de la crisis a la que, desgraciadamente, la sociedad, acostumbrada a la prosperidad, no supo reaccionar adecuadamente. Y una de las recetas que el Medioevo solía utilizar para solucionar los problemas fue la de recurrir a la reforma eclesiástica. La Iglesia Católica era la institución omnipresente con una influencia decisiva sobre la sociedad medieval que monopolizó el privilegio de velar por la salvación de las almas". Por ello, cuando las cosas no marchaban bien en lo social, se creía que la responsable era la Iglesia Católica. Petr Cornej subraya que los abusos de la Iglesia eran visibles. "Simonía, corrupción y nepotismo eran la lacra que acosaba a la Iglesia. Se vendían indulgencias, muchos sacerdotes vivían de sus parroquias y beneficios sin cumplir sus compromisos, muchos de ellos incluso cometían diariamente pecados capitales. Dignatarios eclesiásticos se dejaban sobornar por quienes querían ocupar un alto cargo en la jerarquía de la Iglesia. Las frecuentes intervenciones de la Iglesia en el poder secular también provocaban una dura crítica".

 

El historiador Václav Polc enfatiza que hay que buscar la raíz de esta decadencia eclesiástica en el cisma que dividió a la Europa cristiana:

 

"Un papa residía en Roma, el otro en Avignon. Diferentes países reconocían a diferentes papas, lo que desembocaba en violentos enfrentamientos políticos. El cisma se manifestó también en el declive cultural porque con él termina el intercambio de valores entre los países enfrentados.

 

Pero lo peor fue que desvaneció una de las certezas inquebrantables del hombre medieval, la de creer en la autoridad del Santo Pontífice como sucesor de San Pedro, lo que originaba en lasociedad ánimos de vanidad y desorientación".

 

El caos provocado por el cisma dio origen a muchas sectas heréticas y despertó del letargo a las existentes, pero en primer lugar movilizó a las llamadas "fuerzas sanas" dentro de la misma Iglesia.

 

El historiador Petr Cornej apunta que los mayores críticos de los excesos procedieron del seno de la Iglesia. Algunos críticos permanecieron fieles a las doctrinas dogmáticas, otros, en su afán por la mejora, se radicalizaron hasta desviarse de la enseñanza católica. Uno de los reformadores religiosos fue el checo Juan Hus.

 

Juan Hus estudió en la Universidad Carolina donde más tarde fue nombrado profesor, según explica el historiador Václav Polc:

 

"Juan Hus intervino por primera vez en las arduas discusiones que se mantenían en la Universidad sobre las posibles vías de la reforma eclesiástica, en 1380, todavía como estudiante. Nunca estudió en otras universidades ni viajó al exterior y el único contacto que tenía con las corrientes religiosas, culturales y políticas que aparecían por aquél entonces en Europa, fue a través de los profesores extranjeros que se desempeñaban en la Universidad de Praga".

 

Pero incluso éstos se marcharon de la Universidad Carolina en 1408, en protesta contra la modificación del sistema electoral, impulsada por Juan Hus. Václav Polc advierte que debido a dicha modificación predominó en esta escuela superior el elemento checo en detrimento de los estudiantes y lectores del extranjero.

 

La única universidad al norte de los Alpes se convirtió así en provincial, perdiendo en gran medida el prestigio del que gozaba en Europa. Polc subraya también que Juan Hus fue un patriota fervoroso y que el movimiento husita que surgió después de su muerte, acentuó el nacionalismo.

 

Por su parte, el historiador Petr Cornej califica a Hus como un personaje de la historia checa digno de atención, con un fuerte carisma y mensaje moral: "Hus ganó la simpatía de los habitantes de Praga en 1402, cuando llegó a ser predicador en la Capilla de Belén, el único lugar de la capital donde se podían hacer sermones en checo y no en latín o alemán. Sus predicaciones sobre la necesidad de reformar la sociedad y la Iglesia repercutieron inmediata y vivamente sobre la población checa". Václav Polc agrega que Juan Hus fue un orador extraordinario con ciertos rasgos del liderazgo que sabía magnetizar a las masas. Hablaba un checo rico y agudo, tenía el don de utilizar las palabras justas para definir los problemas que el ciudadano de a pie vivía diariamente en carne propia.

 

Petr Cornej precisa que fueron muchos los que se esforzaron por la reforma eclesiástica, pero Juan Hus se convirtió en símbolo de todo el movimiento reformista que nació de la ebullición intelectual del ambiente universitario, inspirado fuertemente por la obra del reformador británico, John Wiclef, fallecido en 1384.

 

"Los estudiantes checos trajeron los escritos de John Wiclef a Praga donde los transcribían y traducían al checo. La postura de Wiclef acerca de la sociedad y la Iglesia fue la base del programa husita. Los partidarios de Hus se sintieron atraídos especialmente por la exigencia de Wiclef de que la Iglesia Católica volviera a cumplir su tarea original, la de predicar el evangelio. Wiclef sostuvo que para conseguir esto, era necesario privar a la Iglesia de la propiedad y el poder político, pero como esta institución nunca renunciaría voluntariamente a sus bienes y su influencia política, debería hacerlo el Rey".

 

Las citadas ideas se hicieron muy populares primero en Praga y luego también en el campo donde las divulgaban los egresados de la Universidad Carolina.

 

Los historiadores Petr Cornej y Václav Polc coinciden en que Juan Hus no fue un pensador original y que se limitó solamente a repetir las enseñanzas de John Wiclef. Václav Polc matiza que las opiniones de Hus no contradecían en su mayoría los dogmas católicos. Sin embargo, había una cierta herética que le condujo finalmente a la hoguera:

 

"Hus decía que el derecho de estar en la Iglesia lo tenían solamente los predestinados a la salvación, que la verdadera Iglesia era la invisible integrada por los predestinados. Es la idea que constituye una amenaza directa para la Iglesia institucional de la que Hus decía que no siempre se regía por el evangelio. Sostenía que quien no seguía el ejemplo de Jesucristo, no era predestinado y por ello los predestinados no tenían la obligación de obedecerle".

 

Pero, ¿quiénes fueron los predestinados? ¿En qué se distinguían de los demás? ¿Quién debía decidir quién era o no era predestinado? Hus decía también que el papa que pecaba no era papa y el emperador que pecaba no era emperador. Pero ¿hay en este mundo un sólo hombre que nunca peque? ¿Somos hombres, descendientes de Adán y Eva, nacidos del pecado original, o ángeles sin pecado?

 

Václav Polc subraya que por esta posición Juan Hus fue declarado hereje en el concilio de Constanza. Y es precisamente este punto en su enseñanza al que se ha referido el actual papa Juan Pablo II al comentar que Hus no fue del todo católico. Polc advierte también que se trata además de la opinión que, en caso de materializarse, habría tenido consecuencias trascendentales y peligrosas para la sociedad, lo que confirma el historiador Petr Cornej: "Habría podido originar anarquía porque suponía que cada uno percibía la palabra de Dios de manera diferente. El hecho de que el principio de la predestinación autorizaba a cada uno a juzgar la conducta de su prójimo, de su párroco o de su superior, según su propia percepción del evangelio, habría llevado a la desobediencia y a la insubordinación. En tal caso, no habrían sido necesarias las leyes ni las instituciones".

 

Un ejemplo de lo que significaría esta postura en la práctica, lo dio el mismo Hus en el concilio de Constanza. Rechazó someterse al dictamen del tribunal, es decir, someterse a la ley eclesiástica que, como sacerdote, debía obedecer. Proclamó que el único que podría juzgarle era Jesucristo como Juez y Rey Supremo de la cristiandad.

 

Václav Polc reprocha también a Hus la presunción de haber pensado que era el único portador de la Verdad, sin admitir la discusión ni respetar las opiniones de los demás. Petr Cornej puntualiza que la insistencia de Hus en que sus verdades eran verdades divinas, constituyó uno de los puntos de la querella formulada contra él en Constanza. La ley eclesiástica vigente por aquel entonces establecía que uno de los rasgos típicos del hereje era su impenitencia, obstinación e indocilidad, lo que Juan Hus confirmó durante los interrogatorios.

 

¿Cuál es, entonces, el legado de Juan Hus?

 

El historiador Petr Cornej destaca que la fuerza y el mensaje moral de este reformador religioso no residían en sus enseñanzas que no eran originales, sino que en su actuación y su capacidad de dirigirse a las masas:

 

"Residían también en que en su vida privada se regía según los principios que predicaba, dando ejemplo a sus partidarios, así como en su esfuerzo sincero de reformar la comunidad cristiana.

Es algo lo que hoy en día admite incluso la Iglesia Católica. En la conferencia internacional dedicada a este gran personaje de la historia checa, que se efectuó hace tres años en Roma, el papa Juan Pablo II expresó su dolor por la quema de Juan Hus y lo calificó de un hombre empujado por buenas intenciones".


JERONIMO SAVONAROLA

Fecha de Edición: 14 de Septiembre 2010

JERÓNIMO SAVONAROLA

Precursor de la Gran Reforma 1452-1498

Todo el pueblo de Italia afluía a Florencia en número siempre creciente. Las enormes multitudes ya no cabían en el famoso Duomo. El predicador Jerónimo Savonarola abrasaba con el fuego del Espíritu Santo, y sintiendo la inminencia del Juicio de Dios, tronaba contra el vicio, el crimen y la corrupción

 desenfrenada en la propia iglesia.

 

El pueblo abandonó entonces la lectura de las publicaciones mundanas y banales, y comenzó a leer los sermones del fogoso predicador; dejó de cantar las canciones callejeras y se

puso a cantar los himnos de Dios. En Florencia, los niños hicieron procesiones para recoger las máscaras carnavalescas, los libros obscenos y todos los objetos superfluos que servían a la vanidad. Con todos esos objetos formaron en la plaza pública una pirámide de veinte metros de altura, y le prendieron fuego.

Mientras esa pirámide ardía, el pueblo cantaba himnos y las campanas de la ciudad repicaban anunciando la victoria.

 

Si entonces la situación política allí hubiese sido igual a la que hubo después en Alemania, el intrépido y piadoso Jerónimo Savonarola habría sido por cierto el instrumento usado para iniciar el movimiento de la Gran Reforma, en vez de Martín Lutero. A pesar de todo, Savonarola se convirtió en uno de los osados y fletes heraldos que condujo al pueblo hacia la fuente pura y las verdades apostólicas de las Sagradas Escrituras.

 

Jerónimo era el tercero de los siete hijos de la familia Savonarola. Sus padres eran personas cultas y mundanas, y gozaban de mucha influencia. Su abuelo paterno era un famoso médico de la corte del Duque de Ferrara, y los padres de Jerónimo deseaban que su hijo llegase a ocupar el lugar del abuelo.

 

 En el colegio fue un alumno que se distinguió por su aplicación. Sin embargo, los estudios de la filosofía de Platón, así como de Aristóteles, sólo consiguieron envanecerlo. Sin duda alguna, fueron los escritos del célebre hombre de Dios, Tomás de Aquino, lo que más influencia ejerció en él, además de las propias Escrituras, para que él entregase enteramente su corazón y su vida a Dios. Cuando aún era niño, tenía la

costumbre de orar, y a medida que fue creciendo, su fervor en la oración y el ayuno fue en aumento.

 

Pasaba muchas horas seguidas orando. La decadencia de la iglesia, llena de toda clase de vicios y pecados, el lujo y la ostentación de los ricos en contraste con la profunda pobreza de los pobres, le afligían el corazón. Pasaba mucho tiempo solo en los campos y a orillas del río Po, meditando y en contemplación

en la presencia de Dios, ya cantando, ya llorando, conforme a los sentimientos que le ardían en el pecho.

  

Siendo él aún muy joven, Dios comenzó a hablarle en visiones. La oración era su mayor consuelo; las gradas del altar, donde permanecía postrado horas enteras, quedaban a menudo mojadas con sus lágrimas. Hubo un tiempo en que Jerónimo comenzó a enamorar a cierta joven florentina. Sin embargo, cuando la muchacha le hizo comprender que su orgullosa familia Strozzi nunca consentiría su unión con alguien de la familia Savonarola, que ellos despreciaban, Jerónimo abandonó por completo la idea de casarse. Volvió entonces a orar con un fervor creciente. Resentido con el mundo, desilusionado de sus propios anhelos, sin encontrar a nadie que le pudiese aconsejar, y cansado de presenciar las injusticias y perversidades que lo

rodeaban, las cuales no podía remediar, resolvió abrazar la vida monástica.

 

Al presentarse al convento, no pidió el privilegio de hacerse monje, sino solamente que lo aceptasen para realizar los servicios más humildes de la cocina, de la huerta y del monasterio.

 

En el claustro, Savonarola se dedicó con más ahínco aún a la oración, al ayuno y a la contemplación en la presencia de Dios. Sobresalía entre todos los demás monjes por su humildad, sinceridad y obediencia, por lo que lo designaron para enseñar filosofía, posición que ocupó hasta salir del convento.

 

Después de haber pasado siete años en el monasterio de Boloña, Fray Jerónimo fue para el convento de San Marcos, en Florencia. Cuando llegó, su desilusión fue muy grande al comprobar que el pueblo florentino era tan depravado como el de cualquier otro lugar. Hasta entonces él todavía no había

reconocido que solamente la fe en Cristo es la que salva.

 

Al completar un año en el convento de San Marcos, fue nombrado instructor de los novicios y, por fin, lo nombraron predicador del monasterio. A pesar de tener a su disposición una excelente biblioteca, Savonarola hacía más y más uso de la Biblia como su libro de instrucción.

 

Sentía cada vez más el terror y la venganza del Día del Señor, que se aproxima, y a veces se ponía a tronar desde el pulpito, contra la impiedad del pueblo. Eran tan pocos los que asistían a sus predicaciones, que Savonarola resolvió dedicarse enteramente a la instrucción de los novicios. Sin embargo, igual que Moisés, no podía de esa manera escapar al llamamiento de Dios.

  

Cierto día, al dirigirse a una monja, vio repentinamente, que los cielos se abrieron, y delante de sus ojos pasaron todas las calamidades que sobrevendrán a la Iglesia. Entonces le pareció oír una voz que desde el cielo le ordenaba que anunciara todas esas cosas a la gente.

 

Convencido de que la visión era del Señor, comenzó nuevamente a predicar con voz de trueno. Bajo una nueva unción del Espíritu Santo, sus sermones en que condenaba al pecado eran tan impetuosos, que muchos de los oyentes se quedaban por algún tiempo aturdidos y sin deseos de hablar en las calles. Era común, durante sus sermones, que se oyesen resonar los sollozos y el llanto de la gente en la iglesia. En

otras ocasiones, tanto hombres como mujeres, de todas las edades y de todas las clases sociales, rompían en vehemente llanto.

 

El fervor de Savonarola en la oración aumentaba día por día y su fe crecía en la misma proporción.

Frecuentemente, mientras oraba, caía en éxtasis. Cierta vez, estando sentado en el pulpito, le sobrevino una visión, que lo dejó inmóvil durante cinco horas; mientras tanto su rostro brillaba, y los oyentes que estaban en la iglesia lo contemplaban.

  

En todas partes donde Savonarola predicaba, sus sermones contra el pecado producían profundo terror.

Los hombres más cultos comenzaron entonces a asistir a sus predicaciones en Florencia; fue necesario realizar las reuniones en el Duomo, famosa catedral, donde continuó predicando durante ocho años. La gente se levantaba a media noche y esperaba en la calle hasta la hora en que abrían la catedral.

El corrompido regente de Florencia, Lorenzo de Médicis, trató por todos los medios posibles, como la lisonja, las dádivas de cohecho, las amenazas y los ruegos, inducir a Savonarola a que desistiese de predicar contra el pecado, y especialmente contra las perversidades del regente. Por fin, viendo que todo era inútil, contrató al famoso predicador Fray Mariano para que predicase contra Savonarola. Fray Mariano predicó un sermón, pero el pueblo no le prestó atención a su elocuencia y astucia, por lo que Fray Mariano no se atrevió a predicar más.

 

Fue en ese tiempo que Savonarola profetizó que Lorenzo, el Papa y el rey de Nápoles iban a morir dentro de un año, lo que efectivamente sucedió.

 

Después de la muerte de Lorenzo, Carlos VIII de Francia invadió a Italia y la influencia de Savonarola aumentó todavía más. La gente abandonó la literatura banal y mundana para leer los sermones del famoso predicador. Los ricos socorrían a los pobres en vez de oprimirlos. Fue en ese tiempo que el pueblo preparó

una gran hoguera en la "piazza" (plaza) de Florencia y quemó una gran cantidad de artículos usados para fomentar vicios y vanidades. En la gran catedral Duomo ya no cabían más los inmensos auditorios.

 

Sin embargo, el éxito de Savonarola fue muy breve. El predicador fue amenazado, excomulgado y, por fin, en el año 1498, por orden del Papa, fue ahorcado y su cadáver quemado en la plaza pública.

 

Pronunciando las palabras: "¡El Señor sufrió tanto por mi!" terminó la vida terrestre de uno de los más grandes y más abnegados mártires de todos los tiempos.

 

A pesar de que hasta la hora de su muerte él sustentó muchos de los errores de la Iglesia Romana, enseñaba que todos los que son realmente creyentes están en la verdadera iglesia.

 

Continuamente alimentaba su alma con la Palabra de Dios. Los márgenes de las páginas de su Biblia están llenos de notas

escritas mientras meditaba en las Escrituras. Conocía de memoria una gran parte de la Biblia y podía abrir el libro y hallar al instante cualquier texto. Pasaba noches enteras orando, y tuvo la gracia de recibir algunas revelaciones mediante éxtasis o visiones. Sus libros sobre "La humildad", "La oración", "El amor", etc., continúan ejerciendo gran influencia sobre los hombres. Destruyeron el cuerpo de ese

precursor de la Gran Reforma, pero no pudieron apagar las verdades que Dios, por su intermedio, grabó

en el corazón del pueblo.


MARTIN LUTERO EL GRAN REFORMADOR          (1483 - 1546)

Fecha de Edición 17 Agosto 2010

 

Dada la importancia de Martin Lutero en la Historia de la Reforma de la Iglesia. Tienes a tu disposición la Biografía escrita, video documental y la pelicula de su vida además de las 95 Tesís.

DOCUMENTAL: Martin Lutero


Biografía de Martin Lutero

Tomado del Libro Biografias de Grandes Cristianos de Orlando Boyer 

MARTIN LUTERO (1483 - 1546)
MARTIN LUTERO (1483 - 1546)

 

 Juan Hus dijo en la cárcel, cuando fue sentenciado por el Papa a ser quemado vivo: "Pueden matar el ganso (en su lengua 'hus' quiere decir ganso), pero dentro de cien años aparecerá un cisne que no podrán quemar."

 

Mientras caía la nieve y el viento helado aullaba como una fiera alrededor de la casa, nació ese "cisne", en Eisleben, Alemania. Al día siguiente el recién nacido fue bautizado en la Iglesia de San Pedro y San Pablo, y como era ése el día de San Martín, el pequeño recibió el nombre de Martín Lutero.

Ciento dos años después de que Juan Hus expirara en la hoguera, el "cisne" fijó en la puerta de la iglesia de Wittenberg, sus noventa y cinco tesis contra la venta de indulgencias, hecho que dio origen a la Gran Reforma. Juan Hus se equivocó en sólo dos años en su predicción.

  

Para dar el debido valor a la obra de Martín Lutero, es necesario recordar el obscurantismo y la confusión que reinaban en la época en que él nació.

Se calcula que por lo menos un millón de albigenses habían sido muertos en Francia en cumplimiento de una orden del Papa, de que esos "herejes" (que sustentaban la Palabra de Dios) fuesen cruelmente exterminados. Wycliffe, "la Estrella del Alba de la Reforma", había traducido la Biblia a la lengua inglesa. Juan Hus, discípulo de Wycliffe, había muerto en la hoguera en Bohemia suplicando al Señor que perdonase a sus perseguidores. Jerónimo de Praga, compañero de Hus y también un erudito, había sufrido el mismo suplicio cantando himnos en las llamas hasta que exhaló su último suspiro. Juan Wessel, un notable predicador de Erfurt, había sido encarcelado por enseñar que la salvación se obtiene por gracia. Aprisionaron su frágil cuerpo entre hierros, donde murió cuatro años antes del nacimiento de Lutero. En Italia, quince años después del nacimiento de Lutero, Savonarola, un hombre dedicado a Dios y fiel predicador de la Palabra, fue ahorcado y su cuerpo fue reducido a cenizas, por orden de la iglesia.

Fue en tal época que nació Martín Lutero. Como muchos de los hombres más célebres, pertenecía a una familia pobre. El acostumbraba decir: "Soy hijo de campesinos; mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo fueron verdaderos campesinos." Luego añadía: "Tenemos tanta razón para vanagloriarnos de nuestra ascendencia, como tiene el diablo para enorgullecerse de su linaje angelical."

Los padres de Martín Lutero tuvieron que trabajar incansablemente para poder vestir, alimentar y educar a sus siete hijos. El padre trabajaba en las minas de cobre, y la madre, además de atender a sus quehaceres domésticos, transportaba leña sobre sus espaldas desde el bosque.

Sus padres no solamente se interesaban por el desarrollo físico e intelectual de sus hijos, sino también por su desenvolvimiento espiritual. Cuando Martín tuvo uso de razón, su padre le enseñó a arrodillarse al lado de su cama, por las noches antes de acostarse, y rogaba a Dios que hiciese que el niño recordara el nombre de su Creador. (Ecl_12:1.)

 

Su madre era sincera y devota; así pues, enseñó a sus hijos que considerasen a todos los monjes como hombres santos, y a todas las transgresiones de los reglamentos de la iglesia, como transgresiones de las leyes de Dios. Martín aprendió los Diez Mandamientos y el "Padre Nuestro", a respetar la Santa Sede en la distante y sagrada Roma, y a mirar reverentemente cualquier hueso o fragmento de ropa que hubiese pertenecido a algún santo. Sin embargo, su religión se basaba más en que Dios era un Juez vengativo, que un Amigo de los niños. (Mateo 19:13-15.) Siendo ya adulto, Lutero escribió: "Me estremecía y me ponía pálido al oír mencionar el nombre de Cristo, porque me habían enseñado a considerarlo como un juez encolerizado. Nos habían enseñado que nosotros mismos debíamos hacer propiciación por nuestros pecados; que no podemos compensar suficientemente nuestras culpas, sino que es necesario recurrir a los santos del cielo, y clamar a María para que interceda a nuestro favor desviando de nosotros la ira de Cristo."

El padre de Martín, sintiéndose muy satisfecho con los trabajos escolares de su hijo en la villa donde vivían, decidió mandarlo, cuando cumplió los trece años de edad, a la escuela franciscana de la ciudad de Magdeburgo.

El joven se presentaba frecuentemente al confesonario, donde el sacerdote le imponía penitencias y lo obligaba a practicar buenas obras a fin de obtener la absolución. Martín se esforzaba incesantemente por conseguir el favor de Dios, mediante la piedad, y ese mismo deseo lo llevó más tarde a la vida del convento.

Para su subsistencia en Magdeburgo, Martín tenía que pedir limosna por las calles, cantando canciones de puerta en puerta. En vista de ello sus padres, pensando que en Eisenach lo pasaría mejor, lo enviaron a estudiar en esa ciudad, donde, además, vivían parientes de su madre. No obstante, esos parientes no le prestaron ninguna ayuda, y el joven tuvo que seguir pidiendo limosna para poder comer.

Cuando ya estaba a punto de abandonar sus estudios, para ponerse a trabajar con las manos, cierta señora acomodada, Doña Úrsula Cota, atraída por sus oraciones en la iglesia y conmovida por la humildad con que recibía cualquier sobra de comida, en su puerta, lo acogió en el seno de su familia. Por vez primera Lutero conoció lo que era la abundancia. Años más tarde él se refirió a la ciudad de Eisenach como "la ciudad bien amada". Cuando Lutero se hizo famoso, uno de los hijos de la familia Cota fue a cursar sus estudios en Wittenberg, donde Lutero lo recibió en su casa.

Cuando vivió en la casa de Doña Úrsula, su afectuosa madre adoptiva, Martín hizo progresos muy rápidos, recibiendo una sólida educación. Su maestro, Juan Trebunius, era un hombre culto y de método esmerado. No maltrataba a sus alumnos como lo hacían los demás maestros. Se cuenta que al encontrarse con los muchachos de su escuela, los saludaba quitándose el sombrero, porque... "nadie sabía si entre ellos había futuros doctores, regentes, cancilleres o reyes..." Para Martín, el ambiente de la escuela y del hogar le fue favorable para formar un carácter fuerte e inquebrantable, tan necesario para enfrentar a los más temibles enemigos de Dios.

 

Martín Lutero era más sobrio y devoto que los demás muchachos de su edad. Refiriéndose a ese hecho, Doña Úrsula dijo, a la hora de su muerte, que Dios había bendecido su hogar grandemente desde el día en que Lutero entró a su casa.

Mientras tanto, los padres de Martín habían prosperado algo económicamente. El padre había alquilado un horno para la fundición de cobre, y después compró otros dos. Había sido electo concejal de su ciudad, y comenzó a hacer planes para educar a sus hijos. Sin embargo, Martín nunca se avergonzó de los días de sus pruebas y de su miseria; al contrario, los consideraba como la mano de Dios, que lo había guiado dirigiéndolo y preparándolo para su gran obra. Nadie puede, en la edad madura, encarar seriamente y con ahínco las vicisitudes de la vida, si no aprende por experiencias mientras es joven.

A los dieciocho años, Martín deseaba estudiar en una universidad. Su padre, reconociendo la capacidad de su hijo, lo envió a Erfurt, que era entonces el centro intelectual del país, donde cursaban sus estudios más de mil estudiantes. El joven estudió con tanto ahínco, que al fin del tercer semestre obtuvo el grado de bachiller en filosofía. A la edad de veintiún años alcanzó el segundo grado académico, el de doctor en filosofía; los estudiantes, profesores y autoridades le rindieron significativo homenaje.

 

Dentro de los muros de Erfurt había cien predios que pertenecían a la iglesia, incluyendo ocho conventos. Había también una importante biblioteca, que pertenecía a la universidad, donde Lutero pasaba todo su tiempo disponible. Siempre rogaba fervorosamente a Dios que le prodigase su bendición en sus estudios. El acostumbraba decir: "Orar bien es la mejor parte de los estudios." Sobre él escribió cierto colega: "Cada mañana él precede sus estudios con una visita a la iglesia y con una oración a Dios."

Su padre, deseando que Martín llegara a ser abogado y se volviese célebre, le compró el "Corpus Juris", que es gran obra de jurisprudencia muy costosa.

Sin embargo, el alma de Lutero deseaba ardientemente a Dios, por encima de todas las cosas. Varios acontecimientos influyeron en Lutero induciéndolo a entrar a la vida monástica, decisión esa que llenó de profunda tristeza a su padre y horrorizó a sus compañeros de la universidad.

Primero, en la biblioteca se encontró con el maravilloso libro de los libros, la Biblia completa, en latín. Hasta entonces Lutero había creído que las pequeñas porciones escogidas por la iglesia para que se leyeran los domingos eran toda la Palabra de Dios. Después de leer la Biblia durante un largo rato, exclamó: "¡Oh! ¡Si la Providencia me diese un libro como éste, sólo para mí!" Al seguir leyendo las Escrituras, su corazón comenzó a percibir la luz que irradia de la Palabra de Dios, y su alma a sentir aún más sed de Dios.

 

Al tiempo de graduarse de bachiller, las largas horas de estudio le ocasionaron una enfermedad que lo llevó al borde de la muerte. De esa manera, su hambre por la Palabra de Dios quedó aún más enraizada en el corazón de Lutero. Algún tiempo después de esa enfermedad, estando de viaje para visitar a su familia, le dieron un golpe de espada, y dos veces estuvo al borde de la muerte antes de que un cirujano llegase a curarle la herida. Para Lutero, la salvación de su alma sobrepasaba cualquier otro anhelo.

Cierto día, uno de sus íntimos amigos de la universidad fue asesinado. "¡Ah!" exclamó Lutero, horrorizado, "¿qué habría sido de mí si hubiese sido llamado de ésta a la otra vida tan inopinadamente?"

Pero de todos esos acontecimientos, el que más le estremeció el espíritu, fue el que experimentó durante una terrible tempestad eléctrica cuando regresaba de visitar a sus padres. No tenía donde guarecerse. El cielo estaba encendido, los rayos rasgaban las nubes a cada instante. De repente, un rayo cayó a su lado. Lutero, lleno de espanto y sintiéndose ya cerca del infierno, se postró gritando: "¡Santa Ana, sálvame y me haré monje!"

Más tarde Lutero llamó a ese incidente: "Mi camino real hacia Damasco", y no tardó en cumplir la promesa que le hiciera a Santa Ana. Invitó entonces a sus compañeros para que cenaran con él. Después de la comida, mientras sus amigos se divertían conversando y oyendo música, les anunció repentinamente que de ahí en adelante podrían considerarlo muerto, puesto que él iba a entrar al convento. En vano sus compañeros trataron de disuadirlo de su proyecto. En la obscuridad de esa misma noche, el joven, antes de cumplir sus veintidós años de edad, se dirigió al convento de los agustinos, tocó, la puerta se abrió, y Lutero entró. ¡El profesor admirado y festejado, la gloria de la universidad, que había pasado días y noches inclinado sobre los libros, se convertía ahora en un hermano agustino!

 

El monasterio de los agustinos era el mejor de los claustros de Erfurt. Sus monjes eran los predicadores de la ciudad, muy estimados por sus obras de caridad entre la clase pobre y oprimida. Nunca hubo en aquel convento un monje más sumiso, más devoto y más piadoso que Martín Lutero. Se sometía a los trabajos más humildes, como el ser portero, sepulturero, barrendero de la iglesia y de las celdas de los monjes. No rehusaba salir a mendigar el pan cotidiano para el convento, en las calles de Erfurt.

Durante el año de noviciado, antes de hacerse monje, los amigos de Lutero hicieron todo lo posible para disuadirlo de que llevase a cabo su decisión. Los compañeros que el convidó a cenar para anunciarles su intención de hacerse monje, se quedaron dos días junto al portón del convento esperando que él regresase al mundo. El padre de Lutero casi enloqueció al comprobar que sus ruegos eran inútiles y que todos los planes que él había forjado para el porvenir de su hijo habían fracasado.

Lutero se disculpaba diciendo: Hice una promesa a Santa Ana, para salvar mi alma. Entré al convento y acepté ese estado espiritual solamente para servir a Dios y agradarle durante la eternidad.

Sin embargo, demasiadas ilusiones se había hecho Lutero. Después de procurar crucificar la carne con ayunos prolongados, imponiéndose las más severas privaciones, y realizando un sinnúmero de vigilias, halló que, encerrado en su celda, todavía tenía que luchar contra los malos pensamientos. Su alma clamaba: "Dadme santidad o muero por toda la eternidad; llevadme al río de aguas puras y no a estos manantiales de aguas contaminadas; conducidme a las aguas de vida que salen del trono de Dios."

Cierto día Lutero encontró en la biblioteca del convento una vieja Biblia en latín, agarrada a la mesa por una cadena; para él, ésta fue un tesoro infinitamente mejor que todos los tesoros literarios del convento. Estuvo tan embebecido leyéndola, que durante semanas enteras dejó de repetir las oraciones diurnas de la orden. Luego, despertado por la voz de su conciencia, Lutero se arrepintió de su negligencia; era tal su remordimiento que no podía dormir. Se apresuró entonces a enmendar su error, y puso en ello tanto empeño que hasta se olvidaba de tomar sus alimentos.

En esas circunstancias, enflaquecido al máximo por tantos ayunos y vigilias, se sintió oprimido por los temores hasta llegar a perder los sentidos y caer al suelo. Así lo hallaron los otros monjes |y quedaron admirados nuevamente por su piedad excepcional!

Lutero sólo recobró el conocimiento cuando un grupo de frailes del coro lo rodeó cantando. La suave armonía le llegó hasta el alma y le despertó el espíritu. Sin embargo, aun así le faltaba la paz perpetua para su alma, aún no había oído cantar al coro celestial: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad."

En ese tiempo, el vicario general de la orden de los agustinos, Staupitz, visitó el convento. Era un hombre de gran discernimiento y devoción profunda; comprendió inmediatamente el problema del joven monje, y le ofreció una Biblia en la cual éste leyó: "El justo vivirá por fe." Por cuánto tiempo Lutero había anhelado: "¡Oh, si Dios me diese un libro de estos sólo para mil" — ¡Ahora él ya lo poseía!

En la lectura de la Biblia encontró un gran consuelo, pero la obra no podía completarse en un día. Quedó entonces más resuelto que nunca a alcanzar la paz para su alma en la vida monástica, ayunando y pasando noches enteras sin dormir. Estando gravemente enfermo exclamó: "[Mis pecados! ¡Mis pecados!" A pesar de que su vida estaba libre de manchas, como él afirmaba y otros atestiguaban, se sentía culpable ante Dios, hasta que un anciano monje le recordó una palabra del Credo: "Creo en el perdón de los pecados." Vio entonces que Dios no solamente había perdonado los pecados de Daniel y de Simón Pedro, sino también los suyos.

Poco tiempo después de esos acontecimientos, Lutero se ordenó de sacerdote. La primera misa que celebró fue un gran suceso. Su padre, que no lo había perdonado desde el día en que él había abandonado sus estudios de jurisprudencia hasta ese momento, asistió a la primera misa, después de viajar a caballo desde Mansfield acompañado por veinticinco amigos, y trayendo un buen donativo para el convento.

Después que cumplió los veinticinco años de edad, Lutero fue designado para la cátedra de filosofía de Wittenberg, a donde se mudó para vivir en el convento de su orden. Sin embargo, su alma tenía ansias de la Palabra de Dios y del conocimiento de Cristo. En medio de las ocupaciones que le imponía su cátedra de filosofía, se dedicó al estudio de las Escrituras, y en ese primer año obtuvo el título de "bachiller en Biblia". Su alma ardía con el fuego de los cielos; de todas partes afluían multitudes para escuchar sus discursos, los cuales emanaban abundante y vivamente de su corazón, sobre las maravillosas verdades reveladas en las Escrituras. Uno de los más famosos profesores de Leipzig, conocido como "La luz del mundo", dijo: "Este fraile avergonzará a todos los doctores; pregonará una doctrina nueva y reformará toda la iglesia, porque él se basa en la Palabra de Cristo. La Palabra que nadie en el mundo puede resistir, y nadie puede refutar, aun cuando se la ataque con todas las armas de la filosofía."

 

Uno de los puntos culminantes de la biografía de Lutero es su visita a Roma. Había surgido una disputa reñida entre siete conventos de los agustinos y decidieron llevar los puntos de la desavenencia para que el Papa los resolviera. Como Lutero era el hombre más hábil y más elocuente, y además, era altamente apreciado y respetado por todos los que lo conocían, fue escogido para representar a su convento en Roma.

Lutero hizo el viaje a pie en compañía de otro monje. En aquel tiempo Lutero todavía estaba fiel y enteramente dedicado a la Iglesia Católica. Cuando, al fin llegaron a un punto del camino desde donde se avistaba la famosa ciudad, Lutero cayó de rodillas y exclamó: "¡Ciudad Santa, yo te saludo!"

Los dos monjes pasaron un mes en Roma visitando los diversos santuarios y los lugares de peregrinación. Lutero celebró misa diez veces. [Lamentó entonces que sus padres no se hubiesen muerto todavía, porque los hubiera podido rescatar del purgatorio! Un día, subiendo la Santa Escalinata de rodillas, a fin de ganarse la indulgencia que el jefe de la iglesia prometía por ese sacrificio, resonaron en sus oídos con voz de trueno las palabras de Dios: "El justo vivirá por la fe." Lutero se levantó y salió avergonzado.

Después que vio la corrupción tan generalizada que había en Roma, su alma se apegó a la Biblia, más que nunca. Al llegar de regreso a su convento, el vicario general insistió en que diese los pasos necesarios para obtener el título de doctor, el cual le daría el derecho de predicar. Sin embargo, reconociendo Lutero la enorme responsabilidad que eso le acarrearía ante Dios y no queriendo ceder, dijo: "No es de poca importancia que el hombre hable en lugar de Dios... Ah, señor doctor, al pedirme que lo haga, me quitáis la vida; no resistiré más de tres meses." El vicario general le respondió: "¡No importa! Que así sea, en nombre de Dios, puesto que Dios también necesita en los cielos a hombres consagrados e inteligentes."

 

Ya elevado a la dignidad de doctor en teología, el corazón de Lutero ardía aún más en deseos de profundizar sus conocimientos de las Sagradas Escrituras; fue entonces nombrado predicador de la ciudad de Wittenberg. Los libros que él estudió y sus márgenes llenos de anotaciones que escribió en letra menuda, sirven a los eruditos de hoy como ejemplo, por la forma cuidadosa y ordenada en que Lutero realizó sus estudios.

El mismo escribió lo siguiente acerca de la gran transformación que experimentó su vida en ese tiempo: "Deseando ardientemente comprender las palabras de Pablo, comencé a estudiar su epístola a los Romanos. Sin embargo, noté que en el primer capítulo consta que la justicia de Dios se revela en el evangelio (w. 16, 17). Yo detestaba las palabras: la justicia de Dios, porque conforme me enseñaron, yo la consideraba como un atributo del Dios Santo que lo lleva a castigar a los pecadores. A pesar de vivir irreprensiblemente como monje, mi conciencia perturbada me mostraba que era pecador ante Dios. Así, yo detestaba a un Dios justo, que castiga a los pecadores... Tenía la conciencia intranquila, en lo íntimo mi alma se sublevaba. Sin embargo, volvía siempre al mismo versículo, porque quería saber lo que Pablo enseñaba. Al fin, después de meditar sobre ese punto durante muchos días y noches, Dios en su gracia infinita me mostró la palabra: 'El justo vivirá por la fe.' Vi entonces que la justicia de Dios, en este versículo, es la justicia que el hombre piadoso recibe de Dios mediante la fe, como una dádiva."

De esa forma el alma de Lutero se libró de su esclavitud. El mismo así lo escribió: "Entonces me sentí recién nacido, y en el paraíso. Todas las Escrituras tenían ahora para mí otro significado; las escudriñaba para ver todo cuanto enseñan sobre la "justicia de Dios". Antes, esas palabras eran odiosas para mí; ahora las recibí con el más intenso amor. Ese versículo fue para mí la puerta de entrada al paraíso."

Después de esa experiencia maravillosa, Lutero predicaba diariamente; en ciertas ocasiones llegaba a predicar hasta tres veces al día, conforme él mismo lo cuenta: "Lo que el pastor es para el rebaño, la casa para el hombre, el nido para el pajarito, la peña para la cabra montes, el arroyo para el pez, eso es la Biblia para las almas fieles." Por fin, la luz del evangelio rasgó las tinieblas en que vivía, y el alma de Lutero ardía por conducir a sus oyentes hacia el Cordero de Dios, que quita todo el pecado.

Lutero hizo que el pueblo considerase la verdadera religión, no como una simple profesión, o un sistema de doctrinas, sino como la vida misma en Dios. La oración no fue más un ejercicio sin sentido, sino una comunión con Dios, quien nos cuida con un amor infinito. Mediante sus sermones, Dios reveló su corazón a miles de oyentes, a través del corazón de Lutero.

Durante una convención de agustinos Lutero fue invitado a predicar, pero en vez de dar un mensaje doctrinal de sabiduría humana, como era de esperarse, pronunció un ardiente discurso contra la lengua maldiciente de los monjes. Los agustinos, impresionados por ese mensaje, ¡lo eligieron director a cargo de once conventos!

Lutero no solamente predicaba la virtud, sino que también la practicaba, amando verdaderamente a su prójimo. En ese tiempo la peste procedente del oriente, visitó a Wittenberg. Se calcula que la cuarta parte de la población de Europa, la mitad de la población de Alemania, fue segada por la peste. Cuando profesores y estudiantes huyeron de la ciudad, instaron a Lutero que huyese también; pero él respondió: "¿A dónde he de huir? Mi lugar esta aquí; el deber no me permite ausentarme de mi puesto, hasta cuando Aquel que me envió a este lugar me llame. No es que yo no le tema a la muerte, sino que espero que el Señor me dé ánimo." Así era como Lutero ejercía su ministerio guiando el alma y el cuerpo de sus semejantes durante un tiempo de aflicción y angustia universales.

 

La fama del joven monje se esparció hasta muy lejos. Entretanto sin reconocerlo, mientras trabajaba incansablemente para la iglesia, se había alejado del rumbo liberal que ella seguía en doctrina y práctica.

En el mes de octubre de 1517, Lutero fijó a la puerta de la iglesia del Castillo de Wittenberg sus 95 tesis, cuyo tenor era que Cristo requiere el arrepentimiento y la tristeza por el pecado cometido, y no la penitencia. Lutero fijó sus tesis o proposiciones para un debate público, en la puerta de la iglesia, como era costumbre en ese tiempo. Pero esas tesis, escritas en latín, fueron enseguida traducidas al alemán, al holandés y al español. Antes de transcurrido un mes, para sorpresa de Lutero, sus tesis ya habían llegado a Italia y estaban haciendo temblar los cimientos del viejo edificio de Roma. Fue como consecuencia de ese acto de fijar las 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg que nació la Reforma, es decir, que fue eso lo que dio origen al gran movimiento de almas que en todo el mundo ansiaban volver a la fuente pura, a la Palabra de Dios. Sin embargo, Lutero no atacó a la iglesia católica; al contrario, salió en defensa del Papa contra los vendedores de indulgencias.

 

En el mes de agosto de 1518, Lutero fue llamado a Roma para responder a la acusación de herejía que se le imputaba. No obstante, el elector Federico no consintió que lo sacasen fuera del país, por lo que Lutero fue intimado a presentarse en Augsburgo. "Te quemarán vivo", insistían sus amigos. Lutero entonces les respondió resueltamente: "Si Dios sustenta la causa, la causa subsistirá."

La orden que emitió el nuncio del Papa en Augsburgo, fue: "Retráctese o no saldrá de aquí." Sin embargo, Lutero consiguió huir de la ciudad atravesando una pequeña cancela en el muro de la ciudad, aprovechando la obscuridad de la noche. Al llegar de nuevo a Wittenberg, un año después de fijar sus tesis, Lutero se había convertido en el personaje más popular de toda Alemania. No existían periódicos en ese tiempo, pero de la pluma de Lutero fluían las respuestas a todos sus críticos, que eran luego publicadas en folletos. Lo que Lutero escribió en esa forma, hoy completa cien volúmenes.

Erasmo, el célebre humanista y literato holandés, le escribió a Lutero: "Sus libros están despertando a todo el país... A los hombres más eminentes de Inglaterra les gustan sus escritos..."

Cuando la bula de excomunión, enviada por el Papa, llegó a Wittenberg, Lutero respondió con un tratado dirigido al Papa, León X, exhortándolo en el nombre del Señor a que se arrepintiese. La bula del Papa fue quemada fuera del muro de la ciudad de Wittenberg ante una gran multitud. Sobre el particular, Lutero escribió al vicario general: "En el momento de quemar la bula, yo estaba temblando y orando, pero ahora estoy satisfecho de haber realizado este enérgico acto." Lutero no esperó a que el Papa lo excomulgase, sino que inmediatamente saltó de la Iglesia de Roma a la Iglesia del Dios Vivo.

No obstante, el Emperador Carlos V, que iba a convocar su primera Dieta en la ciudad de Worms, quería que Lutero compareciese para responder, personalmente, a los cargos de sus acusadores. Los amigos de Lutero insistían en que no fuese, alegando: ¿No fue Juan Hus entregado a Roma para ser quemado, a pesar de la garantía de vida dada por el Emperador? Pero en respuesta a todos los que se esforzaban en disuadirlo de comparecer ante sus terribles enemigos, Lutero, fiel al llamado de Dios, les dijo: "Aun cuando haya en Worms tantos demonios cuantas sean las tejas en los tejados, confiando en Dios, yo iré." Después de impartir instrucciones acerca de su obra, previendo el caso de que no volviese, él partió.

En su viaje a Worms, el pueblo afluyó en masa para conocer al gran hombre que había tenido el coraje de desafiar la autoridad del Papa. En Mora predicó al aire libre, porque en las iglesias ya no cabían las enormes multitudes que querían oír sus sermones. Al avistar las torres de las iglesias de Worms, se irguió en la carroza en que viajaba y cantó su himno, el más famoso de la Reforma: "Ein' Feste Burg", esto es, "Castillo fuerte es nuestro Dios". Al entrar por fin a la ciudad, lo acompañaba el pueblo en una multitud mucho mayor que la que había ido a recibir a Carlos V. Al día siguiente lo llevaron ante el emperador, a cuyo lado se encontraban el delegado del Papa, seis electores del imperio, veinticinco duques, ocho mar-graves, treinta cardenales y obispos, siete embajadores, los diputados de diez ciudades y un gran número de príncipes, condes y barones.

Es fácil imaginar que el reformador fuese un hombre de mucho coraje y de físico vigoroso como para enfrentar tantas fieras que ansiaban despedazarle el cuerpo. Pero la verdad es que él había pasado una gran parte de su vida alejado de los hombres y, sobre todo, se encontraba muy débil por el viaje, durante el cual había tenido necesidad de que lo atendiese un médico. Sin embargo, no perdió su entereza y se mostró valeroso, no en su propia fuerza, sino en el poder de Dios.

Sabiendo que tenía que comparecer ante una de las más imponentes asambleas de autoridades religiosas y civiles de todos los tiempos, Lutero pasó la noche anterior en vigilia. Postrado con el rostro en tierra, luchó con Dios llorando y suplicando. Uno de sus amigos lo oyó orar así: "¡Oh Dios todopoderoso! ¡la carne es débil, el diablo es fuerte! ¡Ah, Dios, Dios mío! Te pido que estés junto a mí contra la razón y la sabiduría del mundo. Hazlo, pues solamente tú lo puedes hacer. No es mi causa sino la tuya. ¿Qué tengo yo con los grandes de la tierra? Es tu causa, Señor, tu justa y eterna causa. ¡Sálvame, oh Dios fiel! ¡Solamente en ti confío, oh Dios! Dios mío... ven, estoy dispuesto a dar, como un cordero, mi propia vida. El mundo no conseguirá atar mi conciencia, aun cuando esté lleno de demonios; y si mi cuerpo tiene que ser destruido, mi alma te pertenece, y estará contigo eternamente..."

Se cuenta que, al día siguiente, cuando Lutero atravesó el umbral del recinto donde comparecería ante la Dieta, el veterano general Freudsburg puso la mano en el hombro del Reformador y le dijo: "Pequeño monje, vas a enfrentarte a una batalla diferente, que ni yo ni ningún otro capitán jamás hemos experimentado, ni siquiera en nuestras más sangrientas conquistas. Sin embargo, si la causa es justa, y estás convencido de que lo es, avanza en nombre de Dios, y no temas nada, que Dios no te abandonará." El gran general no sabía que Martín Lutero había vencido la batalla en oración y que entraba solamente para declarar que la había ganado a peores enemigos.

 

Cuando el nuncio del Papa exigió a Lutero que se retractase ante la augusta asamblea, él respondió: "Si no me refutareis por el testimonio de las Escrituras o por argumentos — puesto que no creo ni en los papas ni en los concilios, siendo evidente que muchas veces ya se engañaron y se contradijeron entre sí— mi conciencia tiene que acatar la Palabra de Dios. No puedo retractarme, ni me retractaré de nada, puesto que no es justo, ni seguro actuar contra la conciencia. Dios me ayude, Amén."

Al volver a su aposento, Lutero levantó las manos al cielo y exclamó con el rostro todo iluminado: "¡Consumado está! "¡Consumado está!" ¡Si yo tuviese mil cabezas, soportaría que todas ellas fuesen cortadas antes que retractarme!"

La ciudad de Worms, al recibir la noticia de la osada respuesta dada por Lutero al nuncio del Papa, se alborozó. Las palabras del Reformador se publicaron y difundieron entre el pueblo, que luego concurrió para rendirle el debido homenaje.

A pesar de que los papistas no consiguieron con su influencia que el emperador violase el salvoconducto y quemase en una hoguera al llamado hereje, Lutero, sin embargo, tuvo que enfrentar otro grave problema. El edicto de excomunión entró inmediatamente en vigor; Lutero, según la excomunión, era considerado un criminal y, al terminar el plazo de su salvoconducto, tendría que ser entregado al emperador; todos sus libros debían ser incautados y quemados; el hecho de ayudarlo de cualquier manera que fuese, sería considerado un crimen capital.

Pero a Dios le es fácil cuidar de sus hijos. Estando Lutero de regreso a Wittenberg, fue repentinamente rodeado en un bosque por un bando de caballeros enmascarados que, después de despedir a las personas que lo acompañaban, lo condujeron a altas horas de la noche, al castillo de Wartburgo, cerca de Eisenach. Esta fue una estratagema del Príncipe de Sajonia para salvar a Lutero de sus enemigos que planeaban asesinarlo antes de que llegase a casa.

En el castillo, Lutero pasó muchos meses disfrazado; tomó el nombre de Caballero Jorge, y el mundo lo daba por muerto. Fieles siervos de Dios oraban día y noche. Las palabras del pintor Alberto Durero expresan los sentimientos del pueblo: "¡Oh Dios! si Lutero fuese muerto ¿quién nos expondría entonces el evangelio?"

Sin embargo, en su retiro, libre de sus enemigos, tuvo libertad de escribir; y el mundo comprendió luego, por la gran cantidad de literatura, que esa obra salía de la pluma de Lutero, y que, de hecho, él estaba vivo. El Reformador conocía bien el hebreo y el griego, y en tres meses tradujo todo el Nuevo Testamento al idioma alemán. En unos meses más, la obra, ya impresa, se encontraba en las manos del pueblo. De esa edición se vendieron cien mil ejemplares en cuarenta años, además de las cincuenta y dos ediciones que se imprimieron en otras ciudades. Para aquel tiempo ésa era una circulación inmensa, pero Lutero no aceptó un solo centavo por concepto de derechos de autor.

 

La mayor obra de toda su vida fue, sin duda, la de dar al pueblo alemán la Biblia en su propia lengua, después de volver a Wittenberg. Entonces ya había otras traducciones, pero escritas en un alemán latinizado que el pueblo no comprendía. La lengua alemana de aquel tiempo era un conjunto de dialectos, pero al traducir la Biblia, Lutero empleó un lenguaje que fuese comprendido por todos, el mismo que más tarde sirvió a hombres como Goethe y Schiller para que escribiesen sus obras. Su éxito al traducir las Sagradas Escrituras para el uso de los más humildes, está confirmado por el hecho de que, aún después de cuatro siglos, se considera su traducción como la principal.

Otro factor importante que contribuyó al éxito de esa traducción, fue que Lutero era un erudito en hebreo y griego, por lo que tradujo directamente de las lenguas originales. No obstante, el valor de su obra no se basa únicamente en sus indiscutibles dotes literarias. Lo que le dio valor fue que Lutero conocía la Biblia como nadie podía conocerla, puesto que él había sentido la angustia eterna y había encontrado en las Escrituras el verdadero y único consuelo. Lutero conocía íntimamente y amaba sinceramente al Autor del Libro. Como resultado, su corazón se inflamó con el fuego y el poder del Espíritu Santo. Ahí residía el secreto de haber podido traducir todo al idioma alemán en tan poco tiempo.

Como es bien sabido, la fortaleza de Lutero y de la Reforma fue la Biblia. Desde Wartburgo él escribió para su pueblo de Wittenberg: "Jamás en ninguna parte del mundo se escribió un libro más fácil de comprender que la Biblia. Comparado con otros libros, es como el sol en contraste con todas las demás luces. No os dejéis inducir por ellos a abandonarla bajo ningún pretexto. Si os alejáis de ella por un momento, todo estará perdido; podrán llevaros a dondequiera que se les antoje. Si permanecéis fíeles a las Escrituras, seréis victoriosos."

Después de colgar el hábito de monje, Lutero resolvió dejar por completo la vida monástica, casándose con Catalina de Bora, una monja que también había salido del claustro porque había comprendido que semejante vida era contra la voluntad de Dios. La figura de Lutero sentado a la lumbre de su hogar con su esposa y sus seis hijos a quienes amaba tiernamente, inspira a los hombres más que el gran héroe al presentarse ante el legado papal en Augsburgo.

En los cultos domésticos la familia rodeaba un harmonio, con el cual alababan a Dios juntos. El Reformador leía el Libro que había traducido para el pueblo, y después alababan a Dios y oraban hasta sentir la presencia divina entre ellos.

Lutero y su esposa se amaban profundamente. Son de él estas palabras: "Soy rico, Dios me ha dado mi monja y tres hijos, las deudas no me atemorizan: Catalina paga todo." Catalina von Bora era apreciada por todos. Algunos, de hecho, llegaban a censurarla porque era demasiado económica; pero, ¿qué habría sido de Martín Lutero y de toda su familia, si ella hubiese actuado como él? Se decía que él, aprovechando que su esposa estaba enferma, cedió su propio plato de comida a cierto estudiante que estaba hambriento. No aceptaba ni un centavo de sus alumnos y se negaba a vender sus escritos, dejándoles todo el lucro a los tipógrafos.

Durante sus meditaciones sobre las Escrituras, muchas veces se olvidaba de comer. Al escribir su comentario sobre el Salmo 23, pasó tres días encerrado en su cuarto comiendo solamente pan y sal. Cuando su esposa hizo abrir la puerta de la habitación con un cerrajero, lo encontraron escribiendo, sumergido en sus pensamientos y completamente ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor.

Es difícil tener una idea exacta de lo mucho que debemos actualmente a Martín Lutero. El gran paso que él dio para que el pueblo quedase libre para servir a Dios conforme a sus leyes, es algo que escapa a nuestra comprensión. Era un gran músico y escribió algunos de los himnos más espirituales que se cantan actualmente. Preparó el primer himnario recopilando diversos himnos, y estableció la costumbre de que todos los asistentes a los cultos cantasen juntos. Insistió en que no solamente los varones, sino también las hembras fuesen instruidas, convirtiéndose así en el padre de las escuelas públicas. Antes de Lutero, el sermón en los cultos tenía muy poca importancia; pero él hizo del sermón la parte principal del culto. El mismo dio el ejemplo para acentuar esa costumbre: era un predicador de gran elocuencia. El mismo se tenía en poco, pero sus mensajes le brotaban de lo más íntimo de su corazón, a tal punto que el pueblo llegaba a sentir la presencia de Dios cuando él predicaba. En Zwiekau predicó a un auditorio de 25 mil personas en la plaza pública. Se calcula que escribió 180 volúmenes en su lengua materna y casi un número igual en latín. A pesar de sufrir de varias enfermedades, siempre se esforzaba, diciendo: "Si yo muriese en la cama, sería una vergüenza para el Papa."

Generalmente se atribuye el gran éxito de Lutero a su extraordinaria inteligencia y a sus destacados dones. El hecho es que él tenía la costumbre de orar durante horas enteras. Decía que si no pasaba dos horas orando por la mañana, se exponía a que Satanás ganase la victoria sobre él durante ese día. Cierto biógrafo escribió: “El tiempo que él pasa orando produce el tiempo para todo lo que hace. El tiempo que pasa escudriñando la Palabra vivificante le llena el corazón, que luego se desborda en sus sermones, en su correspondencia y en sus enseñan-zas.

Su esposa dijo que las oraciones de Lutero “eran a veces como los pedidos insistentes de su hijito Hanschen, que confiaba en la bondad de su padre; otras veces, era como la lucha de un gigante en la angustia del combate.”

  

Encontramos lo siguiente en la Historia de la Iglesia Cristiana, de Souer, Vol. 3, Pág. 406: “Martín Lutero profetizaba, evangelizaba, hablaba lenguas e interpretaba, revestido de todos los dones del Espíritu.”

A los sesenta y dos años predicó su último sermón, sobre el texto: “Escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños.” Ese mismo día escribió a su querida esposa, Catalina: “Echa tu carga sobre el Señor, y él te sustentará. Amén.” Esta fue una frase de su última carta. Vivió esperando siempre que el Papa lograra cumplir la repetida amenaza de quemarlo vivo. Sin embargo, no fue esa la voluntad de Dios. Cristo lo llamó mientras sufría de un ataque al corazón, en Eisleben, su ciudad natal.

Las últimas palabras de Lutero fueron: “Voy a entregar mi espíritu.” Luego alabó a Dios en voz alta: “¡Oh, mi Padre Celestial! Dios mío, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en quien creo, a quien prediqué y a quien confesé, amé y alabé.-.. Oh, mi querido Señor Jesucristo, a ti encomiendo mi pobre alma. [Oh, mi Padre Celestial! En breve tiempo tengo que abandonar este cuerpo, pero sé que permaneceré eternamente contigo y ¡que nadie podrá arrebatarme de tus manos!” Luego, después de recitar a Juan 3:16 tres veces, repitió las palabras: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu, pues tú me rescataste, Dios fiel”; acabando de decir esto, cerró los ojos y durmió.

Un inmenso cortejo de creyentes que lo amaban sinceramente, precedido de cincuenta jinetes, salió de Eisleben con destino a Wittenberg, pasó por la puerta de la ciudad donde el Reformador había quemado años antes la bula de excomunión, y entró por las puertas de la misma iglesia donde, hacía veintinueve años Lutero había fijado las 95 tesis. Durante la ceremonia fúnebre, el pastor Bugenhagen y Melancton, inseparable compañero de Lutero, pronunciaron sendos discursos. Después abrieron la sepultura, previamente preparada al lado del pulpito, y allí depositaron el cuerpo de Lutero.

Catorce años más tarde, el cuerpo de Melancton encontró descanso al otro lado del pulpito de la misma iglesia. Alrededor de esas dos sepulturas yacen los restos mortales de más de noventa maestros de la Universidad.

Las puertas de la iglesia del castillo fueron destruidas por el fuego durante el bombardeo de Wittenberg en 1760, pero fueron substituidas por puertas de bronce en 1812, sobre las cuales se encuentran grabadas las 95 tesis. Pero este gran hombre, que perseveró en la oración, dejó grabadas, no en el metal que al fin se corroe, sino en centenares de millones de almas inmortales, la Palabra de Dios que estará dando fruto para toda la eternidad.

PELICULA: Lutero


LAS 95 TESIS DE LUTERO

Las puertas de la Iglesia de Wittenberg donde Lutero clavó sus tesis no se conservan, ya que fueron destruidas por un incendio en 1760. En 1858, para conmemorar el 375º aniversario del nacimiento de Martín Lutero, fueron colocadas unas puertas de bronce que tienen grabados los textos en latín de las 95 tesis. La pintura del tímpano representa a Lutero y al también reformista Philipp Melanchthon arrodillados ante una Crucifixión. Lutero sostiene en sus manos su Biblia Alemana y Melancthon las Confesiones de Augsburgo.

IGLESIA DE WITTENBERG

Las 95 tesis de Martín Lutero

Disputación acerca de la determinación del valor de las indulgencias

 

Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a luz, se discutirán en Wittenberg las siguientes proposiciones bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero, Maestro en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no puedan estar presentes y debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito.

En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

 

    1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: «Haced penitencia...»,

            ha querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia.
     2. Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia sacramental

           (es decir, de    aquella relacionada con la confesión y satisfacción)

            Que se celebra  el ministerio de los sacerdotes.
      3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior;

             antes bien, una penitencia interna es nula si no obra exteriormente

             diversas  mortificaciones de la carne.
       4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al propio yo (es decir,

              la verdadera penitencia interior),  lo que significa que ella continúa hasta la entrara

              en el reino de los cielos.
        5. El Papa no quiere ni puede remitir culpa alguna, salvo aquella que él ha impuesto,     

               sea por su arbitrio, sea por conformidad a los cánones.
        6. El Papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y testimoniando que ha

              sido remitida por Dios, o remitiéndola con certeza en los casos que se ha reservado.

              Si éstos fuesen menospreciados, la culpa subsistirá íntegramente.
         7. De ningún modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo tiempo lo humille

                y lo someta en todas las cosas al sacerdote, su vicario.
         8. Los cánones penitenciales han sido impuestos únicamente a los vivientes y nada

               debe ser impuesto a los moribundos basándose en los cánones.
         9. Por ello, el Espíritu Santo nos beneficia en la persona del Papa, quien en sus

               decretos siempre hace una excepción en caso de muerte y de necesidad.
      10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a los moribundos

                penas canónicas en el purgatorio.
       11. Esta cizaña, cual la de transformar la pena canónica en pena para el purgatorio,

                 parece por cierto haber sido sembrada mientras los obispos dormían.
       12. Antiguamente las penas canónicas no se imponían después sino antes de la

                 absolución, como prueba de la verdadera contrición.
       13. Los moribundos son absueltos de todas sus culpas a causa de la muerte y ya

                son muertos para las leyes canónicas, quedando de derecho exentos de ellas.
       14. Una pureza o caridad imperfectas traen consigo para el moribundo,

                 necesariamente, gran miedo; el cual es tanto mayor cuanto menor sean aquéllas.
       15. Este temor y  horror son suficientes por sí solos (por no hablar de otras cosas)

                para constituir la pena del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror de

                 la desesperación.
       16. Al parecer, el infierno, el purgatorio y el cielo difieren entre sí como la

                desesperación, la cuasi desesperación y la seguridad de la salvación.
       17. Parece necesario para las almas del purgatorio que a medida que disminuya

                el horror, aumente la caridad.
       18. Y no parece probado, sea por la razón o por las Escrituras, que estas almas

                estén excluidas del estado de mérito o del crecimiento en la caridad.
       19. Y tampoco parece probado que las almas en el purgatorio, al menos en su

                totalidad, tengan plena certeza de su bienaventuranza ni aún en el caso de

                que nosotros podamos estar completamente seguros de ello.
       20. Por tanto, cuando el Papa habla de remisión plenaria de todas las penas,

                significa simplemente el perdón de todas ellas, sino solamente el de aquellas

                que él mismo impuso.
       21. En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias que afirman que

                el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias 

                del Papa.
       22. De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del purgatorio que,

                según los cánones, ellas debían haber pagado en esta vida.
       23. Si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisión de todas las penas,

                es seguro que ello solamente puede otorgarse a los más perfectos, es decir, muy pocos.
       24. Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente engañada por

                esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de las penas.
       25. El poder que el Papa tiene universalmente sobre el purgatorio, cualquier obispo

                o cura lo posee en particular sobre su diócesis o parroquia.
       26. Muy bien procede el Papa al dar la remisión a las almas del purgatorio, no en

                 virtud del poder de las llaves (que no posee), sino por vía de la intercesión.
       27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena

                 la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando.
       28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia

                 pueden ir en aumento, más la intercesión de la Iglesia depende sólo de la voluntad

                 de Dios.
       29. ¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean ser redimidas?

                Hay que recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San Severino y San Pascual.
       30. Nadie está seguro de la sinceridad de su propia contrición y mucho menos

                de que haya obtenido la remisión plenaria.
       31. Cuán raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como el que en

                 verdad adquiere indulgencias; es decir, que el tal es rarísimo.
       32. Serán eternamente condenados junto con sus maestros, aquellos que crean

                estar seguros de su salvación mediante una carta de indulgencias.
       33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del

                Papa son el inestimable reconciliado con Dios.
       34. Pues aquellas gracias de perdón sólo se refieren a las penas de la

                satisfacción sacramental, las cuales han sido establecidas por los hombres.
       35. Predican una doctrina anticristiana aquellos que enseñan que no es necesaria

                 la contrición para los que rescatan almas o confessionalia.
       36. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión

                 plenaria de pena y culpa, aun sin carta de indulgencias.
       37. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene participación en

                todos lo bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida

                por Dios, aun sin cartas de indulgencias.
       38. No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el Papa no han

               de menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he dicho, constituyen

                un anuncio de la remisión divina.
       39. Es dificilísimo hasta para los teólogos más brillantes, ensalzar al mismo tiempo,

                ante el pueblo. La prodigalidad de las indulgencias y la verdad de la contrición.
       40. La verdadera contrición busca y ama las penas, pero la profusión de las

                indulgencias relaja y hace que las penas sean odiadas; por lo menos, da ocasión

                 para ello.
       41. Las indulgencias apostólicas deben predicarse con cautela para que el pueblo

                no crea equivocadamente que deban ser preferidas a las demás buenas obras

                de caridad.
       42. Debe enseñarse a los cristianos que no es la intención del Papa, en manera alguna,

                 que la compra de indulgencias se compare con las obras de misericordia.
       43. Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al

                indigente, realiza una obra mayor que si comprase indulgencias.
       44. Porque la caridad crece por la obra de caridad y el hombre llega a ser mejor;

                en cambio, no lo es por las indulgencias, sino a lo mas, liberado de la pena.
       45. Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y, sin prestarle

                atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no son

                 las indulgencias papales, sino la indignación de Dios.
       46. Debe enseñarse a los cristianos que, si no son colmados de bienes superfluos,

                están obligados a retener lo necesario para su casa y de ningún modo derrocharlo

                en indulgencias.
       47. Debe enseñarse a los cristianos que la compra de indulgencias queda librada a la

                propia voluntad y no constituye obligación.
       48. Se debe enseñar a los cristianos que, al otorgar indulgencias, el Papa tanto más

                necesita cuanto desea una oración ferviente por su persona, antes que dinero .

                en efectivo.
       49. Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias papales son útiles si en ellas

                no ponen su confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas, pierden el temor de Dios.
       50. Debe enseñarse a los cristianos que si el Papa conociera las exacciones de

                 los predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se

                 redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas.
       51. Debe enseñarse a los cristianos que el Papa estaría dispuesto, como es su deber, a dar

                de su peculio a muchísimos de aquellos a los cuales los pregoneros de

                 indulgencias sonsacaron el dinero aun cuando para ello tuviera que vender la

                 basílica de San Pedro, si fuera menester.
       52. Vana es la confianza en la salvación por medio de una carta de indulgencias,

                aunque el comisario y hasta el mismo Papa pusieran su misma alma como prenda.
       53. Son enemigos de Cristo y del Papa los que, para predicar indulgencias,

                ordenan suspender por completo la predicación de la palabra de Dios en otras iglesias.
       54. Oféndese a la palabra de Dios, cuando en un mismo sermón se dedica tanto o

                más tiempo a las indulgencias que a ella.
       55. Ha de ser la intención del Papa que si las indulgencias (que muy poco significan)

               se celebran con una campana, una procesión y una ceremonia, el evangelio (que es

               lo más importante) deba predicarse con cien campanas, cien procesiones y

               cien ceremonias.
       56. Los tesoros de la iglesia, de donde el Papa distribuye las indulgencias, no son

                ni suficientemente mencionados ni conocidos entre el pueblo de Dios.
       57. Que en todo caso no son temporales resulta evidente por el hecho de que

               muchos de los pregoneros no los derrochan, sino más bien los atesoran.
       58. Tampoco son los méritos de Cristo y de los santos, porque éstos siempre obran,

                sin la intervención del Papa, la gracia del hombre interior y la cruz, la muerte y

                el infierno del hombre exterior.
       59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la iglesia eran los pobres, mas hablaba usando

                el término en el sentido de su época.
       60. No hablamos exageradamente si afirmamos que las llaves de la iglesia (donadas

                por el mérito de Cristo) constituyen ese tesoro.
       61. Esta claro, pues, que para la remisión de las penas y de los casos reservados, basta

                con la sola potestad del Papa.
       62. El verdadero tesoro de la iglesia es el sacrosanto evangelio de la gloria y de la gracia

                 de Dios.
       63. Empero este tesoro es, con razón, muy odiado, puesto que hace que los primeros

                sean postreros.
       64. En cambio, el tesoro de las indulgencias, con razón, es sumamente grato, porque

                hace que los postreros sean primeros.
       65. Por ello, los tesoros del evangelio son redes con las cuales en otros tiempos se

                pescaban a hombres poseedores de bienes.
       66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas

                de los hombres.
       67. Respecto a las indulgencias que los predicadores pregonan con gracias máximas,

                se entiende que efectivamente lo son en cuanto proporcionan ganancias.
       68. No obstante, son las gracias más pequeñas en comparación con la gracia de Dios y

                la piedad de la cruz.
       69. Los obispos y curas están obligados a admitir con toda reverencia a los comisarios

                de las indulgencias apostólicas.
       70. Pero tienen el deber aún más de vigilar con todos sus ojos y escuchar con todos

                sus oídos, para que esos hombres no prediquen sus propios ensueños en lugar de

                 lo que el Papa les ha encomendado.
       71. Quién habla contra la verdad de las indulgencias apostólicas, sea anatema y maldito.
       72. Mas quien se preocupa por los excesos y demasías verbales de los predicadores

               de indulgencias, sea bendito.
      73. Así como el Papa justamente fulmina excomunión contra los que maquinan algo,

              con cualquier artimaña de venta en perjuicio de las indulgencias.
     74. Tanto más trata de condenar a los que bajo el pretexto de las indulgencias, intrigan

              en perjuicio de la caridad y la verdad.
     75. Es un disparate pensar que las indulgencias del Papa sean tan eficaces como para

               que puedan absolver, para hablar de algo imposible, a un hombre que haya violado a

                la madre de Dios.
     76. Decimos por el contrario, que las indulgencias papales no pueden borrar el más

                leve de los pecados veniales, en concierne a la culpa.
     77. Afirmar que si San Pedro fuese Papa hoy, no podría conceder mayores

               gracias, constituye una blasfemia contra San Pedro y el Papa.
     78. Sostenemos, por el contrario, que el actual Papa, como cualquier otro, dispone

             de mayores gracias, saber: el evangelio, las virtudes espirituales, los dones de

              sanidad, etc., como se dice en 1ª de Corintios 12.
     79. Es blasfemia aseverar que la cruz con las armas papales llamativamente erecta,

               equivale a la cruz de Cristo.
      80. Tendrán que rendir cuenta los obispos, curas y teólogos, al permitir que charlas

             tales se propongan al pueblo.
    81. Esta arbitraria predicación de indulgencias hace que ni siquiera, aun para

             personas cultas, resulte fácil salvar el respeto que se debe al Papa, frente a las

             calumnias o preguntas indudablemente sutiles de los laicos.
     82. Por ejemplo: ¿Por qué el Papa no vacía el purgatorio a causa de la santísima caridad

                y la muy apremiante necesidad de las almas, lo cual sería la más justa de todas las

                 razones si él redime un número infinito de almas a causa del muy miserable dinero

                 para la construcción de la basílica, lo cual es un motivo completamente insignificante?
       83. Del mismo modo: ¿Por qué subsisten las misas y aniversarios por los difuntos y

                por qué el Papa no devuelve o permite retirar las fundaciones instituidas en

                beneficio de ellos, puesto que ya no es justo orar por los redimidos?
       84. Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del Papa, según la cual

              conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir un alma pía

               y amiga de Dios, y por que no la redimen más bien, a causa de la necesidad, por

               gratuita caridad hacia esa misma alma pía y amada?
     85. Del mismo modo: ¿Por qué los cánones penitenciales que de hecho y por el desuso

              desde hace tiempo están abrogados y muertos como tales, se satisfacen no obstante

.              hasta hoy por la concesión de indulgencias, como si estuviesen en plena vigencia?
       86. Del mismo modo: ¿Por qué el Papa, cuya fortuna es hoy más abundante que la de

                los más opulentos ricos, no construye tan sólo una basílica de San Pedro de su

                propio dinero, en lugar de hacerlo con el de los pobres creyentes?
       87. Del mismo modo: ¿Qué es lo que remite el Papa y qué participación concede a los

               que por una perfecta contrición tienen ya derecho a una remisión y

                participación plenarias?
       88. Del mismo modo:  ¿Que bien mayor podría hacerse a la iglesia si el Papa, comolo

                 hace ahora una vez, concediese estas remisiones y participaciones cien veces por día

                 a cualquiera de los creyentes?
        89. Dado que el Papa, por medio de sus indulgencias, busca más la salvación de

                 las almas que el dinero, ¿por qué suspende las cartas e indulgencias ya

                 anteriormente  concedidas, si son igualmente eficaces?
       90. Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la fuerza, sin

                desvirtuarlos con razones, significa exponer a la Iglesia y al Papa a la burla

                de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los cristianos.
       91. Por tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu y la intención del

                 Papa, todas esas objeciones se resolverían con facilidad o más bien no existirían.
       92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo:

                «Paz, paz»; y no hay paz.
       93. Que prosperen todos aquellos profetas que dicen al pueblo: «Cruz, cruz» y no hay cruz.
       94. Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por seguir a Cristo, su cabeza,

                a través de penas, muertes e infierno.
       95. Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por

                 la ilusoria seguridad de paz.

     Wittenberg, 31 de octubre de 1517

 

Oración de Lutero

Señor Dios, Tú me has puesto en tarea de dirigir y pastorear la Iglesia. Tú ves cuán inepto soy para cumplir tan grande y difícil misión, y si yo lo hubiese intentado sin contar contigo, desde luego lo habría echado todo a perder.

Por eso clamo a Ti. Gustoso quisiera ofrecer mi boca y disponer mi corazón para este menester.

Deseo enseñar al pueblo, pero también quiero por mi parte aprender yo mismo continuamente y manejar Tu Palabra, habiéndola meditado con diligencia.

Como instrumento Tuyo utilízame. Amado Señor, no me abandones en modo alguno, pues donde yo estuviera solo, fácilmente lo echaría todo a perder.

                                                                                                                          Amen.


JUAN BUNYAN      (1628 - 1688)

Fecha de Edición: 25 Febrero 2011

"Caminando por el desierto de este mundo, paré en un sitio donde había una caverna (la prisión de Bedford); allí me acosté para descansar. Pronto me quedé dormido y tuve un sueño. Vi a un hombre cubierto de andrajos, de pie y dando la espalda a su habitación, que llevaba una pesada carga sobre los hombros y en las manos un libro."

 

Hace tres siglos que Juan Bunyan comenzó de esta manera su libro, El peregrino. Los que conocen sus obras literarias pueden confirmar que él es, en efecto, "el soñador inmortal" — "a pesar de estar muerto, todavía habla". Sin embargo, aun cuando miles y miles de creyentes conocen El peregrino, son muy pocos los que conocen la historia de la vida dedicada a la oración de este valiente predicador.

Bunyan, en su obra, Gracia abundante para el principal de los pecadores, nos informa que sus padres, a pesar de ser muy pobres, consiguieron que él aprendiese a leer y a escribir. El mismo se llamó "el principal de los pecadores"; otros afirman que tuvo "mucha suerte", aún no siendo todavía creyente. Se casó con una joven en cuya familia todos eran creyentes fervorosos. Bunyan era hojalatero, y como sucedía con todos los de su oficio, era pobrísimo. Ella, por su parte, no poseía ni un plato ni una cuchara — solamente tenía dos libros: El camino al Cielo para el hombre sencillo y la práctica de la piedad, obras que su padre le dejara al fallecer. A pesar de que Bunyan encontró en esos dos libros "algunas cosas que le interesaban", fue solamente en los cultos que sintió la convicción de estar camino al infierno.

En los siguientes trozos copiados de la Gracia abundante para el principal de los pecadores, se descubre cómo él luchaba en oración durante el período de su conversión:

"Llegó a mis manos una obra de los "Ranters", un libro muy apreciado por algunos teólogos. No sabiendo juzgar el mérito de esas doctrinas, me dediqué a orar de esta manera: "Oh Señor, no sé juzgar entre el error y la verdad. Señor, no me dejes solo en esto de aceptar o rechazar esta doctrina ciegamente; si es de Dios, no me dejes despreciarla; si es obra del diablo, no me dejes abrazarla" —y alabado sea Dios por haberme guiado a clamar desconfiando de mi propia sabiduría, y por haberme guardado del error de los "Ranters". La Biblia era para mí muy preciosa en ese tiempo.

 

"Durante el tiempo en que me sentí condenado a las penas eternas, me admiraba de cómo los hombres se esforzaban por conseguir los bienes terrenales, como si esperasen vivir aquí eternamente... Si yo hubiese tenido la seguridad de la salvación de mi alma, cómo me sentiría inmensamente rico, aun cuando no tuviese para comer nada más que frijoles.

 

"Busqué al Señor, orando y llorando, y desde el fondo de mi alma clamé: 'Oh Señor, muéstrame, te lo ruego, que me amas con amor eterno.' Entonces escuché repetidas mis palabras, como en un eco: 'Yo te amo con amor eterno.' Me acosté para dormir en paz y, al despertarme al día siguiente, la misma paz inundaba mi alma. El Señor me aseguró: 'Te amé cuando vivías pecando; te amé antes, te amo después y te amaré siempre.'

  

"Cierta mañana, mientras yo oraba temblando porque pensaba que no obtendría una palabra de Dios para consolarme, El me dio esta frase: 'Te basta mi gracia.'

  

"Mi entendimiento se llenó de tanta claridad, como si el Señor Jesús me hubiese estado mirando desde el cielo a través del tejado de la casa y me hubiese dirigido esas palabras. Volví a mi casa llorando, transportado de gozo, y humillado hasta el polvo.

  

"Sin embargo, cierto día, mientras caminaba por el campo, con mi conciencia intranquila, repentinamente estas palabras se apoderaron de mi alma: 'Tu justicia está en los cielos.' Con los ojos del alma me pareció ver a Jesucristo sentado a la diestra de Dios, que permanecía allí como mi justicia... Además vi que no es mi buen corazón lo que mejora mi justicia, ni lo que tampoco la perjudica; porque mi justicia es el propio Cristo, el mismo ayer, hoy y para siempre. Entonces las cadenas cayeron de mis tobillos: quedé libre de mis angustias y las tentaciones que me asechaban perdieron su vigor; dejé de sentir temor por la severidad de Dios y regresé a mi casa regocijándome con la gracia y el amor de Dios. No encontré en la Biblia la frase: Tu justicia está en los cielos', pero hallé: 'El cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención' (1Co_1:30), y vi que la otra frase era verdad.

  

"Mientras así meditaba, la siguiente porción de las Escrituras penetró con poder en mi espíritu: 'Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia.' Así fui levantado a las alturas y me hallé en los brazos de la gracia y de la misericordia. Antes temía a la muerte, pero después clamé: 'Quiero morir.' La muerte se volvió para mí una cosa deseable. No se vive verdaderamente antes de pasar para la otra vida. '¡Oh', pensaba yo, 'esta vida es apenas un sueño en comparación con la otra!' Fue en esa ocasión que las palabras 'herederos de Dios' se volvieron tan profundamente significativas para mí, que no puedo explicarlas con palabras terrenales. '[Herederos de Dios!' El propio Dios es la porción de los santos. Fue eso lo que vi y lo que me llenó de admiración; sin embargo, no puedo contar todo lo que vi... Cristo era un Cristo precioso en mi alma, constituía mi gozo; la paz y el triunfo en Cristo eran tan grandes, que con mucha dificultad pude seguir acostado."

  

Bunyan, en su lucha por libertarse de la esclavitud del vicio y del pecado, no cerraba su alma a los seres desorientados que ignoraban los horrores del infierno. Acerca de esto él escribió:

"Mediante las Escrituras percibí que el Espíritu Santo no quiere que los hombres entierren sus talentos y dones en la tierra, sino más bien que aviven esos dones... Doy gracias a Dios por haberme concedido la capacidad de amar y tener compasión por el alma del prójimo, y por haberme inducido a esforzarme grandemente para hablar una palabra que Dios pudiese usar para apoderarse de la conciencia y despertarla. En eso el buen Señor respondió al anhelo de su siervo, y la gente comenzó a mostrarse conmovida y angustiada al percibir el horror de sus pecados y la necesidad de aceptar a Jesucristo.

  

"Desde lo más profundo de mi corazón clamé a Dios insistentemente para que El hiciese eficaz la Palabra para la salvación del alma... De hecho, le dije al Señor repetidamente que si el sacrificio de mi vida a la vista de la gente sirviese para despertarlos y confirmarlos en la verdad, yo lo aceptaría alegremente.

  

"Al ejercer mi ministerio, mi mayor anhelo era llegar a los lugares más obscuros del país... Cuando predicaba, realmente sentía dolores de parto para que naciesen hijos para Dios. Si no había fruto, yo no le daba importancia a ninguna alabanza que pudiese recibir por mis esfuerzos; habiendo fruto, no mi importaba oposición alguna."

  

Los obstáculos que Bunyan tenía que enfrentar, eran muchos y variados. Satanás al versa grandemente perjudicado por la obra de ese siervo de Dios, comenzó a erigir barreras de toda clase. Bunyan luchaba fielmente contra la tentación de vanagloriarse por el éxito de su ministerio, á fin de no caer en la condenación del diablo. Cuando cierta vez uno de sus oyentes le dijo que había predicado un buen sermón, él le respondió: "No necesita decírmelo, el diablo ya me susurró al oído eso mismo antes de dejar el pulpito.

  

Luego el enemigo de las almas indujo a los impíos a que lo calumniasen y esparciesen rumores contra Bunyan por todo el país, con el fin de hacerlo abandonar su ministerio. Lo llamaban hechicero, jesuíta, contrabandista, y afirmaban que vivía con una amante, que tenía dos mujeres y que sus hijos eran ilegítimos.

  

Cuando al 'maligno' le fallaron todos esos planes de desviar a Bunyan de su ministerio glorioso, sus enemigos lo acusaron de no observar los reglamentos de los cultos de la iglesia oficial. Las autoridades civiles lo sentenciaron a prisión perpetua, negándose terminantemente a revocar la sentencia, a pesar de todos los esfuerzos de los amigos de Bunyan y de los ruegos de su esposa — tenía que quedar preso hasta el día que jurase que nunca más volvería a predicar.

  

Respecto a su prisión, él nos cuenta: "Nunca había sentido tanto la presencia de Dios a mi lado en todo instante, como después de que fui encerrado.. - fortaleciéndome tan tiernamente con esta o aquella Escritura, hasta el punto de que llegué a desear, si ello fuese lícito, mayores tribulaciones, con tal de recibir mayor consolación.

  

"Antes de caer preso yo preveía lo que me sucedería, y dos cosas ardían en mi corazón con respecto a cómo podía encarar la muerte, si llegase a ese punto. Fui guiado a orar, a pedirle a Dios que me fortaleciese 'con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad, con gozo dando gracias al Padre'. Durante todo el año antes de caer preso, casi nunca oré sin que esa Escritura estuviese en mi mente, y sin que yo comprendiese que para sufrir con toda paciencia, debía tener una gran fortaleza de espíritu, especialmente para sufrir con alegría.

  

"La segunda consideración fue en el pasaje que dice: 'Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos.' Por esta Escritura comprendí que si yo llegase al punto de sufrir como debía, primeramente tenía que sentenciar a muerte todas las cosas que pertenecen a nuestra vida, considerándome a mí mismo, a mi esposa, mis hijos, mi salud, los placeres, todo, en ira, como muertos para mí y yo para ellos.

  

"Resolví, como dijo Pablo, a no mirar las cosas que se ven, sino las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. Y comprendí que si yo fuese prevenido solamente de caer preso, podría de improviso ser llamado también para ser azotado o amarrado a la picota. Aun cuando esperase sólo esos castigos, no soportaría el castigo del destierro. Pero la mejor manera de aguantar los sufrimientos era confiar en Dios, con relación al mundo venidero, y en cuanto a este mundo, debía considerar al sepulcro como mi morada, extender mi lecho en las tinieblas, y decir a la corrupción: 'tú eres mi padre', y a los gusanos: 'Ustedes son mi madre y mi hermana' (Job_17:13-14).

  

"Sin embargo, a pesar de ese consuelo, me sentí un hombre rodeado de debilidad. La separación de mi esposa y de nuestros hijos, aquí en la prisión, se vuelve a veces como si se separase la carne de los huesos. Y esto no solamente porque me acuerdo de las tribulaciones y miserias que están sufriendo mis seres queridos, especialmente mi hijita ciega. ¡Pobre hija mía, qué triste es tu existencia en este mundo! [Vas a ser maltratada; pedirás limosnas, pasarás hambre, frío, desnudez y otras calamidades! ¡Oh, los sufrimientos de mi cieguita me quebrarían el corazón en pedazos!

  

"Yo también meditaba mucho sobre el horror del infierno para aquellos que temían la cruz, al punto de negarse a glorificar a Cristo, y de rechazar sus palabras y leyes ante los hijos de los hombres. Pero mucho más pensaba sobre la gloria que Cristo preparaba para aquellos que con amor, fe y paciencia daban testimonio de El. El recuerdo de estas cosas servía para disminuir la tristeza que sentía al recordar que mis seres queridos estaban sufriendo por el testimonio de Cristo."

  

Pero todos los horrores de la prisión no fueron suficientes para quebrantar el espíritu de Juan Bunyan. Cuando le ofrecían su libertad a cambio de que nunca más volviese a predicar, respondía: "Si hoy saliese de la prisión, mañana comenzaría a predicar, con la ayuda de Dios."

Para aquellos que piensan que en fin de cuentas, Juan Bunyan era solamente un fanático, les recomendamos que lean las obras que él nos legó: Gracia abundante para el principal de los pecadores; Llamado al ministerio; El peregrino; La peregrina; La conducta del creyente; La gloria del templo; El pecador de Jerusalén es salvo; Las guerras de la famosa ciudad de Alma humana; Vida y muerte del hombre malo; El Sermón del monte; La higuera estéril; Discursos sobre la oración; El Viajero celestial; Gemidos de un alma en el infierno; La justificación es imputada; etc., y mediten sobre ellas.

  

Juan Bunyan pasó más de doce años en la cárcel. Es fácil decir que fueron doce largos años, pero es difícil imaginar lo que eso realmente significa — pasó más de la quinta parte de su vida en la prisión, a la edad de mayor energía. Fue un cuáquero llamado Whitehead, el que consiguió que lo libertaran. Después que estuvo libre, fue a predicar en Bedford, Londres, y muchas otras ciudades. Llegó a ser tan popular, que lo apodaron de "Obispo Bunyan". Continuó su ministerio fielmente hasta la edad de sesenta años, cuando fue atacado de Fiebre y falleció. Su tumba es visitada por decenas de millares de personas.

  

¿Cómo se explica el éxito de Juan Bunyan? El orador, el escritor, el predicador, el maestro de Escuela Dominical y el padre de familia, cada uno de ellos conforme a su oficio puede sacar un gran provecho con el estudio del estilo y de los méritos de sus escritos, a pesar de que Bunyan fue solamente un humilde hojalatero sin ninguna instrucción.

  

¿Pero cómo se puede explicar el maravilloso suceso de Bunyan? ¿Cómo podía una persona inculta predicar como él predicaba, y escribir en un estilo capaz de interesar al niño y al adulto, al pobre y al rey, al docto y al indocto? La única explicación de su éxito es que él era un hombre que estaba en constante comunión con Dios. A pesar de que su cuerpo estaba preso en la cárcel, su alma estaba libre. Porque fue allí, en una celda, donde Juan Bunyan tuvo las visiones descritas en sus libros: visiones mucho más reales que sus perseguidores y que las paredes que lo rodeaban. Mucho después que sus perseguidores desaparecieron de la tierra y esas paredes cayeron en el polvo, lo que Bunyan escribió, continúa iluminando y alegrando todas las generaciones de todos los lugares de la tierra.

  

Lo que vamos a referir a continuación, muestra la lucha que Bunyan sostenía con Dios cuando oraba;

  

"Hay en la oración, el momento de dejar al descubierto la propia persona, de abrir el corazón delante de Dios, de derramar el alma afectuosamente en peticiones, suspiros y gemidos: "Señor", dijo David, "delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro no te es oculto" (Sal_38:9). Y otra vez: "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios? Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mi" (Sal_42:2-4).

 

En otra ocasión escribió: "A veces las mejores oraciones consisten más en gemidos que en palabras, y esas palabras no son más que la mera representación del corazón, vida y espíritu de tales oraciones."

 

Cómo él insufla e importunaba a Dios en sus oraciones, se ve claro en el párrafo siguiente: "Yo te digo: continúa tocando, llorando, gimiendo y suplicando; si El no se levanta para atenderte, por ser tú su amigo, al menos debido a tu insistencia El se levantará para darte todo lo que necesitas."

Indiscutiblemente, lo extraordinario de la vida de Juan Bunyan radicaba en su profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras, que él tanto amaba, y en la perseverancia de sus oraciones a Dios, a quien adoraba. Si alguien dudase de que Bunyan siguió la voluntad de Dios durante los doce largos años que pasó en la prisión de Bedford, debe recordar que ese siervo de Cristo, al escribir El peregrino en la prisión, predicó un sermón que ya tiene casi tres siglos y que hoy se lee en ciento cuarenta lenguas. Es el libro de mayor circulación después de la Biblia. Sin tal dedicación a Dios, no habría sido posible alcanzar el incalculable fruto eterno de ese sermón predicado por un hojalatero lleno de la gracia de Dios.


JONATHAN EDWARDS

Fecha de Edición 6 Febrero 2012

EL GRAN AVIVADOR 1703 - 1758

Hace dos siglos que el mundo habla del famoso sermón, Pecadores en las manos de un Dios airado, y de los oyentes que se agarraban a los bancos pensando que iban a caer en el fuego eterno. Ese hecho fue solamente uno de los muchos que ocurrieron en aquellas reuniones, en que el Espíritu Santo desvendaba los ojos de los presentes, para que contemplaran las glorias de los cielos y la realidad del castigo que está bien cerca de aquellos que están alejados de Dios.

Jonatán Edwards fue la persona que más sobresalió en ese avivamiento que se llamaba el "Gran despertamiento". Su vida es un destacado ejemplo de consagración al Señor, para el mayor desarrollo del entendimiento, y sin ningún interés personal, de dejar al Espíritu Santo que hiciera uso de ese mismo entendimiento como un instrumento en sus manos. Jonatán Edwards amaba a Dios, no solamente de corazón y alma, sino también con todo su entendimiento. "Su mente prodigiosa se apoderaba de las verdades más profundas." Sin embargo, "su alma era de hecho un santuario del Espíritu Santo". Bajo una calma exterior aparente, ardía e! fuego divino, como un volcán.

Los creyentes de hoy le deben a ese héroe, gracias a su perseverancia en orar y estudiar bajo la dirección del Espíritu, el retorno a varias doctrinas y verdades de la iglesia primitiva. Fue grande el fruto de la dedicación del hogar en que nació y se crió. Su padre fue pastor amado de una misma iglesia durante un período de sesenta y cuatro años. Su piadosa madre era hija de un predicador que pastoreó una iglesia durante más de cincuenta años.

De las diez hermanas de Jonatán, cuatro eran mayores que él y las otras seis eran menores. "Muchas fueron las oraciones que sus padres elevaron a Dios, para que su único y amado hijo varón fuese lleno del Espíritu Santo, y llegase a ser grande delante del Señor. No solamente oraban así, con fervor y constancia, sino que se dedicaron a criarlo con mucho celo para el servicio de Dios. Las oraciones hechas alrededor del fuego del hogar los inducían a esforzarse, y sus esfuerzos redoblados los estimulaban a orar más fervorosamente... Aquella enseñanza religiosa y constante hizo que Jonatán conociese íntimamente a Dios, cuando aún era muy pequeño."

Cuando Jonatán tenía siete u ocho años, hubo un avivamiento en la iglesia de su padre, y Jonatán se acostumbró a orar sólito, cinco veces, todos los días, y a llamar a otros niños para que oraran con él.

Aquí citamos sus palabras sobre este asunto: "La primera experiencia, que recuerdo, de sentir en lo Intimo la delicia de Dios y de las cosas divinas, fue al leer las palabras de 1Ti_1:17: 'Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos, Amén.' Sentía la presencia de Dios hasta arderme el corazón y abrasarme el alma de tal manera, que no sé cómo describirla. .. Me gustaba pasar el tiempo mirando la luna, y de día, contemplaba las nubes y el cielo. Pasaba mucho tiempo observando la gloria de Dios, revelada en la naturaleza, y cantando mis contemplaciones del Creador y Redentor. Antes sentía mucho miedo al ver los relámpagos y oír el estruendo de los truenos. Sin embargo, más tarde me regocijaba al oír la majestuosa y terrible voz de Dios en la tronada."

Antes de cumplir los trece años, inició sus estudios en el Colegio de Yale, donde en el segundo año, leyó atentamente la famosa obra de Locke: Ensayo sobre el entendimiento humano. Se ve en sus propias palabras acerca de esa obra, el gran desarrollo intelectual del muchacho: "Encontré más gozo en su lectura, que el que siente el más ávido avaro al juntar grandes cantidades de oro y plata de tesoros recién adquiridos."

Edwards, antes de cumplir los diecisiete años, se graduó en el Colegio de Yale con las más altas calificaciones. Siempre estudiaba con mucho ahínco, pero también buscaba tiempo para estudiar la Biblia diariamente. Después de graduarse, continuó sus estudios en Yale, durante dos años, y entonces fue elegido para el ministerio.

Refiriéndose a esa época su biógrafo escribió acerca de su costumbre de dedicar ciertos días para ayunar, orar y hacer examen de conciencia.

En lo que se refiere a su consagración, cuando tenía veinte años Edwards escribió: "Me dediqué solemnemente a Dios y lo hice por escrito, entregándome yo mismo y todo lo que me pertenecía al Señor, para no pertenecerme más en ningún sentido, para no consolarme como el que de una forma u otra se apoya en algún derecho... presentando así una batalla contra el mundo, la carne y Satanás, hasta el fin de mi vida." Alguien se refirió a Jonatán de esta manera: "Su secreta, pero constante y solemne comunión con Dios hada que su rostro resplandeciese delante de los hombres, y su apariencia, su semblante, sus palabras y todo su comportamiento estuvieron siempre revestidos de seriedad, gravedad y solemnidad."

A los veinticuatro años se casó con Sara Pierrepont, hija de un pastor, y de ese enlace nacieron, como en la familia del padre de Edwards, once hijos.

Al lado de Jonatán Edwards, en el Gran Despertamiento, estaba el nombre de Sara Edwards, su fiel esposa y colaboradora. Igual que su marido, ella nos sirve como ejemplo de rara intelectualidad, profundamente estudiosa, y entregada enteramente al servicio de Dios. Era conocida por su santa dedicación al hogar y a criar a sus hijos, y por la economía que practicaba, siguiendo las palabras de Cristo: "Para que nada se pierda." Pero, sobre todo, tanto ella como su marido eran conocidos por las experiencias que tenían en la oración. Se hace mención destacada de que, especialmente durante un periodo de tres años, a pesar de estar gozando de perfecta salud, repetidas veces ella se quedó sin fuerzas debido a las revelaciones de los cielos. Su vida entera era de intenso gozo en el Señor.

Jonatán Edwards acostumbraba pasarse estudiando y orando trece horas diarias. Su esposa también lo acompañaba diariamente en la oración. Después de la última comida, él dejaba todo cuanto estuviera haciendo, para pasar una hora con su familia.

Pero ¿cuáles fueron las doctrinas que la iglesia había olvidado y cuáles las que Edwards comenzó a enseñar y a observar de nuevo, con manifestaciones tan sublimes?

Basta una lectura superficial para descubrir que la doctrina a la cual dio más énfasis, fue la del nuevo nacimiento, como una experiencia cierta y definida en contraste con la idea de la Iglesia romana y de varias denominaciones, de que es suficiente aceptar una doctrina. Un gran número de creyentes despertó ante el peligro de pasarse la vida sin tener la seguridad de estar en el camino que lleva al cielo, cuando, en realidad, estaban a punto de caer en el infierno. No se podía esperar otra reacción sino que aquellos que fueron despertados se llenaran de gran espanto. El evento que marcó el comienzo del Gran Despertamiento, fue una serie de sermones predicados por Edwards sobre la doctrina de la Justificación por la fe, que hizo que los oyentes sintieran la verdad de las Escrituras, de que toda boca permanecerá cerrada en el día del Juicio final, y que "no hay nada absolutamente que, por un momento, evite que el pecador caiga en el infierno, a no ser la buena voluntad de Dios".

Es imposible evaluar el grado del poder de Dios, derramado para despertar a millares de almas para la salvación, sin antes recordar las condiciones que prevalecían en las iglesias de Nueva Inglaterra y del mundo entero en aquella época. ¿Quién hasta hoy no se admira del heroísmo de los puritanos que colonizaron los bosques de Nueva Inglaterra? Sin embargo, esa gloria había quedado atrás y la iglesia, indiferente y llena de pecado, se encontraba cara a cara con el mayor desastre. Parecía que Dios no quería bendecir la obra de los puritanos, obra que existió únicamente para la gloría de Dios. Por eso, en el mismo grado que había habido coraje y ardor entre los pioneros, había entre sus hijos perplejidad y confusión. Si no podían alcanzar de nuevo la espiritualidad de la iglesia, sólo les quedaba esperar el juicio de los cielos.

El famoso sermón de Edwards: "Pecadores en las manos de un Dios airado", merece una mención especial.

El pueblo, al entrar para asistir al culto, mostraba un espíritu de indiferencia y hasta falta de respeto ante los cinco predicadores que estaban presentes.

Jonatán Edwards fue escogido para predicar. Era un hombre de dos metros de altura; su rostro tenía un aspecto casi femenino, y su cuerpo estaba muy enflaquecido de tanto ayunar y orar. Sin hacer ningún gesto, apoyado con un brazo sobre el pulpito, sosteniendo el manuscrito con la otra mano, hablaba en voz monótona. Su discurso se basó en el texto de Deuteronomio 32:35: "A su tiempo su pie resbalará."

Después de explicar ese pasaje, añadió que nada evitaba por un momento que los pecadores cayesen al infierno, a no ser la propia voluntad de Dios; que Dios estaba más encolerizado con algunos de los oyentes que con muchos de los que ya estaban en el infierno; que el pecado era como un fuego encerrado dentro del pecador y listo, con el permiso de Dios para transformarse en hornos de fuego y azufre, y que solamente la voluntad de Dios, indignado, los guardaba de una muerte instantánea.

Prosiguió luego, aplicando el texto al auditorio: "Ahí está el infierno con la boca abierta. No existe nada a vuestro alrededor sobre lo que os podáis afirmar y asegurar. Entre vosotros y el infierno existe sólo la atmósfera... hay en este momento nubes negras de la ira de Dios cerniéndose sobre vuestras cabezas, que presagian espantosas tempestades con grandes rayos y truenos. Si no fuese por la soberana voluntad de Dios, que es lo único que evita el ímpetu del viento hasta ahora, seríais destruidos y transformados en una paja de la era... El Dios que os sostiene en la mano sobre el abismo del infierno, más o menos como el hombre sostiene una arana u otro insecto repugnante sobre el fuego, por un momento, para dejarlo caer después, está siendo provocado en extremo. .. No sería de admirar si algunos de vosotros, que están llenos de salud y se encuentran en este momento tranquilamente sentados en esos bancos,  traspusiesen el umbral de la eternidad antes de mañana..."

El resultado del sermón fue como si Dios hubiese arrancado un velo de los ojos de la multitud, para que contemplaran la realidad y el horror de la situación en que se encontraban. En ese punto, el sermón fue interrumpido por los gemidos de los hombres y los gritos de las mujeres, que se ponían de pie o caían al suelo. Fue como si un huracán soplase y destruyese un bosque.  Durante la noche entera la ciudad de Enfield estuvo como una fortaleza sitiada. Oíase en casi todas las casas el clamor de las almas que, hasta aquella hora hablan confiado en su propia justicia. Esperaban que en cualquier momento Cristo fuese a descender de los cielos, rodeado de los ángeles y de los apóstoles, y que las tumbas se abriesen para entregar a los muertos que en ellas habla-Tales victorias contra el reino de las tinieblas se ganaron de rodillas. Edwards no habla abandonado ni habla dejado de gozar los privilegios de las oraciones; una costumbre que él tenia desde niño. También continuó frecuentando los lugares solitarios del bosque, donde podía tener comunión con Dios. Como un ejemplo citamos la experiencia que él tuvo a los treinta y cuatro años de edad, cuando entró al bosque a caballo. Allí, postrado en tierra, le fue concedido tener una visión tan preciosa de la gracia, amor y humillación de Cristo como Mediador, que pasó una hora vencido por un torrente de lágrimas y llanto. Como era de esperarse, e! maligno trató de anular la obra gloriosa del Espíritu Santo en el "Gran Despertamiento," atribuyéndolo todo al fanatismo. En su defensa Edwards escribió: "Dios, conforme a Las Escrituras, hace cosas extraordinarias. Hay motivos para creer, según las profecías de la Biblia, que la más maravillosa de sus obras tendrá lugar en las últimas épocas del mundo. Nada se puede oponer a las manifestaciones físicas como son las lágrimas, gemidos, gritos, convulsiones, desmayos... En efecto, es natural esperar, al asociar la relación que existe entre el cuerpo y el espíritu, que tales cosas sucedan. Así hablan las Escrituras, refiriéndose al carcelero que se postró ante Pablo y Silas, angustiado y temblando. El salmista exclamó, bajo la convicción de pecado: "Se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día" (Sal_32:3). Los discípulos, en la tempestad del lago, gritaron de miedo. La novia en el Cantar de los Cantares quedó vencida, por el amor de Cristo, hasta desfallecer..."

Lo cierto es que en Nueva Inglaterra comenzó, en 1740, uno de !os mayores avivamientos de los tiempos modernos. También es cierto que ese movimiento se inició, no con los sermones célebres de Edwards, sino con la firme convicción que él tenía de que hay una "obra directa que el Espíritu divino realiza en el alma humana". Nótese bien: no fueron esos sermones monótonos, ni la elocuencia extraordinaria de algunos como Jorge Whitefield, sino la obra del Espíritu Santo en el corazón de los muertos espiritualmente, que, "comenzando en Northampton, se esparció por toda Nueva Inglaterra y por las colonias de América del Norte, llegando hasta Escocia e Inglaterra".

En un período de dos a tres años, la Iglesia de Cristo despertó de una época de la mayor decadencia, entre la escasa población de Nueva Inglaterra, siendo arrebatadas de treinta a cincuenta mil almas del infierno.

En medio de sus luchas, y cuando menos se esperaba, Jonatán Edwards dejó de existir. Apareció en Princeton una epidemia de viruelas y un hábil médico fue llamado de Filadelfia para vacunar a los estudiantes. Nuestro predicador y dos de sus hijas fueron vacunados también. Debido a la Fiebre resultante de esa vacunación, las fuerzas de nuestro héroe fueron disminuyendo gradualmente, hasta que un mes después falleció.

Uno de sus biógrafos se refiere a él de la siguiente manera: "En todas partes del mundo donde se hablaba el inglés, (Edwards) era considerado como el mayor erudito desde los días del apóstol Pablo o de Agustín."

Para nosotros, la vida de Jonatán Edwards es una de las muchas pruebas de que Dios no quiere que despreciemos las facultades intelectuales que él nos concede, sino más bien que las desarrollemos, bajo la dirección del Espíritu Santo, y que se las entreguemos desinteresadamente para su uso exclusivo.


CHARLES FINNEY         (1792 - 1875)

Fecha de edicion: 1 Mayo 2010

Charles Finney (1792-1875)
Charles Finney (1792-1875)

 

El hombre que originó el avivamiento que cambio el curso de la historia.

 

El domingo 7 de Octubre de 1821 por la noche, un estudiante de leyes de veintinueve años de edad comenzó a buscar al Señor. Poco se conoce de lo que sucedió en la iglesia aquella noche, del poder del mensaje del ministro o del tema de este; pero Charles Finney, dice de aquel momento: Decidí resolver la cuestión de la salvación de mi alma inmediatamente, y que si fuera posible haría las paces con Dios.

Después de luchar en oración por algún tiempo Finney dice: Mi convicción aumentaba, pero a pesar de aquello parecía como si mi corazón se endureciera cada vez más. No podía derramar ni una lágrima, ni tampoco orar…. No lograba dirigirme a Dios en un tono más alto que mi respiración.

Esto fue durante unos días hasta que el Señor lo confronto con las siguientes palabras a manera de una voz interior:

 

“¿Qué esperas? ¿Acaso intentas producir tu propia justicia?”

 

Sus ojos espirituales se abrieron y contemplo la realidad y plenitud de la redención de Jesús. Sigue diciendo: “Entendí que su obra era una obra terminada, y que en vez de tener o necesitar una justicia propia que me acreditara delante de Dios, había de someterme a Cristo.

El Espíritu lo condujo al desierto para orar.

Y en el bosque de la ciudad donde vivía encontró su cámara de oración. “Entregare a Dios mi corazón o nunca volveré a bajar de allí”

"El Espíritu Santo descendió sobre mí con tal fuerza que parecía que me traspasaba el cuerpo y el alma. La impresión fue como de una ola de electricidad que me traspasó enteramente. Parecía venir sobre mí en olas de amor, pues no lo pudiera expresar de otra manera. Parecía como el aliento mismo de Dios. Puedo recordar expresamente que parecía abanicarme, como inmensas alas. No tengo palabras para expresar el maravilloso amor que fue derramado en mi corazón".

Así comenzó el ministerio de Charles Grandison Finney (1792-1875), uno de los más destacados e influyentes evangelistas en la historia de los Estados Unidos.

Poco después de su dramática conversión, Finney comenzó a estudiar bajo su pastor presbiteriano, George Gale. Éste lo animó a asistir al Seminario Princeton. Pero como no sentía gran respeto por la teología ni los teólogos, Finney escribió: "Llana y plenamente les dije que no me sometería a la influencia bajo la que ellos habían estado".

En sus memorias, Gale lo recuerda de otra manera: "Finney no asistió al seminario porque no pudo ser aceptado".

Por cualquiera razón, Finney no procuró hacerse de una educación teológica formal. Como resultado, su presbiterio lo puso bajo tutela de Gale y otro pastor. En 1823, Finney recibió licencia para predicar, y fue ordenado en 1824.

Durante este tiempo la Sociedad Misionera Femenil lo comisionó para que trabajara como evangelista en el laberinto de pueblos y aldeas en el noroeste de Nueva York. Allí Dios le concedió cierta medida de buen éxito.

En 1825, hubo un drástico cambio en su ministerio. Finney fue invitado a predicar en Utica, Nueva York. Utica quedaba cerca del recién escavado Canal Erie. Era una metrópolis del Oeste, en creciente desarrollo y de mucho movimiento. Durante dos años Finney predicó, con creciente efectividad, en Utica y las ciudades adyacentes de Rome y Syracuse.

Los métodos de Finney eran novedosos. No evangelizó como sus predecesores: Jonathan Edwards, George Whitefield, y Asahel Nettleton. Para tener conversiones, a propósito elevó el timbre emocional de las reuniones. Adoptó y popularizó la práctica metodista de llamar a los conversos a pasar al altar o sentarse en la silla del penitente para significar su decisión de seguir a Cristo. Para agotar a los oyentes y llevarlos a hacer una entrega, alargaba sus reuniones. A veces las reuniones duraban cuatro horas y más.

Desde el otoño de 1830 hasta el verano de 1831, el ministerio de Finney llegó a su punto culminante en Rochester, Nueva York. El Espíritu de Dios estuvo con él en gran poder. Como Utica, Rochester era un centro comercial de mucho movimiento, cerca del recientemente terminado Canal Erie. Tal era la manifestación del poder de Dios en la obra de Finney que los comerciantes de todo el distrito muchas veces cerraban sus puertas para asistir a las reuniones. En sus giras de iglesia a iglesia, grandes multitudes seguían a Finney.

Charles Hambrick-Stowe, un biógrafo de Finney, observa: "Muchos llegarían a decir que fue el más grande avivamiento local en la historia de los Estados Unidos".7 Citando a Beecher, continúa: "El avivamiento a escala nacional despertado por Rochester fue 'la mayor obra de Dios, y el más grande avivamiento religioso que el mundo jamás ha visto en tan corto tiempo'".

La campaña en Rochester también unió a los creyentes respecto de dos importantes asuntos sociales: temperancia y la abolición de la esclavitud. Ambos tendrían muy amplias implicaciones.

En 1832, el fuego del avivamiento comenzó a desvanecerse y Finney asumió un pastorado en Nueva York. En 1835, el recién fundado Oberlin College (Ohio) lo invitó a ser su primer profesor de teología. Finney tenía cuarenta y tres años de edad y estaba agotado. En gran necesidad de descanso y con el sentir de que estaba ocurriendo un cambio en el ambiente espiritual, aceptó. Por el resto de su vida se dedicó a dictar clases en Oberlin y a conducir campañas en varios lugares, como en Nueva York, Boston, e Inglaterra.

 

Hasta entonces, Finney se había dedicado al evangelismo. Como no tenía obras publicadas, sus suposiciones teológicas eran relativamente desconocidas. Todo esto cambió en 1835, cuando Finney publicó sus Lectures on Revivals of Religion . En un resumen del contenido, Nathan Hatch escribe: "Finney lanzó una virulenta crítica de la ortodoxia calvinista, tirando a matar el sistema calvinista. Negó la implícita autoridad del saber, se burló de la impotencia de los cuidadosamente escritos sermones... y condenó el distante y elegante estilo de los ministros educados. Clamó contra la burocracia eclesiástica, particularmente las sutilezas teológicas y la caza de herejías que había llegado a caracterizar el coto presbiteriano... Finney pedía una revolución copernicana para que la vida religiosa se centrara en el público. Despreciaba el estudio teológico formal".

El problema consistía en que Finney escribió Revivals of Religion [Avivamiento de religión] cuando todavía era un ministro presbiteriano ordenado. Esto puso al descubierto su oposición a la teología de su propia denominación. Además, sus obras posteriores confirmaron que él creía en la posibilidad de una vida santa y sin pecado para los recién conversos, la negación de la imputación del pecado y la culpa de Adán, la habilidad humana de crear para sí una nueva naturaleza, el rechazo de la Expiación sustitutiva, y el poder de fabricar un avivamiento mediante ciertos métodos. En otras palabras, negó grandes secciones de la Confesión de Westminster que había jurado mantener. Él y Asa Mahan (1799-1889), el presidente de Oberlin College, más adelante compilaron estas ideas en lo que se conoce como "Teología Oberlin".

En 1837, sintiendo la presión de sus colegas presbiterianos, renunció a la denominación presbiteriana y se afilió a los congregacionalistas.

En 1851, bajo presión, Mahan renunció a la presidencia de Oberlin y la facultad con voto unánime pidió a Finney que asumiera ese cargo. Tenía entonces cincuenta y nueve años de edad. Finney mantuvo la presidencia hasta 1866, cuando renunció debido a su avanzada edad. Pero siguió dedicándose a la evangelización, y a la enseñanza en Oberlin, hasta su muerte en agosto de 1875.

El ministerio de Finney fue único. En un tiempo cuando casi todos los pastores leían sus sermones, Finney predicaba sin notas, y generalmente sin prepararse. Se levantaba a hablar según el Espíritu lo inspiraba. Más adelante, se valió de un sencillo bosquejo para sus prédicas.

Finney despreciaba la preparación formal. A veces era criticado por su estilo de predicación tajante y sentenciosa.

Finney practicó muchas novedades. Como no creía en el pecado original, suponía que el hombre puede arrepentirse y volverse a Dios sin intervención sobrenatural. Por lo tanto, cualquier medida que pudiera provocar una decisión por Cristo era justificada. Caracterizaban su obra los llamados al altar, la práctica de orar públicamente por los inconversos que estaban presentes, y la exigencia a tomar una decisión inmediata de seguir a Cristo.

Aunque los metodistas, y algunos bautistas, ya habían estado practicando estos métodos, Finney los popularizó. Siguen en uso hoy. Como señala Murray: "Lo que sucedió allí [en la Nueva York occidental bajo Finney] llegó a marcar un hito en la historia evangélica, y trajo entre los líderes que también profesaban fe en la obra del Espíritu Santo, la primera gran controversia respecto del significado del avivamiento".

A su favor se dirá que Finney también motivó las aplicaciones sociales del evangelio. Finney, Mahan, y sus seguidores fueron algunos de los primeros líderes en el movimiento que abogaba por la abolición de la esclavitud. También asumió una firme postura contra la orden masónica.

Finney fue un muy franco pelagiano. Sus otras creencias teológicas, que ya hemos mencionado, revelan su repugnancia a la preparación teológica. Un historiador resume así la teología de Finney: "El concepto de que un hombre no regenerado es gobernado por una naturaleza caída no tenía sentido... Una decisión de la voluntad, no un cambio de naturaleza, era todo lo que se requería para ser convertido... Si la conversión era el resultado de la decisión del pecador, y si era responsabilidad del predicador inducir esa decisión... entonces cualquier medida que llevara al inconverso hacia el punto de una instantánea y absoluta conversión tenía que ser buena".11

Estas ideas eran contrarias a la ortodoxia de la época, que la mayoría había aceptado desde que el Mayflower arribara en Plymouth Rock en 1620.

¿De dónde sacó Finney estas ideas? Casi todos los historiadores señalan la influencia de Nathaniel William Taylor (1786-1858), profesor de teología en Yale. Los puntos de vista de Finney eran casi idénticos a los que se hallan en la "Teología New Haven" de Taylor, también denominadas la "Nueva Teología".12 "La voz era de Finney" —expresa Murray—, pero "el pensamiento era de Taylor".13 O, como lo expone Nathan Hatch: "Las abstracciones de la teología New Haven de pronto habían cobrado vida en el burdo y animado fanatismo de las Nuevas Medidas [de Finney]".

A la larga, la teología New Haven, popularizada por Finney, produjo división. En 1838, los presbiterianos se dividieron en la Antigua Escuela y en la Nueva Escuela. La primera representaba la tradición teológica que descendía de la Reforma hasta los Puritanos. La última expresaba la nueva teología de Taylor y Finney.

Hay grandes cosas que podemos aprender de Charles Finney y aun hoy muchas de sus practicas se llevan a cabo.

Algunas  constantes en cada santo de Dios es su entrega, su compromiso y sus largas horas de oración.

JOHN WESLEY        (1703- 1791)

Fecha de edicion: 17 Junio 2010

JHON WESLEY 1703 - 1791
JHON WESLEY 1703 - 1791

Nació en la rectoría de Epworth, Lincolnshire, el 17 de junio de 1703, decimoquinto hijo del clérigo Samuel Wesley y su madre Susana, quienes tuvieron diecinueve hijos. A la edad de 5 años escapa de un incendio que se produce en casa de padre y en donde de igual forma Hetty su hermana se salva de morir quemada al caer escombros de llamas sobre su cama. En una de sus publicaciones posteriores del propio John, aparece el relato al pie del mismo se aprecia la ilustración de una casa ardiendo y junto a ella la siguiente inscripción: "No es éste un tizón arrebatado del incendio" Zacarías 3:2. Desde muy pequeño en el hogar se Samuel Wesley y su esposa, aprendieron el valor que tiene la observación fiel de los cultos.

Después del espectacular salvamento de Juan del incendio, su madre, profundamente convencida de que Dios tenía grandes planes para su hijo, resolvió firmemente educarlo para servir y ser útil en la obra de Cristo. La familia del pastor Samuel Wesley era muy pobre, pero mediante la influencia del Duque de Duckingham, consiguieron un lugar para Juan en la escuela de Londres. Estudió en el colegio Charterhouse y en Christ Church, Universidad de Oxford. En 1725 se ordenó diácono y tres años después pasó a formar parte del clero de la Iglesia de Inglaterra. Fue coadjutor de su padre hasta que en 1729 se trasladó a Oxford como miembro de la junta directora del Lincoln College; comenzó a reconocer que el corazón es la fuente de la religión verdadera y reservaba dos horas cada día para quedarse a solas con Dios, se esforzaba para levantarse diariamente a las cuatro de la mañana. Allí fundó con su hermano Charles el Holy Club, en el que ingresó también George Whitefield, futuro fundador del metodismo calvinista. Los miembros del club debían cumplir con rigor y método los preceptos y prácticas religiosas, entre ellas visitar prisiones y confortar a los enfermos, por lo que sus compañeros de universidad los llamaron “metodistas” de una forma irónica.

En 1735 viajó a Estados Unidos como misionero anglicano en donde permaneció cerca de dos años. En el barco a Savannah, Georgia, conoció a unos alemanes de Moravia cuya sencilla devoción evangélica le impresionó. Durante su estancia en Georgia siguió tratándolos y tradujo algunos de sus himnos al inglés. Excepto por esta relación, su experiencia americana fue un fracaso. Su ritmo de vida era levantarse a las cuatro de la mañana y se acostaba después de las nueve. Las tres primeras horas del día las dedicaba a la oración y al estudio de las Escrituras.

En 1738 volvió a Inglaterra y el 24 de mayo, mientras esperaba un encuentro con los moravos en la calle Aldersgate, en Londres, experimentó un despertar religioso que le convenció de que cualquier persona podía alcanzar la salvación sólo con tener fe en Jesucristo.

En marzo de 1739, George Whitefield, entonces famoso predicador en Bristol, lo llamó para que unieran sus esfuerzos. A pesar de su rechazo inicial a predicar fuera de las iglesias, la entusiasta reacción de la audiencia tras el sermón que pronunció el 2 de abril al aire libre lo convenció de que era la forma más efectiva de llegar a las masas. En cualquier caso, pocos púlpitos estarían abiertos para él, pues la Iglesia anglicana no aprobaba el evangelismo.

Desde el mismo comienzo de su carrera evangélica, Wesley convocó enormes muchedumbres. Su éxito se explica, en parte, debido a que en aquel momento Inglaterra estaba preparada para su doctrina, pues la Iglesia anglicana era incapaz de ofrecer la clase de fe personal que la gente ansiaba. El énfasis de Wesley en la religión personal y su seguridad de que todos eran aceptados como hijos de Dios tuvo una tremenda repercusión popular.

El 1 de mayo de 1739 Wesley y un grupo de sus seguidores se reunieron en Londres en un local de la calle West para crear la primera congregación metodista. Dos organizaciones similares se fundaron en Bristol ese mismo mes. A finales de 1739 la sociedad londinense empezó a congregarse en un edificio llamado The Foundry (La Fundición) que durante muchos años fue el cuartel general del metodismo.

Al crecer el movimiento metodista se hizo acuciante la necesidad de una organización más sólida. En 1742 las sociedades estaban divididas en grupos dirigidos por un líder, lo que contribuyó en gran medida al éxito del movimiento; estos líderes, muchos de los cuales fueron designados por Wesley como predicadores laicos, tuvieron gran importancia. En 1744 convocó la primera conferencia de líderes metodistas, que desde entonces se celebraron cada año.

En 1751, a los 48 años, se casó con Mary Vazeille, una viuda con cuatro hijos, pero el matrimonio fue un fracaso y ella lo abandonó. Wesley no tuvo descendencia.

Organizador y predicador infatigable, viajó cerca de 8.000 kilómetros al año pronunciando cuatro o cinco sermones al día sin dejar de fundar nuevas congregaciones. En 1740 se separó de los moravos por desacuerdos doctrinales y rechazó la doctrina calvinista de la predestinación, rompiendo así con Whitefield. También se deshizo de muchos principios de la Iglesia anglicana, como el de la sucesión apostólica (el mantenimiento de una misma línea de sucesión episcopal iniciada con san Pedro), y, aunque nunca expresó intención alguna de establecer el movimiento como una nueva iglesia, sus actividades hicieron inevitable la separación. En 1784 publicó una declaración en la que se establecían las normas y las reglas que debían servir de guía a las congregaciones metodistas y encargó a su ayudante, Thomas Coke, un clérigo anglicano, la organización metodista en Estados Unidos, otorgándole poderes para administrar los sacramentos. Aunque la separación con la Iglesia anglicana no se produjo hasta después de su muerte, estas ordenaciones implicaban un paso decisivo hacia la ruptura.

Wesley se preocupó por el bienestar intelectual, económico y físico de las masas. También escribió sobre diversos temas históricos y religiosos y vendió sus libros muy baratos para que hasta los pobres pudieran comprarlos, contribuyendo así a fomentar los hábitos de lectura del público en general. Además de fundar dispensarios médicos, ayudó a los que tenían deudas y a los que querían establecer un negocio. Se opuso a la esclavitud y se interesó por diversos movimientos de reforma social. Su influencia en el pueblo inglés fue tal que se cree que el metodismo evitó una revolución en Inglaterra en el siglo XIX.

Wesley reunió 23 colecciones de himnos, editó una revista mensual, tradujo obras del griego, latín y hebreo, y editó con el título de El modelo cristiano, el famoso devocionario medieval De Imitatione Christi (La imitación de Cristo), atribuido al eclesiástico alemán Tomás de Kempis. Su Diario (1735-1790) destaca por la exposición franca de su evolución espiritual.

Durante los últimos años de su vida fue un hombre muy admirado; en esta época la hostilidad de la Iglesia anglicana hacia el metodismo desapareció en la práctica. Un pastor en ese tiempo, predicaba un promedio de cien veces por año, pero el promedio de Juan Wesley fue de 780 veces por año durante 54 años; Juan no solo excedía en predicaciones a sus consiervos sino que además iba de casa en casa exhortando y consolando a los creyentes cuyo promedio era de 7 kilómetros por año para llegar a los lugares donde tenía que predicar. Tenía características físicas cuya altura no sobrepasaba un metro sesenta y seis centímetros y su peso era de menos de 70 kilogramos. Murió el 2 de marzo de 1791, cuando casi iba a cumplir los 88 años, dio fin a su carrera terrestre, durante toda la noche no cesó de pronunciar palabras de adoración y alabanzas, a las 10 de la mañana mientras los creyentes rodeaban el lecho orando el dijo "Adiós"; fue enterrado en el cementerio de City Road Chapel, en Londres. En la abadía de Westminster hay una placa con su nombre, se calcula que diez mil personas desfilaron frente a su ataúd para ver el rostro que tenía una sonrisa celestial.

JORGE WHITEFIELD      1714 - 1770

VIERNES 26 DE FEBRERO 2021

Conocido también como el predicador al aire libre por su mandato a viajar y predicar en todo lugar.

Había "como un fuego ardiente metido en los huesos" de este predicador, que era Jorge Whitefield.

Ardía en él un santo celo de ver a todas las personas liberadas de la esclavitud del pecado.

Durante un período de veintiocho días realizó la increíble hazaña de predicar a diez mil personas diariamente. Su voz se podía oír perfectamente a más de un kilómetro de distancia, a pesar de tener una constitución física delgada y de adolecer de un problema pulmonar.

Debido a que sus predicaciones atraían a grandes multitudes estas no cabían en ningún edificio de su zona de influencia, así que  Instalaba su pulpito en los campos, al aire libre, fuera de las ciudades. Whitefield merece el título de príncipe de los predicadores al aire libre, porque predicó un promedio de diez veces por semana, durante un período de treinta y cuatro años, la mayoría de las veces al aire libre.

 

Jorge Whitefield Nació en una taberna.

Antes de cumplir tres años, su padre murió. Su madre se casó nuevamente, pero a Jorge se le permitió continuar sus estudios en la escuela. En la pensión de su madre él hacía la limpieza de los cuartos, lavaba la ropa y vendía bebidas en el bar.  Por extraño que parezca, a pesar de no ser aún salvo, Jorge se interesaba grandemente en la lectura de las Escrituras, leyendo la Biblia hasta altas horas de la noche y preparando

sermones.

En la escuela se le conocía como orador. Su elocuencia era natural y espontánea, un don extraordinario de Dios que poseía sin siquiera saberlo.

Se pago sus estudios en Pembroke College, Oxford, sirviendo como mesero en el restaurante de un hotel.

Después de estar algún tiempo en Oxford, se unió al grupo de estudiantes a que pertenecían Juan y Carlos Wesley. Pasó mucho tiempo, como los demás de ese grupo, ayunando y esforzándose en mortificar la carne, a fin de alcanzar la salvación.

 

Acerca de su salvación escribió poco antes de su muerte: "Sé el lugar donde... Siempre que voy a Oxford, me siento impelido a ir primero, a ese lugar donde Jesús se me reveló por primera vez, y me concedió mi nuevo nacimiento."

Con la salud quebrantada, quizás por el exceso de estudio, Jorge volvió a su casa para recuperarla. Resuelto a no caer en el indiferentismo, estableció una clase bíblica para jóvenes que como él, deseaban orar y crecer en la gracia de Dios. Diariamente visitaban a los enfermos y a los pobres, y frecuentemente, a los presos en las cárceles para orar con ellos y prestarles cualquier servicio que pudiesen.

 

 

El día anterior a su separación para el ministerio lo pasó en ayuno y oración. Acerca de ese hecho, él escribió: "En la tarde me retiré a un lugar alto cerca de la ciudad en donde oré con insistencia durante dos horas pidiendo por mí y también por aquellos que iban a ser separados junto conmigo. El domingo me levanté de madrugada y oré sobre el asunto de la epístola de San Pablo a Timoteo, especialmente sobre el precepto: "Ninguno tenga en poco tu juventud." Cuando el presbítero me impuso las manos, si mi vil corazón no me engaña, ofrecí todo mi espíritu, alma y cuerpo para el servicio del santuario de Dios...

Puedo testificar ante los cielos y la tierra, que me di a mí mismo, cuando el presbítero me impuso las manos, para ser un mártir por Aquel que fue clavado en la cruz en mi lugar."

El domingo siguiente, en esa época de frialdad espiritual, predicó por primera vez. Algunos se quejaron de que quince de los oyentes "enloquecieron" al escuchar el sermón.

Sin embargo, el presbítero al comprender lo que pasaba, respondió que sería muy bueno que los quince no se olvidasen de su "locura" antes del siguiente domingo.

 

Whitefield nunca se olvidó ni dejó de aplicar las siguientes palabras del doctor Delaney: "Deseo, todas las veces que suba al pulpito, considerar esa oportunidad como la última que se me concede para predicar y la última que la gente va a escuchar."

Alguien describió así una de sus predicaciones: "Casi nunca predicaba sin llorar y sé que sus lágrimas eran sinceras. Lo oí decir: 'Vosotros me censuráis porque lloro.

Pero, ¿Cómo puedo contenerme, cuando no lloráis por vosotros mismos, a pesar de que vuestras almas inmortales están al borde de la destrucción? No sabéis si estáis oyendo el último sermón o no, o jamás tendréis otra oportunidad de llegar a Cristo.'" A veces lloraba hasta parecer que estaba muerto y a mucho costo recuperaba las fuerzas. Se dice que los corazones de la mayoría de los oyentes se derretían ante el calor intenso de su espíritu.

El Espíritu continuó obrando poderosamente en él y por él durante el resto de su vida, porque nunca abandonó la costumbre de buscar la presencia de Dios.

Dividía el día en tres partes: ocho horas solo con Dios y dedicado al estudio, ocho horas para dormir y tomar sus alimentos, y ocho horas  el trabaja entre la gente.

De rodillas leía las Escrituras y oraba sobre esa lectura, y así recibía luz, vida y poder.

Jorge Whitefield predicaba en forma tan vivida que parecía casi sobrenatural. Se cuenta que cierta vez predicando a algunos marineros, describió un navío perdido en un huracán. Toda la escena fue presentada con tanta realidad, que cuando llegó al punto de describir cómo el barco se estaba hundiendo, algunos de los marineros saltaron de sus asientos gritando: "¡A los botes! ¡A los botes!" En otro sermón habló de un ciego que iba andando en dirección de un precipicio desconocido. La escena fue tan natural que, cuando el predicador llegó al punto de describir la llegada del ciego a la orilla del profundo abismo, el Camarero Mayor, Chesterfield, que asistía al sermón, dio un salto gritando: "¡Dios mío! ¡Se mató!"

Sin embargo, el secreto de la gran cosecha de almas salvas no era su maravillosa voz, ni su gran elocuencia. Tampoco se debía a que la gente tuviese el corazón abierto para recibir el evangelio, porque ése era un tiempo de gran decadencia espiritual entre los creyentes.

Tampoco fue porque le faltase oposición. Repetidas veces Whitefield predicó en los campos porque las iglesias le habían cerrado las puertas. A veces ni los hoteles querían aceptarlo como huésped. El secreto de obtener tales resultados con su predicación era su gran amor para con Dios. Cuando

todavía era muy joven, se pasaba las noches enteras leyendo la Biblia, que tanto amaba. Después de convertirse, tuvo la primera de sus experiencias de sentirse arrebatado, quedando su alma enteramente al descubierto, llena, purificada, iluminada por la gloria y llevada a sacrificarse enteramente a su Salvador.

Desde entonces nunca más fue indiferente al servicio de Dios, sino que, por el contrario, se regocijaba trabajando con toda su alma, con todas sus fuerzas y con todo su entendimiento. Solamente le interesaban los cultos y le escribió a su madre que nunca más volvería a su antiguo empleo. Consagró su vida totalmente a Cristo. Y la manifestación exterior de aquella vida nunca excedía su realidad interior; así pues, nunca mostró cansancio, ni disminuyó la marcha durante el resto de su vida.

A pesar de todo, él escribió: "Mi alma estaba seca como el desierto. Me sentía como si estuviese encerrado dentro de una armadura de hierro. No podía arrodillarme sin prorrumpir en grandes sollozos y oraba hasta quedar empapado en sudor... Sólo Dios sabe cuántas noches quedé postrado en la cama, gimiendo por lo que sentía y, ordenando en el nombre de Jesús, que Satanás se apartase de mí. Otras veces pasé días y semanas enteras postrado en tierra suplicando a Dios que me liberase de los pensamientos diabólicos que me distraían. El interés propio, la rebeldía, el orgullo y la envidia me atormentaban, uno después de otro, hasta que resolví vencerlos o morir.

Luchaba en oración para que Dios me concediese la victoria sobre ellos."

Acerca de lo que experimentó en uno de esos viajes a la Colonia de Georgia, Whitefield escribió: "Recibí de lo alto manifestaciones extraordinarias. Al amanecer, al mediodía, al anochecer y a medianoche — de hecho el día entero — el amado Jesús me visitaba para renovar mi corazón.

Si ciertos árboles próximos a Stonehouse pudiesen hablar, contarían la dulce comunión que yo y algunas almas amadas gozamos allí con Dios, siempre bendito. A veces, estando de paseo, mi alma hacía tales incursiones por las regiones celestes, que parecía estar lista para abandonar mi cuerpo. Otras veces me sentía tan vencido por la grandeza de la majestad infinita de Dios, que me postraba en tierra y le entregaba

mi alma, como un papel en blanco, para que El escribiese en ella lo que desease. Nunca me olvidaré de una cierta noche de tormenta. Los relámpagos no cesaban de alumbrar el cielo. Yo había predicado a muchas personas, y algunas de ellas estaban temerosas de volver a casa. Me sentí guiado a acompañarlas y aprovechar la ocasión para animarlas a prepararse para la venida del Hijo del hombre. ¡Qué inmenso gozo

sentí en mi alma! ¡Cuando volvía, mientras algunos se levantaban de sus camas asustados por los relámpagos que iluminaban los pisos y brillaban de uno al otro lado del cielo, otro hermano y yo nos quedamos en el campo adorando, orando, ensalzando a nuestro Dios y deseando la revelación de Jesús desde los cielos, ¡en una llama de fuego!"

¿Cómo se puede esperar otra cosa sino que las multitudes, a las que Whitefíeld predicaba, se vieran inducidas a buscar la misma Presencia?

 ¡Oh Señor, jamás existió un amor como el tuyo!"

Luego Whitefíeld continuó sin descanso: En Fog's Manor la concurrencia a los cultos

fue tan grande como en Nottingham. La gente quedó tan quebrantada, que por todos los lados vi personas con el rostro bañado en lágrimas. La Palabra era más cortante que una espada de dos filos, y los gritos y gemidos tocaban al corazón más endurecido. Algunos tenían semblantes tan pálidos como la palidez de la muerte; otros se retorcían las manos, llenos de angustia; otros más cayeron de rodillas al suelo, mientras que otros tenían que ser sostenidos por sus amigos para no caer. La mayor parte del público levantaba los ojos a los cielos, clamando y pidiendo misericordia de Dios. Yo, mientras los contemplaba, solamente podía pensar en una cosa, que ése había sido el gran día. Parecían personas despertadas por la última trompeta, saliendo de sus tumbas para comparecer al Juicio Final.

"El poder de la Presencia divina nos acompañó hasta Baskinridge, donde los arrepentidos lloraban y los salvos oraban, lado a lado. El indiferentismo de muchos se transformó en asombro y el asombro se transformó después en gozo. Alcanzó a todas las clases, edades y caracteres. La embriaguez fue abandonada por aquellos que habían estado dominados por ese vicio. Los que habían practicado cualquier acto de injusticia, sintieron remordimientos. Los que habían robado se vieron constreñidos a hacer restitución. Los vengativos pidieron perdón. Los pastores quedaron ligados a su pueblo mediante un vínculo más fuerte de compasión. Se inició el culto doméstico en los hogares. Como resultado, los hombres se interesaron en estudiar la Palabra de Dios y a tener comunión con su Padre celestial."

Pero no fue solamente en los países populosos que la gente afluyó para oírlo. En los Estados Unidos, cuando todavía era un país nuevo, se congregaron grandes multitudes de personas que vivían lejos unos de otros en las florestas.

En su diario, el famoso Benjamín Franklin dejó constancia de esas reuniones de la

siguiente manera: "El jueves el reverendo Whitefíeld partió de nuestra ciudad, acompañado de ciento cincuenta personas a caballo, con destino a Chester, donde predicó ante una audiencia de siete mil personas, más o menos. El viernes predicó dos veces en Willings Town a casi cinco mil personas. El sábado en Newcastle predicó a cerca de dos mil quinientas personas y, en la tarde del mismo día, en Cristiana Bridge, predicó a casi tres mil. El domingo en White Clay Creek predicó dos veces, descansando media hora entre los dos sermones dirigidos a ocho mil personas, de las cuales cerca de tres mil habían venido a caballo. La mayor parte del tiempo llovió; sin embargo, todos los oyentes permanecieron de pie, al aire libre."

Cómo Dios extendió su mano para obrar prodigios por medio de su siervo, se puede ver claramente en lo siguiente: De pie sobre un estrado ante la multitud, después de algunos momentos de oración en silencio, Whitefield anunció de manera solemne el texto: "Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio." Después de un corto silencio, se oyó un grito de horror proveniente de algún lugar entre la multitud. Uno de los predicadores allí presentes fue hasta el lugar de la ocurrencia para saber lo que había dado origen a ese grito. Cuando volvió, dijo: "Hermano Whitefield, estamos entre los muertos y los que están muriendo. Un alma inmortal fue llamada a la eternidad. El ángel de la destrucción está pasando sobre el auditorio. Clama en voz alta y no ceses." Entonces se anunció al público que una de las personas de la multitud había muerto. No obstante, Whitefield leyó por segunda vez el mismo texto: "Está establecido para los hombres que mueran una sola vez." Del lado donde la señora de Huntington estaba de pie, vino otro grito agudo. Nuevamente, un estremecimiento de horror pasó por toda la multitud cuando anunciaron que otra persona había muerto. Pero Whitefield, en vez de llenarse de pánico como los demás, suplicó la gracia del Ayudador invisible y comenzó, con elocuencia tremenda, a prevenir del peligro a los impenitentes.

 

Fue así como, a los 65 años de edad, durante su séptimo viaje a la América del Norte, finalizó su carrera en la tierra, una vida escondida con Cristo en Dios y derramada en un sacrificio de amor por los hombres.

El día antes de fallecer tuvo que esforzarse para poder permanecer en pie. Sin embargo al levantarse, en Exeter, ante un auditorio demasiado grande para caber dentro de ningún edificio, el poder de Dios vino sobre él y predicó como de costumbre, durante dos horas. Uno de los que asistieron dijo que "su rostro brillaba como el sol". El fuego que se encendió en su corazón en el día de oración y ayuno de su separación para el ministerio, ardió hasta dentro de sus huesos y nunca se apagó (Jer_20:9).

Cierta vez un hombre eminente le dijo a Whitefield: "No espero que Dios llame pronto al hermano para la morada eterna, pero cuando eso suceda, me regocijaré al oír su testimonio. 

El predicador le respondió:

"Entonces, usted va a sufrir una desilusión, puesto que voy a morir callado. La voluntad de Dios es darme tantas oportunidades para dar testimonio de El durante mi vida, que no me serán dadas otras a la hora de

mi muerte. 

Y su muerte fue tal como él la predijo.

Después del sermón que predicó en Exeter, fue a Newburyport para pasar la noche en la casa del pastor. Al subir al dormitorio se dio vuelta en la escalera y con la vela en la mano pronunció un breve mensaje a sus amigos que allí estaban e insistían en que predicase.

A las dos de la mañana se despertó. Le faltaba la respiración y le dijo a su compañero sus últimas palabras que pronunció en la tierra: "Me estoy muriendo."

En su entierro, las campanas de las iglesias de Newburyport doblaron y las banderas quedaron a media asta. Ministros de todas partes asistieron a sus funerales; millares de personas no consiguieron acercarse a la puerta de la iglesia debido a la inmensa multitud. Cumpliendo su petición, fue enterrado bajo el pulpito

de la iglesia.

Si queremos recoger los mismos frutos de ver salvos a millares de nuestros semejantes, como lo vio Whitefield, debemos seguir su ejemplo de oración y dedicación.

¿Piensa alguien que es ésta una tarea demasiado grande? ¿Qué diría Jorge Whitefield, que se encuentra ahora junto a los que él llevó a Cristo, si le hiciésemos esta pregunta?

DAVID BRAINERD       1718 - 1747

MARTES 9 DE MARZO 2021

 

SE LE CONOCE COMO EL HERALDO ENVIADO A LOS PIELES ROJAS.

Cierto joven de cuerpo delgado, pero con un alma en que ardía el fuego del amor encendido por Dios, se encontró un día en una floresta que él no conocía. Era tarde y el sol ya declinaba hasta casi desaparecer en el horizonte, cuando el viajero, cansado por el largo viaje, divisó las espirales de humo de las hogueras de los indios "pieles rojas". En aquel tiempo esta vision era temible aun para los colonos o soldados , pues era bien conocida su bravura y su costumbre de cortar el cuero cabelludo de sus oponentes. 

David se detuvo y bajo desmonto amarrando a un árbol  su caballo y se recostó en el suelo de aquella pradera preparándose para pasar la noche. 

 En aquella ocasión poniéndose de rodillas oro fervorosamente.

Sin que él se diera cuenta, algunos pieles rojas lo siguieron silenciosamente, como serpientes, durante la tarde. Ahora estaban ocultos  detrás de los troncos de los árboles para desde allí contemplar aquella  escena que les pareció tan atípica. 

Ver aquella misteriosa figura de "rostro pálido", que solo, postrado en el suelo, clamaba a Dios. 

Los guerreros de la villa resolvieron matarlo sin demora, pues decían que los blancos les daban "agua ardiente" a los "pieles rojas" para embriagarlos y luego robarles las cestas, las pieles de animales, y por último adueñarse de sus tierras.

Pasado un tiempo de observación comenzaron a rodear furtivamente y en silencio al misionero,  que postrado en el suelo oraba, y oyeron cómo clamaba al "Gran Espíritu", insistiendo en que les salvase el alma. Ellos desconcertados se  fueron, tan secretamente como habían venido.

Al día siguiente el joven, que no sabía lo que había sucedido a su alrededor la tarde anterior mientras oraba en su improvisado campamento, fue recibido en la villa apache  en una forma que él no esperaba.

En el espacio abierto entre los wigwams o tipis (barracas de pieles), los indios rodearon al joven, quien con el amor de Dios ardiéndole en el alma, leyó el capítulo 53 de Isaías. Mientras predicaba, Dios respondió a su oración de la noche anterior y los pieles rojas escucharon el sermón con lágrimas en los ojos.

Ese joven "rostro pálido" se llamaba David Brainerd. Nació el 20 de abril de 1718. Su padre falleció cuando David tenía 9 años de edad, y su madre, que era hija de un predicador, falleció cuando él tenía 14 años.

Acerca de su lucha con Dios en el período de su conversión, a la edad de veinte años, él escribió:

"Dediqué un día para ayunar y orar, y me pasé el día clamando a Dios casi incesantemente, pidiéndole misericordia y que me abriese los ojos para ver la enormidad del pecado y el camino para la vida en Jesucristo... 

No obstante, continué confiando en las buenas obras... Entonces, una noche andando por el campo, me fue dada una visión de la enormidad de mi pecado, pareciéndome que la tierra se fuese a abrir bajo mis pies para sepultarme y que mi alma iría al infierno antes de llegar a casa...

Cierto día, estando yo lejos del colegio, en el campo, orando completamente solo, sentí tanto gozo y dulzura en Dios, que, si yo debiese quedar en este mundo vil, quería permanecer contemplando la gloria de Dios. Sentí en mi alma un profundo amor ardiente hacia todos mis semejantes y anhelaba que ellos pudiesen gozar lo mismo que yo gozaba.

"Poco después, en el mes de agosto, me sentí tan débil y enfermo como resultado de un exceso de estudio, que el director del colegio me aconsejó que volviese a mi casa. Estaba tan flaco que hasta tuve algunas hemorragias. Me sentí muy cerca de la muerte, pero Dios renovó en mí el reconocimiento y el gusto por las cosas divinas. Anhelaba tanto la presencia de Dios, así como liberarme del pecado, que al mejorar, prefería morir a tener que volver al colegio y alejarme de Dios...

¡Oh, una hora con Dios excede infinitamente a todos los placeres del mundo!"

En efecto, después de volver al colegio, el espíritu de Brainerd se enfrió, pero el Gran Avivamiento de esa época alcanzó la ciudad de New Haven, el colegio de Yale y el corazón de David Brainerd. El tenía la costumbre de escribir diariamente una relación de los acontecimientos más importantes de su vida ocurridos durante el día. Y es por esos diarios que escribió únicamente para leerlos él y no para publicarlos,  es que hemos llegado a enterarnos de su vida íntima, de profunda comunión con Dios. Los pocos párrafos que ofrecemos a continuación son sólo muestras de lo que él escribió en muchas páginas de su diario, y exponen algo de su lucha con Dios en la época que se preparaba para el ministerio:

"Repentinamente sentí horror de mi propia miseria. Entonces clamé a Dios, pidiéndole que me purificase de mi extrema inmundicia. Después, la oración adquirió un valor precioso para mí. Me ofrecí con gozo para pasar los mayores sufrimientos por la causa de Cristo, aun cuando fuese el ser desterrado entre los paganos, siendo así que pudiese ganar sus almas. Entonces Dios me concedió el espíritu de luchar en oración por el reino de Cristo en el mundo.

"Muy temprano en la mañana me retiré para el bosque  y se me concedió fervor para rogar por el progreso del reino de Cristo en el mundo. Al mediodía aún combatía, en oración a Dios, y sentía el poder del amor divino en la intercesión."

 

"Pasé el día en ayuno y oración, implorando que Dios me preparase para el ministerio y me concediese el auxilio divino y su guía, y me enviase a la mies el día que El designase. A la mañana siguiente sentí poder para interceder por las almas inmortales y por el progreso del reino del querido Señor y Salvador en el mundo... Esa misma tarde Dios estaba conmigo de verdad. ¡Qué bendita es su compañía! El me

permitió agonizar en oración hasta quedar con la ropa empapada de sudor, a pesar de encontrarme a la sombra y de que soplaba una brisa fresca. Sentía mi alma extenuada grandemente por la condición del mundo: me esforzaba por ganar multitudes de almas. Me sentía más afligido por los pecadores que por los

hijos de Dios. Sin embargo, anhelaba dedicar mi vida clamando por ambos."

"Pasé dos horas agonizando por las almas inmortales. A pesar de ser muy temprano todavía, mi cuerpo estaba bañado en sudor...

Si tuviese mil vidas, con toda mi alma las  habría dado todas por el gozo de estar con Cristo..."

"Dediqué todo el día para ayunar y orar, implorando a Dios que me guiase y me diese su bendición para la gran obra que tengo delante, la de predicar el evangelio. Al anochecer, el Señor me visitó maravillosamente durante la oración; sentí mi alma angustiada como nunca... Sentí tanta agonía que sudaba copiosamente. Oh, cómo Jesús sudó sangre por las pobres almas! Yo anhelaba sentir más y más

compasión por ellas."

"Llegé a saber que las autoridades esperan la oportunidad de prenderme y encarcelarme por haber predicado en New Haven. Esto me contrarió y abandoné toda esperanza de trabar amistad con el mundo.

Me retiré para un lugar oculto en el bosque  y presenté el caso al Señor."

Después de completar sus estudios para el ministerio, él escribió:

"Prediqué el sermón de despedida ayer por la noche. Hoy por la mañana oré en casi todos los lugares por donde anduve, y después de despedirme de mis amigos, inicié el viaje hacia donde viven los indios."

Estas notas del diario de Brainerd revelan, en parte, su lucha con Dios mientras se preparaba para el ministerio. Uno de los mayores predicadores de aquellos días, refiriéndose a ese diario, declaró: "Fue Brainerd quien me enseñó a ayunar y a orar. Llegué a saber que se consigue más mediante el contacto

cotidiano con Dios que por medio de las predicaciones."

Al iniciar la historia de la vida de Brainerd, ya relatamos cómo Dios le concedió entrada entre los feroces pieles rojas, en respuesta a una noche de oración postrado en tierra en medio de la floresta.

Pero a pesar de que los indios le dieron amplia hospitalidad, concediéndole un sitio para dormir sobre un poco de paja, y escucharon el sermón conmovidos, Brainerd no se sintió satisfecho y continuó luchando en oración, como lo revela su diario: "Sigo sintiéndome angustiado. Esta tarde le prediqué a la gente, pero me sentí más desilusionado que antes acerca de mi trabajo; temo que no va a ser posible ganar almas entre estos indios. Me retiré y con toda mi alma pedí misericordia, pero sin sentir ningún alivio."

"Hoy cumplí veinticinco años de edad. Me dolía el alma al pensar que he vivido tan poco para la gloria de Dios. Pasé el día solo en la floresta derramando mis quejas delante del Señor.

"Cerca de las nueve salí para orar en el bosque. Después del mediodía percibí que los indios estaban preparándose para una fiesta y una danza... Durante la oración sentí el poder de Dios y mi alma extenuada como nunca antes lo había sentido. Sentí tanta agonía e insistí con tanta vehemencia que al levantarme sólo pude andar con dificultad. El sudor me corría por el rostro y por el cuerpo. Me di cuenta de que los pobres indios se reunían para adorar demonios y no a Dios; ése fue el motivo por el cual clamé a Dios que se apresurase a frustrar la reunión idólatra. Así pasé la tarde, orando incesantemente, implorando el auxilio divino para no confiar en mí mismo. Lo que experimenté mientras oraba fue maravilloso. Me parecía que no había nada de importancia en mí a no ser santidad de corazón y vida, y el anhelo por la conversión de los paganos a Dios. Todas mis preocupaciones se desvanecieron, mis recelos y mis anhelos todos juntos me parecían menos importantes que el soplo del viento. Anhelaba que Dios adquiriese para sí un nombre entre los paganos y le hice mi apelación con la mayor osadía, insistiendo que El reconociese que 'ésa sería mi mayor alegría'. En efecto, a mí no me importaba dónde o cómo vivía, ni las fatigas que tenía que soportar, con tal que pudiese ganar almas para Cristo. En esa forma continué implorando toda la tarde y toda la noche."

Así revestido, Brainerd regresó del bosque por la mañana para enfrentar a los indios, seguro de que Dios estaba con él, como estuviera con Elías en el monte Carmelo. Al insistir con los indios para que abandonasen la danza, éstos en vez de matarlo, desistieron de la orgía y escucharon su sermón por la mañana y por la tarde.

Después de sufrir como pocos sufren, después de esforzarse de noche y de día, después de pasar innumerables horas en ayuno y oración, después de predicar la Palabra "a tiempo y fuera de tiempo", por fin, se abrieron los cielos y cayó el fuego. Las siguientes transcripciones de su diario describen algunas de esas experiencias gloriosas:

"Pasé la mayor parte del día orando, pidiendo que el Espíritu Santo fuese derramado sobre mi pueblo. ..

Oré y alabé al Señor con gran osadía, sintiendo en mi alma enorme carga por la salvación de esas preciosas almas."

 

Diserté a la multitud extemporáneamente sobre Isa_53:10. 'Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo.'

Muchos de los oyentes entre la multitud de tres a cuatro mil personas quedaron conmovidos, al punto que se escuchó 'un gran llanto."

 

"Mientras yo iba a caballo, antes de llegar al lugar donde debía predicar, sentí que mi espíritu era restaurado y mi alma revestida de poder para clamar a Dios, casi sin cesar, por muchos kilómetros seguidos.

"En la mañana les prediqué a los indios de donde nos hospedamos. Muchos se sintieron conmovidos y, al hablarles acerca de la salvación de su alma, las lágrimas les corrían abundantemente y comenzaron a sollozar y a gemir. Por la tarde volví al lugar donde acostumbraba predicarles; me escucharon con la mayor atención casi hasta el fin. La mayoría no pudo contenerse de derramar lágrimas ni de clamar amargamente. Cuanto más les hablaba yo del amor y la compasión de Dios, que llegó a enviar a su propio Hijo para que sufriera por los pecados de los hombres, tanto más aumentaba la angustia de los oyentes.

Fue para mí una sorpresa notar cómo sus corazones parecían traspasados por el tierno y conmovedor llamado del evangelio, antes de que yo profiriese una única palabra de terror.

"Prediqué a los indios sobre Isa_53:3-10. Un gran poder acompañaba a la Palabra y hubo una marcada convicción entre el auditorio; sin embargo, ésta no fue tan generalizada como el día anterior. De todas maneras, la mayoría de los oyentes se sintieron muy conmovidos y profundamente angustiados; algunos no podían caminar, ni estar de pie, y caían al suelo como si tuviesen el corazón traspasado y clamaban sin cesar pidiendo misericordia... Los que habían venido de lugares distantes, luego quedaron convencidos por el Espíritu de Dios."

"En la tarde prediqué sobre Luc_15:16-23. Había mucha convicción visible entre los oyentes mientras yo predicaba; pero después, al hablarles en forma particular a algunos que se mostraban conmovidos, el poder de Dios descendió sobre el auditorio 'como un viento recio que soplaba' y barrió todo de una manera espectacular.

"Me quedé en pie, admirado de la influencia de Dios que se apoderó casi totalmente del auditorio.

Parecía, más que cualquier otra cosa, la fuerza irresistible de una gran corriente de agua, o un diluvio creciente, que derrumbaba y barría todo lo que encontraba a su paso.

"Casi todos los presentes oraban y clamaban pidiendo misericordia, y muchos no podían permanecer en pie. La convicción que cada uno sentía era tan grande que parecían ignorar por completo a las personas que estaban a su alrededor, y cada uno continuaba orando y rogando por sí mismo.

"Entonces recordé a Zacarías 12:10-12, porque había un gran llanto como el llanto de 'Hadad-rimón',

pues parecía que cada uno lloraba 'aparte'.

"Fue un día muy semejante al día en que Dios mostró su poder a Josué (Jos_10:14) porque fue un día diferente a cualquier otro que yo hubiese presenciado jamás, un día en que Dios hizo mucho para destruir el reino de las tinieblas entre ese pueblo."

Es difícil reconocer la magnitud de la obra de David Brainerd entre las diversas tribus de indios, en medio de las florestas; él no entendía el idioma de ellos. Para transmitirles directamente al corazón el mensaje de Dios, tenía que encontrar a alguien que le sirviese de intérprete. Pasaba días enteros simplemente orando para que viniese sobre él el poder del Espíritu Santo con tanto vigor que esa gente no pudiese resistir el mensaje. Cierta vez tuvo que predicar valiéndose de un intérprete que estaba tan embriagado que casi no podía mantenerse en pie; sin embargo, decenas de almas se convirtieron por ese sermón.

A veces andaba de noche perdido en el monte, bajo la lluvia y atravesando montañas y pantanos. De cuerpo endeble, se cansaba en sus viajes. Tenía que soportar el calor del verano y el intenso frío del invierno. Pasaba días seguidos sufriendo hambre. Ya comenzaba a sentir quebrantada su salud. En ese tiempo estuvo a punto de casarse (su novia fue Jerusha Edwards, hija de Jonatán Edwards) y establecer un hogar entre los indios convertidos, o regresar y aceptar el pastorado de una de las iglesias que lo invitaba.

Pero él se daba cuenta de que no podía vivir, por causa de su enfermedad, más de uno o dos años, y entonces resolvió "arder hasta el fin".

Así, después de ganar la victoria en oración, clamó: "Heme aquí, Señor, envíame a mí hasta los confines de la tierra; envíame a los pieles rojas del monte; aléjame de todo lo que se llama comodidad en la tierra; envíame aunque me cueste la vida, si es para tu servicio y para promover tu reino..."

Luego añadió: "Adiós amigos y comodidades terrenales, aun los más anhelados de todos, si el Señor así lo quiere. Pasaré hasta los últimos momentos de mi vida en cavernas y cuevas de la tierra, si eso sirve para el progreso del Reino de Cristo."

Fue en esa ocasión que escribió: "Continuaré luchando con Dios en oración a favor del rebaño de aquí, y especialmente por los indios de otros lugares hasta la hora de acostarme. ¡Cómo me dolió tener que gastar el tiempo durmiendo! Anhelaba ser una llama de fuego que estuviese ardiendo constantemente en el servicio divino y edificando el reino de Dios, hasta el último momento, el momento de morir."

Por fin, después de cinco años de viajes arduos por parajes solitarios, de innumerables aflicciones y de sufrir dolores incesantes en el cuerpo, David Brainerd, tuberculoso, y con las fuerzas físicas casi enteramente agotadas, consiguió llegar a la casa de Jonatán Edwards.

El peregrino ya había completado su carrera terrestre y esperaba solamente el carro de Dios que lo transportaría a la gloria, Cuando estaba en su lecho de dolor, vio entrar a alguien con la Biblia en la mano y exclamó: "¡Oh, el Libro amado! ¡Muy pronto voy a verlo abierto! ¡Entonces sus misterios me serán revelados!

A medida que iban disminuyendo sus fuerzas físicas y su percepción espiritual iba en aumento, hablaba con más y más dificultad: "Fui hecho para la eternidad." "Cómo anhelo estar con Dios y postrarme ante El." "¡Oh, que el Redentor pueda ver el fruto de la aflicción de su alma y quedar satisfecho!" "¡Oh, ven Señor Jesús! ¡Ven pronto! ¡Amén!" — y durmió en el Señor.

Después de ese acontecimiento la novia de Brainerd, Jerusha Edwards, comenzó a marchitarse como una flor, y cuatro meses después fue a morar también en la ciudad celeste. A un lado de su tumba está la tumba de David Brainerd y del otro lado, la de su padre, Jonatán Edwards.

Para David Brainerd el deseo más grande de su vida era el de arder como una llama, por Dios, hasta el último momento, como él mismo lo decía: "Anhelo ser una llama de fuego, constantemente ardiendo en el servicio divino, hasta el último momento, el momento de fallecer."

Brainerd acabó su carrera terrestre a los veintinueve años. Sin embargo, a pesar de su debilidad física tan grande, hizo mucho más que la mayoría de los hombres hace en setenta años.

Su biografía, escrita por Jonatán Edwards y revisada por Juan Wesley, tuvo más influencia sobre la vida de A. J. Gordon que ningún otro libro, excepto la Biblia. Guillermo Carey leyó la historia de su obra y consagró su vida al servicio de Cristo en las tinieblas de la India. Roberto McCheyne leyó su diario y pasó su vida entre los judíos. Enrique Martyn leyó su biografía y se entregó por completo para consumirse en un período de seis años y medio en el servicio de su Maestro en Persia.

Lo que David Brainerd escribió a su hermano, Israel Brainerd, es para nosotros un desafío a la obra misionera: "Digo, ahora que estoy muriendo, que ni por todo lo que hay en el mundo, habría yo vivido mi vida de otra manera."

GUILLERMO (WILLIAM) CAREY    1761 - 1834

MIERCOLES 10 DE MARZO DE 2021

 

Siendo niño, Guillermo Carey sentía una verdadera pasión por el estudio de la naturaleza. Su dormitorio se encontraba lleno de colecciones disecadas de insectos, flores, pájaros, huevos, nidos, etc.

Cierto día, al intentar alcanzar un nido de pájaro, cayó de un árbol alto. Cuando trató de subir por la segunda vez, cayó nuevamente. Insistió por tercera vez en su intento, pero cayó quebrándose una pierna. Algunas semanas después, antes de que su pierna estuviese completamente sana, Guillermo entró en su casa con el nido en la mano. "¡¿Subiste al árbol nuevamente?!" exclamó su madre. "No pude evitarlo. Tenía que poseer el nido, mamá", respondió el chiquillo.

Se dice que Guillermo Carey, fundador de las misiones actuales, no estaba dotado de una inteligencia superior ni poseía tampoco ningún don que deslumbrase a los hombres. Sin embargo, fue esa característica de persistir, con espíritu indómito e inconquistable, hasta llevar a término todo cuanto iniciaba, el secreto del maravilloso éxito de su vida.

Cuando Dios lo llamaba para que iniciara alguna tarea, él permanecía firme, día tras día, mes tras mes, y año tras año hasta acabarla. Dejó que el Señor se sirviera de su vida, no solamente para evangelizar durante un período de cuarenta y un años en el extranjero, sino también para realizar la hazaña, por increíble que parezca, de traducir las Sagradas Escrituras a más de treinta lenguas.

El abuelo y el padre del pequeño Guillermo eran, respectivamente, profesor y sacristán (Iglesia Anglicana) de la parroquia. De esa manera el hijo aprendió lo poco que el padre podía enseñarle. Pero no satisfecho con eso, Guillermo continuó sus estudios sin maestro.

A los doce años adquirió un ejemplar del Vocabulario latino, por Dyche, que Guillermo se aprendió de memoria. A los catorce años se inició en el oficio como aprendiz de zapatero.

En la tienda encontró algunos libros, de los cuales se aprovechó para estudiar. De esa manera inició el estudio del griego.

Fue en ese tiempo que llegó a reconocer que era un pecador perdido, y comenzó a examinar cuidadosamente las Escrituras.

Poco después de su conversión, a los 18 años de edad, predicó su primer sermón. Al verificar que el bautismo por inmersión es bíblico y apostólico, dejó la denominación a que pertenecía. Tomaba prestado libros para estudiar, y a pesar de vivir pobremente, adquirió algunos libros usados. Uno de sus métodos para aumentar el conocimiento de otras lenguas, consistía en leer diariamente la Biblia en latín, en griego y en hebreo.

A los veinte años de edad se casó. Sin embargo, los miembros de la iglesia donde predicaba eran pobres y Carey tuvo que continuar con su oficio de zapatero para ganar el pan cotidiano. El hecho de que el señor Oíd, su patrón, exhibiese en la tienda un par de zapatos fabricados por Guillermo, como muestra, era una buena prueba de la habilidad del muchacho.

Fue durante el tiempo que enseñaba geografía en Moulton que Carey leyó el libro titulado Los viajes del Capitán Cook, y Dios le habló a su alma acerca del estado abyecto de los paganos que vivían sin el evangelio. En su taller de zapatero fijó en la pared un mapamundi de gran tamaño, que él mismo había diseñado cuidadosamente. En ese mapa incluyó toda la información pertinente disponible; el número exacto de la población, la flora y la fauna, las características de los indígenas de todos los países. Mientras reparaba los zapatos, levantaba los ojos de vez en cuando para mirar su mapa y meditaba sobre las condiciones de los distintos pueblos y la manera de evangelizarlos. Fue así como sintió más y más el llamado de Dios para que preparase la Biblia para los millones de hindúes, en su propia lengua.

La denominación a la que Guillermo pertenecía, después de aceptar el bautismo por inmersión, se hallaba en gran decadencia espiritual. Esto fue reconocido por algunos de los ministros, los cuales convinieron en pasar "una hora orando el primer lunes de todos los meses", pidiendo a Dios un gran avivamiento de la denominación.

En efecto, se esperaba un despertamiento, pero como sucede muchas veces, no pensaron en la manera en que Dios les respondería.

En aquel tiempo las iglesias no aceptaban la idea de llevar el evangelio a los paganos, por considerarla absurda.

Cierta vez en una reunión del ministerio, Carey se levantó y sugirió que ventilasen este asunto: El deber de los creyentes en promulgar el evangelio entre las naciones paganas. El venerable presidente de la reunión, sorprendido, se puso de pie y gritó: "Joven, ¡siéntese! Cuando Dios tuviese a bien convertir a los paganos, El lo hará sin su auxilio ni el mío."

A pesar de ese incidente, el fuego continuó ardiendo en el alma de Guillermo Carey. Durante los años siguientes se esforzó ininterrumpidamente, orando, escribiendo y hablando sobre el asunto de llevar a Cristo a todas las naciones. En mayo de 1792 predicó su memorable sermón sobre Isaías 54:2-3  "Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas; no seas escasa; alarga tus cuerdas y refuerza tus estacas. Porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda; y tu descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas."

Disertó sobre la importancia de esperar grandes cosas de Dios y, luego puso de relieve la necesidad de emprender grandes obras para Dios.

El auditorio se sintió culpable de haber negado el evangelio a los países paganos, al punto de "clamar en coro". Se organizó entonces la primera sociedad misionera en la historia de las iglesias de Cristo, para la predicación del evangelio entre los pueblos nunca antes evangelizados. Algunos ministros como Brainerd, Eliot y Schwartz ya habían ido a predicar en lugares distantes, pero sin que las iglesias se uniesen para

sustentarlos.

A pesar de que la formación de la sociedad fue el resultado de la persistencia de Carey, él mismo no tomó parte en su establecimiento. Sin embargo, en ese tiempo se escribió lo siguiente acerca de él: "Ahí está Carey, pequeño de estatura, humilde, de espíritu sereno y constante; ha trasmitido el espíritu misionero a los corazones de los hermanos, y ahora quiere que sepan que él está listo para ir a donde quieran mandarlo, y está completamente de acuerdo en que formulen todos los planes."

Pero ni siquiera con esa victoria le fue fácil a Guillermo Carey materializar su sueño de llevar a Cristo a los países que permanecían en tinieblas, aunque dedicaba su espíritu indómito para alcanzar la meta que Dios le había marcado.

La iglesia donde predicaba, no consentía que dejase el pastorado, y sólo después que los miembros de la Sociedad visitaron la iglesia, fue que este problema se resolvió. En el informe de la iglesia consta lo siguiente: "A pesar de estar de acuerdo con él, no nos parece bien que nos deje aquel a quien amamos más que a nuestra propia alma."

Sin embargo, lo que él sintió más fue que su esposa se rehusara terminantemente a irse de Inglaterra con sus hijos. No obstante Carey estaba tan seguro de que Dios lo llamaba para trabajar en la India, que ni la decisión de su esposa lo hizo vacilar.

Había otro problema que parecía no tener solución: no se permitía la entrada de ningún misionero en la India. En tales circunstancias era inútil pedir permiso para entrar; y fue en esas condiciones que lograron embarcar, sin poseer ese documento. Desafortunadamente el navío demoró algunas semanas en partir, y poco antes de que zarpara, los misioneros recibieron orden de desembarcar.

A pesar de tantos contratiempos, la sociedad misionera continuó confiando en Dios; lograron obtener dinero y compraron un pasaje para la India en un navío Danés. Una vez más Carey le rogó a su querida esposa que lo acompañase. Pero ella persistió en su negativa, y nuestro héroe, al despedirse de ella, le dijo: "Si yo poseyese el mundo entero, lo daría alegremente todo por el privilegio de llevarte a ti y a nuestros queridos hijos conmigo: pero el sentido de mi deber sobrepasa cualquier otra consideración. No puedo volver atrás sin sentir culpa en mi alma." Sin embargo, antes de que el navío partiese, uno de los misioneros fue a la casa de Carey. Muy grande fue la sorpresa y el regocijo de todos al saber que ese misionero lograra convencer a la esposa de Carey para que acompañase a su marido. Dios conmovió  el corazón del comandante del navío para que la llevase, en compañía de los hijos, sin cobrar el pasaje.

Por supuesto el viaje a vela no era tan cómodo como en los vapores modernos. A pesar de los temporales, Carey aprovechó su tiempo para estudiar el bengalí y ayudar a uno de los misioneros en la obra de traducir el Libro del Génesis al bengalí.

Durante el viaje Guillermo Carey aprendió suficientemente bien el bengalí como para entenderse con el pueblo. Poco después de desembarcar comenzó a predicar, y los oyentes venían a escucharlo en número

siempre creciente.

Carey percibió la necesidad imperiosa de que el pueblo tuviese una Biblia en su propia lengua y, sin demora, se entregó a la tarea de traducirla. La rapidez con que aprendió las lenguas de la India, es motivo de admiración para los mejores lingüistas.

Nadie sabe cuántas veces nuestro héroe experimentó grandes desánimos en la India. Su esposa no tenía ningún interés en los esfuerzos de su marido y enloqueció. La mayor parte de los ingleses con quienes Carey tuvo contacto, lo creían loco; durante casi dos años no le llegó ninguna carta de Inglaterra. Muchas veces Carey y su familia carecieron de dinero y de alimentos. Para sustentar a su familia, el misionero se volvió labrador, y trabajó como obrero en una fábrica de añil.

Durante más de treinta años Carey fue profesor de lenguas orientales en el Colegio de Fort Williams. Fundó también el Colegio Serampore para enseñar a los obreros. Bajo su dirección el colegio prosperó, y desempeñó un gran papel en la evangelización del país.

Al llegar a la India, Carey continuó los estudios que había comenzado cuando era niño. No solamente fundó la Sociedad de Agricultura y Horticultura, sino que también creó uno de los mejores jardines botánicos; escribió y publicó el Hortus Bengalensis. El libro Flora Indica, otra de sus obras, fue considerada una obra maestra por muchos años.

No se debe pensar, sin embargo, que para Guillermo Carey la horticultura era sólo una distracción. Pasó también mucho tiempo enseñando en las escuelas de niños pobres. Pero, sobre todo, siempre ardía en su corazón el deseo de llevar adelante la obra de ganar almas.

Cuando uno de sus hijos comenzó a predicar, Carey escribió: "Mi hijo, Félix, respondió al llamado de predicar el evangelio." Años más tarde, cuando ese mismo hijo aceptó el cargo de embajador de la Gran Bretaña en Siam, el padre, desilusionado y angustiado, escribió a un amigo:

"¡Félix se empequeñeció hasta volverse un embajador!"

Durante los cuarenta y un años que Carey pasó en la India, no visitó Inglaterra. Hablaba con fluidez más de treinta lenguas de la India; dirigía la traducción de las Escrituras en todas esas lenguas y fue nombrado para realizar la ardua tarea de traductor oficial del gobierno. Escribió varias gramáticas hindúes y compiló importantes diccionarios de los idiomas bengalí, maratí y sánscrito. El diccionario bengalí consta de tres volúmenes e incluye todas las palabras de la lengua, con sus raíces y origen, y definidas en todos los

sentidos.

Todo esto fue posible porque Carey siempre economizó el tiempo, según se deduce de lo que escribió su biógrafo:

" Desempeñaba estas tareas hercúleas sin poner en riesgo su salud, porque se aplicaba metódica y rigurosamente a su programa de trabajos, año tras año. Se divertía pasando de una tarea a la otra. El decía que se pierde más tiempo cuando se trabaja sin constancia e indolentemente, que con las interrupciones de las visitas. Observaba, por lo tanto, la norma de tomar, sin vacilar, la obra marcada y no dejar que absolutamente nada lo distrajese durante su período de trabajo."

Lo siguiente, escrito para pedirle disculpas a un amigo por la demora en responderle su carta, muestra cómo muchas de sus obras avanzaron juntas:

"Me levanté hoy a las seis, leí un capítulo de la Biblia hebrea; pasé el resto del tiempo, hasta las siete, orando. Luego asistí al culto doméstico en bengalí con los sirvientes. Mientras me traían el té, leí un poco en persa con un muncki que me esperaba; leí también, antes de desayunar, una porción de las Escrituras en indostani. Luego, después de desayunar, me senté con un pundite que me esperaba, para continuar la traducción del sánscrito al ramayuma. Trabajamos hasta las diez. Entonces fui al colegio para enseñar hasta casi las dos de la tarde. Al volver a casa, leí las pruebas de la traducción de Jeremías al bengalí, y acabé justo cuando ya era hora de comer. Después de la comida, me puse a traducir, ayudado por el

pundite jefe del colegio, la mayor parte del capítulo ocho de Mateo al sánscrito. En esto estuve ocupado hasta las seis de la tarde. Después de las seis me senté con un pundite de Telinga, para traducir del sánscrito a la lengua de él. A las siete comencé a meditar sobre el mensaje de un sermón que prediqué luego en inglés a las siete y media. Cerca de cuarenta personas asistieron al culto, entre ellas un juez del Sudder Dewany Dawlut. Después del culto el juez contribuyó con 500 rupias para la construcción de un nuevo templo. Todos los que asistieron al culto se fueron a las nueve de la noche; me senté entonces para traducir el capítulo once de Ezequiel al bengalí. Acabé a las once, y ahora te estoy escribiendo esta carta.

Después, clausuraré mis actividades de este día con oración. No hay día en que pueda disponer de más tiempo que esto, pero el programa varía."

Al avanzar en edad, sus amigos insistían en que disminuyese sus esfuerzos, pero su aversión a la inactividad era tal, que continuaba trabajando, aun cuando la fuerza física no era suficiente para activar la necesaria energía mental. Por fin se vio obligado a permanecer en cama, donde siguió corrigiendo las pruebas de las traducciones.

Finalmente, el 9 de junio de 1834, a la edad de 73 años, Guillermo Carey durmió en Cristo.

La humildad fue una de las características más destacadas de su vida. Se cuenta que, estando en el pináculo de su fama, oyó a cierto oficial inglés preguntar cínicamente: "¿El gran doctor Carey no era zapatero?" Carey al oír casualmente la pregunta respondió: "No, mi amigo, era apenas un remendón."

Cuando Guillermo Carey llegó a la India, los ingleses le negaron el permiso para desembarcar. Al morir, sin embargo, el gobierno ordenó que se izasen las banderas a media asta, para honrar la memoria de un héroe que había hecho más por la India que todos los generales británicos.

Se calcula que Carey tradujo la Biblia para la tercera parte de los habitantes del mundo. Así escribió uno de sus sucesores, el misionero Wenger: "No sé cómo Carey logró hacer ni siquiera una cuarta parte de sus traducciones. Hace como veinte años (en 1855) que algunos misioneros, al presentar el evangelio en Afganistán (país del Asia central), encontraron que la única versión que ese pueblo entendía, era la

Pushtoo hecha en Sarampore por Carey."

El cuerpo de Guillermo Carey descansa, pero su obra continúa siendo una bendición para una gran parte del mundo.

CHRISTMAS EVANS     1766 - 1838

MIERCOLES 7 DE ABRIL DE 2021

 

Conocido también como el Juan Bunyan de Gales. Por ser el predicador que a juicio de los demás, gozo del poder del Espíritu Santo en su vida. 

Nacido un 24 de Diciembre de 1766 en Gales  perteneciente a la isla de Inglaterra.

La gente lo llamaba el predicador tuerto debido a que era ciego de su ojo derecho o quizás no lo tenia. Pero jamás fue impedimento para que el Espíritu Santo se manifestara en su vida, y sus predicaciones  que llevaban a los pies del Señor a un gran número de sus oyentes que en ocasiones

llegaban a reunir 15 o 20 mil personas. 

Como muchos a quien el Señor nos ha rescatado,  Evans por un tiempo vivió entregado a las diversiones y a la embriaguez.

Durante una lucha fue gravemente acuchillado; en otra ocasión lo sacaron del agua como muerto, y aún otra vez, se cayó de un árbol sobre un cuchillo.

En las contiendas era siempre el campeón ya que era un hombre muy corpulento y de alta estatura. Sin embargo en una ocasión  en un combate de tantos,  lo cegaron de un ojo. Dios, sin embargo, fue misericordioso con él durante ese período, conservándolo con vida, para más tarde utilizarlo en su servicio.

A la edad de 17 años fue salvo; aprendió a leer, y poco después fue llamado a predicar y fue separado para el ministerio. Sus sermones eran secos y sin fruto, hasta que un día cuando viajaba para Maentworg,  sintió el ferviente  deseo de orar, y fue así que se interno en el bosque donde derramó su alma en espíritu y en verdad  mientras hacia  oración a Dios.

Igual que Jacob en Peniel, no se apartó de ese lugar hasta recibir la bendición divina. Después de aquel día reconoció la gran responsabilidad de su obra; siempre su espíritu se regocijaba con la oración y se sorprendió grandemente por los frutos gloriosos que Dios comenzó a concederle.

Antes tenía talentos y cuerpo de gigante, pero luego le fue añadido el espíritu de gigante. Era valiente como un león y humilde como un cordero; no vivía para sí, sino para Cristo. Además de tener, por naturaleza, una mente ágil y una manera conmovedora de hablar, poseía un corazón que rebosaba de  amor para con Dios y su prójimo.

Verdaderamente era una luz que ardía y brillaba.

Andaba a pie por el sur de Gales, predicando, a veces hasta cinco sermones en el mismo día. A pesar de no andar bien vestido y de sus maneras ordinarias, grandes multitudes afluían para oírlo.

Vivificado con el fuego celestial, se elevaba en espíritu como si tuviese alas de ángel, y el auditorio se contagiaba y se conmovía también. Muchas veces los oyentes rompían en llanto y en otras manifestaciones, que no podían evitar. Por eso eran conocidos como los "Saltadores galeses". (esto era algo muy significativo, ya que en esa época era de suprema importancia guardas las formas, las apariencias y no era bien visto que la persona perdiera  la compostura y rompiera el protocolo de vida.

Evans creía firmemente que sería mejor evitar los dos extremos: el exceso de ardor y la demasiada frialdad. Pero Dios es un ser soberano, que obra de varias maneras. A unos El atrae por el amor, mientras que a otros El aterra con los truenos del Sinaí para que hallen la paz preciosa en Cristo. Los indecisos a veces son sacudidos por Dios sobre el abismo de la angustia eterna, hasta que clamen pidiendo misericordia y encuentren el gozo inefable. El cáliz de ellos rebosa, hasta que algunos, no comprendiendo, preguntan: "¿Por qué tanto exceso?"

Acerca dé 'la censura que se hacía de los cultos, Evans escribió: "Me admiro de que el genio malo, llamándose 'el ángel del orden', quiera tratar de cambiar todo lo que respecta a la adoración de Dios, volviéndola en un culto tan seco como el monte Gil-boa. Esos hombres de orden desean que el rocío caiga y el sol brille sobre todas sus flores, en todos los lugares, menos en los cultos del Dios Todopoderoso.

En los teatros, en los bares y en las reuniones políticas los hombres se conmueven, se entusiasman, y se exaltan como tocados por el fuego, igual que cualquier 'Saltador Gales'. Pero, conforme a sus deseos, ¡no debe existir nada que le dé vida y entusiasmo a los cultos religiosos!  Hermanos, meditad en esto! ¿Tenéis razón o estáis equivocados?"

Se cuenta que en cierto lugar tres predicadores tenían que hablar, siendo Evans el último. Era un día de mucho calor, los dos primeros sermones fueron muy largos, de modo que todos los oyentes estaban indiferentes y casi exhaustos. No obstante, después, cuando Evans llevaba unos quince minutos predicando sobre la misericordia de Dios, tal cual se ve en la parábola del Hijo Pródigo, centenares de personas que estaban sentadas en la hierba, repentinamente se pusieron de pie. Algunos lloraban y otros oraban llenos de angustia. Fue imposible continuar el sermón, la gente continuó llorando y orando durante el día entero, y toda la noche hasta el amanecer.

En la isla de Anglesea (ubicada al oeste de Londres), Evans tuvo que enfrentarse a una doctrina encabezada por un orador elocuente e instruido. En la lucha contra el error de esa secta, Evans comenzó a decaer espiritualmente. Después de algunos años, ya no poseía el mismo espíritu de oración ni sentía el gozo de la vida cristiana. El mismo cuenta cómo buscó y recibió de nuevo la unción del poder divino que hizo que su alma se encendiera aún más que antes: "No podía continuar con mi corazón frío con relación a Cristo, a su expiación y a la obra de su Espíritu. No soportaba el corazón frío en el pulpito, en la oración secreta y en el estudio, especialmente cuando me acordaba de que durante quince años mi corazón se había abrasado como si yo hubiese andado con Jesús en el camino a Emaús. Por fin, llegó el día que jamás olvidaré: En el camino a Dolgelly, sentí la necesidad de orar, a pesar de tener el corazón endurecido y el espíritu carnal. Después que comencé a suplicar, sentí como que unas pesadas cadenas que me ataban, caían al suelo, y como que dentro de mí se derretían montañas de hielo. Con esta manifestación aumentó en mí la certeza de haber recibido la promesa del

Espíritu Santo. Me parecía que mi espíritu se había librado de una prolongada prisión, o como si estuviese saliendo de la tumba de un invierno extremadamente frío. Las lágrimas me corrieron abundantemente y me sentí constreñido a clamar y pedir a Dios el gozo de su salvación y que El visitase de nuevo las iglesias de Anglesea que estaban bajo mi cuidado. Supliqué por todas las iglesias, mencionando el nombre de casi todos los predicadores de Gales. Luché en oración durante más de tres horas. El espíritu de intercesión comenzó a pasar sobre mí, como ondas, una después de otra, impelidas por un viento fuerte, hasta que mis

fuerzas físicas se debilitaron de tanto llorar. Fue así que me entregué enteramente a Cristo, en cuerpo y alma, en talentos y en obras, mi vida entera, todos los días y todas las horas que aún me restaban por vivir, incluyendo todos mis anhelos. Todo, todo lo puse en las manos de Cristo...

En el primer culto, después de esta experiencia, me sentí como removido de la región espiritualmente estéril y helada, hacia las tierras agradables de las promesas de Dios. Comencé entonces, de nuevo, los primeros combates en oración, sintiendo fuertes anhelos por la conversión de los pecadores, tal como había sentido en Leyn.

Me apoderé de la promesa de Dios. El resultado fue, que al volver a casa vi que el Espíritu estaba obrando en los hermanos de Anglesea dándoles el espíritu de oración insistente."

Ocurrió entonces un gran avivamiento, pasando del predicador a la gente en todos los lugares de la isla de Anglesea, y en todo Gales. La convicción de pecado pasaba sobre los auditorios como grandes oleadas. El poder del Espíritu Santo obraba, hasta que el pueblo lloraba y danzaba de gozo. Uno de los que asistieron a su famoso sermón sobre el Endemoniado Gadareno, cuenta cómo Evans retrató tan fielmente la escena de la liberación del pobre endemoniado, la admiración de la gente al verlo liberado, el gozo de la esposa y de los hijos cuando volvió a la casa ya curado, que el auditorio rompió en grandes risas y llanto.

Otro se expresó así: "El lugar se volvió un verdadero 'Boquim' de lloro" (Jue_2:1-5). Otro más dijo que el auditorio quedó como los habitantes de una ciudad sacudida por un terremoto, que salen corriendo, se postran en tierra y claman la misericordia de Dios.

Como no era poco lo que sembraba, recogía abundantemente, y al ver la abundancia de la cosecha, sentía que su celo ardía de nuevo y que su amor aumentaba, llevándolo a trabajar con más ahínco aún. Su firme convicción era que nadie, ni aun la mejor persona, puede salvarse sin la operación del Espíritu Santo, ni el corazón más rebelde puede resistir al poder del mismo Espíritu. Evans tenía siempre un objetivo cuando luchaba en oración; se apoyaba en las promesas de Dios, suplicando con tanta insistencia como aquel que no se va antes de recibir. El decía que la parte más gloriosa del ministerio del predicador era el hecho de agradecer a Dios por la obra del Espíritu Santo en la conversión de los pecadores.

Como vigía fiel, no podía pensar en dormir mientras la ciudad se incendiaba.

Se humillaba ante Dios, agonizando por la salvación de los pecadores, y de buena voluntad gastó sus fuerzas y su salud por ellos.

Trabajaba sin descanso, sin temer la censura de los religiosos fríos, el desprecio de los perdidos, ni la ira y la furia de los demonios.

A la edad de 73 años, sin mostrar disminución en sus fuerzas físicas ni mentales, predicó el último sermón, como de costumbre, bajo el poder de Dios. Al finalizar dijo: "Este es mi último sermón." Los hermanos creyeron que se refería a su último sermón en aquel lugar. Pero el hecho es que cayó enfermo esa misma noche.

En la hora de su muerte, tres días después, se dirigió al pastor, que lo hospedaba, con estas palabras: "Mi gozo y consuelo es que después de dedicarme a la obra del santuario durante cincuenta y tres años, nunca me faltó sangre en el lebrillo. Predica a Cristo a la gente." Luego, después de cantar un himno, dijo: "¡Adiós! ¡Adiós!" y falleció.

La muerte de Christmas Evans fue uno de los acontecimientos más solemnes de toda la historia del principado de Gales. Fue llorado en el país entero.

El fuego del Espíritu Santo hizo que los sermones de este siervo de Dios enardecieran de tal manera los corazones, que la gente de su generación no podía oír pronunciar el nombre de Christmas Evans sin recordar vívidamente al Hijo de María en el pesebre de Belén, su bautismo en el Jordán, el huerto de Getsemaní, el tribunal de Pilato, la corona de espinas, el monte Calvario, el Hijo de Dios inmolado en el altar y el fuego santo que consumía todos los holocaustos, desde los días de Abel hasta el día memorable en que fue apagado por la sangre del Cordero de Dios.

ENRIQUE MARTYN     1781- 1812

MARTES 20 DE ABRIL DEL 2021

 

Arrodillado en una playa de la India, Enrique Martyn derramaba su alma ante el Maestro y oraba de la siguiente manera:

"Amado Señor, yo también andaba en el país lejano; mi vida ardía en el pecado... quisiste que yo regresase, ya no más un tizón para extender la destrucción, sino una antorcha que resplandezca por ti (Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda ¿No es este un tizón arrebatado del incendio?  Zacarías 3:2 ) ¡Heme aquí entre las tinieblas más densas, salvajes y opresivas del paganismo. Ahora, Señor, quiero arder hasta consumirme enteramente por ti!" El intenso ardor de aquel día siempre motivó la vida de ese joven. Se dice que su nombre es "el nombre más heroico que adorna la historia de la Iglesia de Inglaterra, desde los tiempos de la reina Isabel". Sin embargo, aun entre sus compatriotas, él no es muy conocido.

Su padre era de físico endeble. Después que él murió, los cuatro hijos, incluyendo Enrique, no tardaron en contraer la misma enfermedad de su padre, la tuberculosis.

Con la muerte de su padre, Enrique perdió el intenso interés que tenía por las matemáticas y más bien se interesó grandemente en la lectura de la Biblia. Se graduó con los honores más altos de todos los de su clase.

Sin embargo, el Espíritu Santo habló a su alma: "Buscas grandes cosas para ti, pues no las busques."

Acerca de sus estudios testificó: "Alcancé lo más grande que anhelaba, pero luego me desilusioné al ver que sólo había conseguido una sombra."

Tenía por costumbre levantarse de madrugada y salir a caminar solo por los campos, para gozar de la comunión íntima con Dios. El resultado fue que abandonó para siempre sus planes de ser abogado, un plan que todavía seguía porque "no podía consentir en ser pobre por el amor de Cristo".

Al escuchar un sermón sobre "El estado perdido de los paganos", resolvió entregarse a la vida

misionera.

Al conocer la vida abnegada del misionero Guillermo Carey, dedicada a su gran obra en la India, se sintió guiado a trabajar en el mismo país. El deseo de llevar el mensaje de salvación a los pueblos que no conocían a Cristo, se convirtió en un fuego inextinguible en su alma después que leyó la biografía de David Brainerd, quien murió siendo aún muy joven, a la edad de veintinueve años. Brainerd consumió toda su vida en el servicio del amor intenso que profesaba a los pieles rojas de la América del Norte.

Enrique Martyn se dio cuenta de que, como David Brainerd, él también disponía de poco tiempo de vida para llevar a cabo su obra, y se encendió en él la misma pasión de gastarse enteramente por Cristo en él breve espacio de tiempo que le restaba. Sus sermones no consistían en palabras de sabiduría humana, sino que siempre se dirigía a la gente, como "un

moribundo, predicando a los moribundos".

A Enrique Martyn se le presentó un gran problema cuando la madre de su novia, Lidia Grenfel, no consentía en el casamiento porque él deseaba llevar a su esposa al extranjero. Enrique amaba a Lidia y su mayor deseo terrenal era establecer un hogar y trabajar junto con ella en la mies del Señor. Acerca de esto él escribió en su diario lo siguiente: "Estuve orando durante horas y media, luchando contra lo que me ataba...

Cada vez que estaba a punto de ganar la victoria, mi corazón regresaba a su ídolo y, finalmente, me acosté sintiendo una gran pena."

Entonces se acordó de David Brainerd, el cual se negaba a sí mismo todas las comodidades de la civilización, caminaba grandes distancias solo en la floresta, pasaba días sin comer, y después de esforzarse así durante cinco años volvió, tuberculoso, para fallecer en los brazos de su novia, Jerusha, hija de Jonatán Edwards.

Por fin Enrique Martyn también ganó la victoria, obedeciendo al llamado a sacrificarse por la salvación de los perdidos. Al embarcarse, en 1805, para la India, escribió: "Si vivo o muero, que Cristo sea glorificado por la cosecha de multitudes para El."

A bordo del navío, al alejarse de su patria, Enrique Martyn lloró como un niño. No obstante, nada ni nadie podían desviarlo de su firme propósito de seguir la dirección divina. El también era un tizón arrebatado del fuego, por eso repetidamente decía: "Que yo sea una llama de fuego en el servicio divino."

Después de una travesía de nueve largos meses a bordo y cuando ya se encontraba cerca de su destino, pasó un día entero en ayuno y oración. Sentía cuan grande era el sacrificio de la cruz y cómo era igualmente grande su responsabilidad para con los perdidos en la idolatría que sumaban multitudes en la India. Siempre repetía: "Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra" (Isa_62:6-7)

La llegada de Enrique Martyn a la India, en el mes de abril de 1806, fue también en respuesta a la oración de otros. La necesidad era tan grande en ese país, que los pocos obreros que había allí se pusieron de acuerdo en reunirse en Calcuta de ocho en ocho días, para pedir a Dios que enviase un hombre lleno del Espíritu Santo y de poder a la India. Al desembarcar Martyn, fue recibido alegremente por ellos, como la respuesta a sus oraciones.

Es difícil imaginar el horror de las tinieblas en que vivía ese pueblo, entre el cual fue Martyn a vivir.

Un día, cerca del lugar donde se hospedaba, oyó una música y vio el humo de una pira fúnebre, acerca de las cuales había oído hablar antes de salir de Inglaterra. Las llamas ya comenzaban a subir del lugar donde la viuda se encontraba sentada al lado del cadáver de su marido muerto. Martyn, indignado, se esforzó pero no pudo conseguir salvar a la pobre víctima.

En otra ocasión fue atraído por el sonido de címbalos a un lugar donde la gente rendía culto a los demonios. Los adoradores se postraban ante un ídolo, obra de sus propias manos, ¡al que adoraban y temían! Martyn se sentía "realmente en la vecindad del infierno".

Rodeado de tales escenas, él se esforzaba más y más, incansablemente, día tras día en aprender la lengua. No se desanimaba con la falta de fruto de su predicación, porque consideraba que era mucho más

importante traducir las Escrituras y colocarlas en las manos del pueblo. Con esa meta fija en su mente

perseveraba en la obra de la traducción, perfeccionándola cuidadosamente, poco a poco, y deteniéndose de vez en cuando para pedir el auxilio de Dios.

Cómo ardía su alma en el firme propósito de dar la Biblia al pueblo, se ve en uno de sus sermones, conservado en el Museo Británico, y que copiamos a continuación:

 

"Pensé en la situación triste del moribundo, que tan sólo conoce bastante de la eternidad como para temer a la muerte, pero no conoce bastante del Salvador como para vislumbrar el futuro con esperanza. No puede pedir una Biblia para aprender algo en que afirmarse, ni puede pedir a la esposa o al hijo que le lean un capítulo para consolarlo.

¡La Biblia, ah, es un tesoro que ellos nunca poseyeron!

Vosotros que tenéis un corazón para sentir la miseria del prójimo, vosotros que sabéis cómo la agonía del espíritu es más cruel que cualquier sufrimiento del cuerpo, vosotros que sabéis que está próximo el día en que tendréis que morir.

¡Oh, dadles aquello que será un consuelo a la hora de la muerte!"

Para alcanzar ese objetivo, de dar las Escrituras a los pueblos de la India y de Persia, Martyn se dedicó a la obra de traducción de día y de noche, en sus horas de descanso y mientras viajaba. No disminuía su marcha ni cuando el termómetro registraba el intenso calor de 50°, ni cuando sufría de fiebre intermitente, ni debido a la gravedad de la peste blanca que ardía en su pecho.

Igual que David Brainerd, cuya biografía siempre sirvió para inspirarlo, Enrique Martyn pasó días enteros en intercesión y comunión con su "amado, su querido Jesús". "Parece", escribió él" que puedo orar cuanto quiera sin cansarme. Cuan dulce es andar con Jesús y morir por El...

" Para él la oración no era una mera formalidad, sino el medio de alcanzar la paz y el poder de los cielos, el medio seguro de quebrantar a los endurecidos de corazón y vencer a los adversarios.

Seis años y medio después de haber desembarcado en la India, a la edad de 31 años, cuando emprendía un largo viaje, falleció. Separado de los hermanos, del resto de la familia, rodeado de perseguidores, y su novia esperándolo en Inglaterra, fue enterrado en un lugar desconocido.

¡Fue muy grande el ánimo, la perseverancia, el amor y la dedicación con que trabajó en la mies de su Señor! Su celo ardió hasta consumirlo en ese corto espacio de seis años y medio. Nos es imposible apreciar cuan grande fue la obra que realizó en tan pocos años. Además de predicar, logró traducir parte de las Sagradas Escrituras a las lenguas de una cuarta parte de todos los habitantes del mundo. El Nuevo

Testamento en indi, indostani y persa, y los evangelios en judaico-persa son solamente una parte de sus obras.

Cuatro años después de su muerte nació Fidelia Fiske en la tranquilidad de Nueva Inglaterra. Cuando todavía estudiaba en la escuela, leyó la biografía de Enrique Martyn. Anduvo cuarenta y cinco kilómetros de noche, bajo violenta tempestad de nieve, para pedir a su madre que la dejase ir a predicar el evangelio a las mujeres de Persia. Al llegar a Persia, reunió a las mujeres y les habló del amor de Jesús, hasta que el avivamiento en Oroomiah se convirtió en otro Pentecostés.

Si Enrique Martyn, que entregó todo para el servicio del Rey de reyes, pudiese hoy visitar la India y Persia, cuan grande sería la obra que encontraría, obra realizada por tan gran número de fieles hijos de Dios, en los cuales ardió el mismo fuego encendido por la lectura de la biografía de ese precursor.

ADONIRAM  JUDSON     1788 - 1850

MARTES 20 DE ABRIL DEL 2021

 

El misionero, débil y enflaquecido por los sufrimientos y privaciones, fue conducido en compañía de los más empedernidos criminales, como ganado, a chicotazos y sobre la arena ardiente a la prisión. Su esposa logró entregarle una almohada para que pudiese dormir mejor sobre el duro suelo de la prisión. Sin embargo, él descansaba todavía mejor porque sabía que dentro de la almohada que tenía debajo de la cabeza, estaba escondida la preciosa porción de la Biblia que había traducido con grandes esfuerzos a la lengua del pueblo que lo perseguía.

 ¡Sucedió que el carcelero le quitó la almohada para su propio uso!

¿Qué podía hacer el pobre misionero para recuperar su tesoro?

Entonces su esposa preparó con grandes sacrificios una almohada mejor y consiguió cambiarla con la que tenía el carcelero. En esa forma la traducción de la Biblia fue conservada

en la prisión durante casi dos años; la Biblia entera, después que él la completó, fue dada por primera vez a los millones de habitantes de Birmania.

En toda la historia, desde los tiempos de los apóstoles, son pocos los nombres que nos inspiran tanto a esforzarnos por la obra misionera, como los nombres de los esposos, Ana y Adoniram Judson.

En cierta iglesia de Malden, suburbio de Boston, se encuentra una placa de mármol con la siguiente inscripción:

En memoria del Reverendo Adoniram Judson.

Nació el 9 de agosto de 1788.

Murió el 12 de abril de 1850.

Lugar de nacimiento: Malden.

Lugar de su sepultura: El mar.

Su obra: Los salvos de Birmania y la Biblia birmana.

Su historial: En las alturas.

Adoniram fue un niño precoz: su madre le enseñó a leer un capítulo entero de la Biblia, antes de que él cumpliese cuatro años de edad.

Su padre le inculcó el deseo ardiente de tratar de alcanzar siempre la perfección en todo cuanto hacía, superando a cualquiera de sus compañeros. Esa fue la norma de toda su vida.

Los años que pasó estudiando fue la época en que el ateísmo, que se había originado en Francia, se infiltró en el país.

El gozo que experimentaron sus padres cuando el hijo ganó el primer lugar de su clase, se transformó en tristeza cuando Adoniram les confesó que ya no creía más en la existencia de Dios. El recién graduado sabía enfrentar los argumentos de su padre, que era un pastor instruido y quien nunca había sufrido tales dudas. Sin embargo, las lágrimas y amonestaciones de su madre lo acompañaron siempre, después que abandonó el hogar paterno.

No mucho después de "ganar el mundo", se encontró, en casa de un tío suyo, con un joven predicador, quien conversó con él tan seriamente acerca de su alma, que Judson quedó muy impresionado. Viajó el día siguiente solo, montando a caballo. Al anochecer llegó a una villa donde pasó la noche en una pensión. En el cuarto contiguo al que él ocupaba, yacía un joven moribundo, y Judson no pudo conciliar el sueño durante toda la noche.

¿Sería el moribundo un creyente? ¿Estaría preparado para morir?

Tal vez fuese un "libre pensador", ¡hijo de padres piadosos que oraban por él! Otra cosa que le perturbaba era el recuerdo de sus compañeros, los alumnos agnósticos del colegio de Providence. Cómo se avergonzaría si los antiguos colegas, especialmente el sagaz compadre, Ernesto, supiesen lo que él sentía ahora en su corazón.

Cuando amaneció, le informaron que el joven había muerto. Respondiendo a su pregunta, le dijeron que el fallecido era uno de los mejores alumnos del colegio de Providence, ¡y su nombre era Ernesto!

La noticia de la muerte de su compañero ateo dejó a Judson estupefacto. Sin darse cuenta de cómo, se encontró viajando de regreso a su casa. Desde entonces, todas sus dudas acerca de Dios y de la Biblia se desvanecieron. Constantemente resonaban en sus oídos las palabras: "¡Muerto! ¡Perdido! ¡Perdido!"

Poco tiempo después de ese acontecimiento, se dedicó solemnemente a Dios y comenzó a predicar. Que su consagración fue profunda y completa, quedó probado por la manera en que se aplicó a la obra de Dios.

En ese tiempo Judson escribió a su novia: "En todo lo que hago, me pregunto a mí mismo: ¿Agradará esto al Señor?...

Hoy alcancé un mayor grado de gozo de Dios, pues he sentido una gran alegría ante su trono."

Es así como Judson nos cuenta, en las siguientes palabras, el llamado que recibió para el servicio de misionero: "Fue cuando andaba en un lugar solitario en la floresta, meditando y orando sobre el asunto y casi resuelto a abandonar la idea, que me fue dada la orden: `Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura'. Este asunto me fue presentado tan claramente y con tanta fuerza, que resolví obedecer, a pesar de los obstáculos que se me presentaron."

Judson, y cuatro de sus colegas se reunieron bajo un montón de heno para orar, y allí solemnemente dedicaron su vida a Dios para llevar el evangelio "hasta lo último de la tierra". No había ninguna junta de misiones que los enviara. Sin embargo, Dios bendijo la dedicación de los jóvenes, tocando el corazón de los creyentes para que proveyeran el dinero para tal empresa.

A Judson se le ofreció en ese mismo tiempo un puesto en el cuerpo docente de la universidad de Brown, invitación que él rechazo.

Después fue llamado a pastorear una de las mayores iglesias de América del Norte. También declino  esa invitación. Fue grande el descontento del padre y el llanto de la madre y la hermana, al saber que Judson se había ofrecido para la obra de Dios en el extranjero, donde nunca antes había sido proclamado el evangelio.

La esposa de Judson demostró aún más heroísmo, porque era la primera mujer que salía de los Estados Unidos como misionera. A la edad de dieciséis años tuvo su primera experiencia religiosa. Era tan vanidosa, que las personas que la conocían, temían que el castigo repentino de Dios cayese sobre ella. Pero cierto domingo, mientras se preparaba para el culto, quedó profundamente impresionada por estas palabras: "Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta."

Acerca de la transformación de su vida ella escribió más tarde lo siguiente: "Día tras día yo gozaba una dulce comunión con Dios bendito; en mi corazón sentía el amor que me unía a los creyentes de todas las denominaciones; encontré la Sagrada Escritura dulce a mi paladar y sentí una sed tan grande de conocer las cosas religiosas, que frecuentemente me pasaba casi noches enteras leyendo." Todo el ardor que había demostrado en la vida mundana, ahora lo sentía en la obra de Cristo.

Por algunos años, antes de aceptar el llamado para ser misionera, trabajaba como profesora

y se esforzaba por ganar a sus alumnos para Cristo.

Adoniram, después de despedirse de sus padres para emprender su viaje a la India, fue acompañado hasta Boston por su hermano Elnatán, un joven que no había sido salvo todavía. En el camino los dos se apearon de sus caballos, entraron al bosque y allí, de rodillas, Adoniram rogó a Dios que salvase a su hermano. Cuatro días después los dos se separaron para no volverse a encontrar nunca más en este mundo. Sin embargo, algunos años después, Adoniram tuvo noticias de que su hermano también había recibido la herencia del reino de Dios.

Judson y su esposa se embarcaron con rumbo a la India en 1812, debiendo pasar casi cuatro meses a bordo del navío. Ese tiempo lo aprovecharon para estudiar y los dos llegaron a comprender entonces que el bautismo bíblico es por inmersión y no aspersión, como su denominación lo practicaba. Sin tomar en cuenta la oposición de sus conocidos, que eran muchos, y sin importarles su propio sustento, no vacilaron en informar sobre este hecho a aquellos que los habían enviado. Fueron bautizados en el puerto de desembarque, en Calcuta.

Poco después fueron expulsados de esa ciudad por causa de la situación política y fueron huyendo de país en país. Por fin, diecisiete largos meses después de haber partido de América, llegaron a Rangún, Birmania. Judson estaba casi exhausto por causa de los horrores que sufrió a bordo. Su esposa estaba tan cerca de la muerte que ya no podía caminar, por lo que tuvo que ser llevada a tierra en una camilla.

El imperio de la Birmania de aquella época era más bárbaro y de lengua y costumbres más extrañas que cualquier otro país que los Judson habían visitado. Al desembarcar, en respuesta a sus oraciones hechas durante las largas vigilias de la noche, los dos fueron sustentados por una fe invencible y por el amor divino que los llevaba a sacrificar todo para que la gloriosa luz del evangelio iluminase también las almas de los habitantes de ese país.

Ahora, un siglo después, podemos ver cómo el Maestro dirigía a sus siervos, cerrando las puertas durante el prolongado viaje para que no fuesen a los lugares que ellos esperaban y deseaban ir.

Hoy se puede ver claramente que Rangún, el puerto principal de Birmania, era justamente el punto más estratégico para iniciar la ofensiva de la Iglesia de Cristo contra el paganismo en el continente asiático.

Para estudiar el difícil idioma de Birmania fue necesario que ellos preparasen su propio diccionario y gramática. Transcurrieron cinco años y medio antes que ellos llevaran a cabo el primer culto para el pueblo nativo. Ese mismo año bautizaron al primer convertido, a pesar de tener conocimiento de la orden del rey de que nadie podía cambiar de creencia, so pena de ser condenado a muerte.

Al salir de su tierra para ser misionero, Judson llevaba consigo una considerable suma de dinero, una parte de la cual él la había ganado en su empleo y otra parte correspondía a contribuciones ofrecidas por sus parientes y amigos. No solamente puso todo eso a los pies de aquellos que dirigían la obra misionera, sino también cinco mil doscientas rupias que el Gobernador General de la India le pagó por sus servicios prestados

en ocasión del armisticio de Yandabo.

Rehusó el empleo de intérprete del gobierno, que representaba un salario elevado, prefiriendo ir a sufrir las mayores privaciones y oprobios, para ganar las almas de los pobres birmanos para Cristo.

Durante once meses, estuvo en cadenas preso en Ava, que en aquel tiempo era la capital de Birmania.

Pasó algunos días en compañía de otros sesenta sentenciados a muerte como él, encerrado en un edificio sin ventanas, obscuro y donde hacía mucho calor, sin ventilación e inmundo en extremo. Pasaba el día con los pies y las manos en el cepo. Para pasar la noche, el carcelero le pasaba una caña de bambú entre los pies encadenados, juntándolo con otros prisioneros y, por medio de cuerdas, los levantaba hasta que apenas los hombros descansaban en el suelo. Además de ese sufrimiento, tenía que oír constantemente los gemidos mezclados con las torpes imprecaciones de los más endurecidos criminales de Birmania. Al ver a los otros prisioneros que eran arrastrados afuera para morir a manos del verdugo, Judson solía decir: "Cada día muero." Las cinco cadenas de hierro pesaban tanto, que llevó las marcas de los grilletes en su cuerpo hasta la muerte. Seguramente que él no habría resistido si su fiel esposa no hubiese conseguido permiso del carcelero para, en la obscuridad de la noche, llevarle comida y consolarlo con palabras de esperanza.

Un día, sin embargo, ella no apareció; su ausencia se prolongó durante veinte largos días. Al reaparecer, traía en los brazos una criaturita recién nacida.

Judson, cuando salió libre, se apresuró todo lo que pudo para llegar a casa, pero tenía las piernas estropeadas por el largo tiempo que había pasado en la cárcel. Hacía muchos días que no recibía noticias de su querida Ana.

¿Vivía ella todavía?

Por fin la encontró, aún con vida, pero con fiebre y próxima a morir.

En esa ocasión ella se recuperó, pero antes de completar 14 años en Birmania, falleció. Conmueve el alma leer la dedicación que Ana de Judson tuvo a su marido, así como la parte que desempeñó en la obra de Dios y en su hogar hasta el día de su muerte.

Algunos meses después de la muerte de la esposa de Judson, su hija también murió. Durante los seis largos años siguientes trabajó solo. Luego se casó con la viuda de otro misionero. La nueva esposa que gozaba los frutos de los incesantes esfuerzos que habían realizado en Birmania, se mostró tan solícita y cariñosa como Ana.

Judson perseveró durante veinte años para completar la mayor contribución que se podía hacer a Birmania: la traducción de la Biblia entera a la propia lengua del pueblo.

Después de trabajar con tesón en el campo extranjero durante treinta y dos años, para salvar la vida de su esposa, embarcó con ella y tres de los hijos, de regreso a América, su tierra natal. No obstante, en vez de mejorar de la enfermedad que sufría, como se esperaba, ella murió durante el viaje, y fue enterrada en Santa Helena, donde el navío aportó. ¿Quién podría describir lo que Judson sintió al desembarcar en los Estados Unidos, cuarenta y cinco días después de la muerte de su querida esposa?

Judson que durante tantos años había estado ausente de su tierra, se sentía ahora desconcertado por el recibimiento que le daban en las ciudades de su país. Se sorprendió, después de desembarcar, al verificar

que todas las casas se abrían para recibirlo. Su nombre era conocido por todos. Grandes multitudes afluían para oírlo predicar. Sin embargo, después de haber pasado treinta y dos años en Birmania, ausente de su país, naturalmente, se sintió extranjero en su tierra natal y no quería levantarse delante del público para hablar en la lengua materna. Además, sufría de los pulmones y era necesario que otro repitiese al auditorio lo que él apenas podía decir balbuceando.

Se cuenta que cierto día en un tren, entró un vendedor de periódicos. Judson aceptó uno y distraído comenzó a leerlo; el pasajero que estaba a su lado le llamó la atención diciéndole que el muchacho aún estaba esperando que le pagase los 5 centavos que costaba el periódico. Mirando al vendedor, le pidió disculpas diciéndole que había creído que el periódico lo ofrecían gratis, pues él se había acostumbrado a distribuir mucha literatura en Birmania, durante muchos años, sin cobrar un centavo.

Apenas había pasado ocho meses entre sus compatriotas cuando se casó de nuevo, y embarcó por segunda vez para Birmania. continuó su obra en aquel país, incansablemente, hasta alcanzar la edad de sesenta y un años. Judson recibió el llamado para estar con su Maestro mientras viajaba lejos de la familia. Conforme a su deseo, fue sepultado en alta mar.

Adoniram Judson acostumbraba pasar mucho tiempo orando de madrugada y de noche. Se dice que él gozaba de la más íntima comunión con Dios cuando caminaba apresuradamente. Sus hijos, al oír sus pasos firmes y resueltos dentro del cuarto, sabían que su padre estaba elevando sus plegarias al trono de la gracia. Su consejo era: "Planifica tus asuntos, si te es posible, de manera que puedas pasar de dos a tres horas, todos los días, no solamente adorando a Dios, sino orando en secreto."

Su esposa cuenta que, durante su última enfermedad, antes de fallecer, ella le leyó la noticia de cierto periódico, referente a la conversión de algunos judíos en la Palestina, justamente donde Judson había querido ir a trabajar antes de ir a Birmania. Esos judíos, después de leer la historia de los sufrimientos de Judson en la prisión de Ava, se sintieron inspirados a pedir también un misionero, y así fue como se inició una gran obra entre ellos.

Al oír eso, los ojos de Judson se llenaron de lágrimas. Con el semblante solemne y la gloria de los cielos estampada en el rostro, tomó la mano de su esposa y le dijo: "Querida, esto me espanta.

No lo comprendo.

Me refiero a la noticia que leíste. Nunca oré sinceramente por algo y que no lo recibiese, pues aunque tarde, siempre lo recibí, de alguna manera, tal vez en la forma menos esperada, pero siempre llegó a mí. Sin embargo, respecto a este asunto ¡yo tenía tan poca fe! Que Dios me perdone y si en su gracia me quiere usar como su instrumento, que limpie toda la incredulidad de mi corazón."

En esta historia se nota otro hecho glorioso: Dios no solamente concede frutos por los esfuerzos de sus siervos, sino también por sus sufrimientos. Por muchos años, hasta poco antes de su muerte, Judson consideró los largos meses de horrores de la prisión en Ava enteramente perdidos para la obra misionera.

Al comienzo de su trabajo en Birmania, Judson concibió la idea de evangelizar por último a todo el país. Su mayor esperanza era ver durante su vida, una iglesia de cien birmanos salvos y la Biblia impresa en la lengua de ese país. Sin embargo, en el año de su muerte había sesenta y tres iglesias y más de siete mil bautizados, los cuales eran dirigidos por un número total de 163 misioneros, pastores y auxiliares. Las horas que pasó diariamente suplicando a Dios, que da más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, no fueron perdidas.

Durante los últimos días de su vida se refirió muchas veces al amor de Cristo. Con los ojos iluminados y las lágrimas corriéndole por el rostro, exclamaba:

"¡Oh, el amor de Cristo! ¡El maravilloso amor de Cristo, la bendita obra del amor de Cristo!"

En cierta ocasión él dijo: "Tuve tales visiones del amor condescendiente de Cristo y de las glorias de los cielos, como pocas veces, creo, son concedidas a los hombres. ¡Oh, el amor de Cristo! Es el misterio de la inspiración de la vida y la fuente de la felicidad en los cielos. ¡Oh, el amor de Jesús! ¡No lo podemos comprender ahora, pero qué magnífica experiencia será para toda la eternidad!"

Hemos añadido aquí el último párrafo de la biografía de Adoniram Judson escrita por uno de sus hijos.

¿Quién puede leerlo sin sentir que el Espíritu Santo lo anima a tomar parte activa en llevar el evangelio a uno de los muchos lugares que aún no lo tienen?

Se dice que el corazón del héroe escocés Bruce fue embalsamado después de su muerte y guardado en un cofrecito de plata. Cuando sus descendientes estaban luchando en una batalla que parecía perdida, el general lanzó ese corazón entre el ejército enemigo. Al ver esto, las tropas escocesas lucharon reñida e invenciblemente a fin de recobrar la reliquia. Ciertamente el cristianismo nunca se retirará de las tumbas de sus muertos en los países paganos. Hasta aquel día en que toda rodilla se doblará ante el Señor Jesús, los corazones creyentes serán inducidos a realizar los mayores esfuerzos por el recuerdo de Ana Judson, enterrada debajo del hopiaá (un árbol) en Birmania; de Sara Judson, cuyo cuerpo descansa en la isla pedregosa de Santa Helena, y de Adoniram Judson, sepultado en las aguas del océano Indico.

JORGE MULLER    1805 - 1898